El Celler de Can Roca. Interior. Noche. 25 de febrero del 2013.
Para estrujar su paso por el Fòrum Gastronòmic de Girona, Gastón Acurio propuso a Joan Roca una cena a cuatro manos, aunque en el caso del brother esos retos son tentaculares y pulposos porque hay que sumar al ingenio otros dedos, los de Jordi y Josep Roca.
Así, ocho manos, que son las de un dios hindú.
Esas bacanales acostumbran a salir mal porque el servicio se desorienta, la cocina se colapsa y la comida lentificada agota al comensal, acalambrado y con el culo de corcho. Bostezos y miradas huidizas al reloj.
Y a la procesión y sus pasos interminables hay que añadir el desequilibrio entre los dos artistas, los platos de estilo contrarios, o contrariados. Un chef acaba humillando al otro.
Para descanso inmediato del lector, diré que nada de eso sucedió, que la velocidad fue la razonable para 17 servicios y 12 vinos y que en el pulso hubo tensión pero ningún derrotado. Un duelo sin sangre.
"Muy difícil de maridar", concluyó Pitu, que decidió a última hora cómo completar el puzle. Me quedo con tres cartas de este mago de la sumillería: Alella Legítimo 1966, Viña Tondonia Rerserva blanco de 1998 y el Medall All in RosatÁnfora 11. Con Pitu nunca te aburres.
Reflexiono sobre la evolución de Gastón –cuya cocina conozco menos que la de los Roca– y cómo ha ido reconstruyendo Perú con las vigas tecnoemocionales. Más delicado, más certero, más ambicioso que en Lima en septiembre del 2011. Uno de los grandes del mundo. Empresario, activista y cocinero mayúsculo.
Un cebiche, un anticucho, un Plato XX, un Plato XXX y un postre fundacional de la nueva pastelería.
Ostra, navaja, berberecho, bogavante, ficoide glacial, alga dulce, cebollino, leche de tigre de vieira y ají amarillo. Tardas menos en anunciarlo que en comerlo. Un cebiche de 10. Gastón, claro. |