Esta era de plomo y rabia fomenta el retorno a hábitos antiguos formateados con aires nuevos. Los individuos reivindican a las abuelas como forma de subsistencia y conocimiento, o de reconocimiento.
Esas Nuevas Labores tienen un lado lúdico y otro reivindicativo y reparador.
La casa como guarida, la comida como refugio.
No es una tendencia surgida de un laboratorio de márketing sino de un patio de vecinos.
Se amasa, fermenta y hornea pan. Se cose y se hilan relaciones. Hecho en casa y hecho a mano para abandonar por un rato lo virtual y regresar a lo físico.
Y se cocina, cada vez más. Ocupar los espacios que nos pertenecieron. Explico esto por culpa de una merluza rebozada. La comí, con un poco de mayonesa, en La Venta, restaurante en lo alto de Barcelona. Estaba jugosa, la pieza era excelente, le faltaba un punto de sal.
La cuestión no era la sazón, sino si merecía estar en la oferta de un restaurante de calidad, con ambición
¿Acaso es una proeza para la cocinera o el cocinero doméstico? En absoluto.
El placer de ir a un comedor público es que el chef prepare cosas que, en la humildad de nuestras encimeras, nunca seremos capaces de realizar.