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Channel: La Cocina de los Valientes
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El restaurante de la semana: Quim de la Boqueria

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Quim de la Boqueria
La Rambla. Mercat de la Boqueria, 91. Barcelona.
T: 93.301.98.10.
Precio medio (sin vino): 25 €



Boqueria-Hong Kong



Desde el taburete, el mundo. El mundo es la Boqueria.
La Boqueria son los productos de cinco continentes. Desde este taburete veo el mundo y sus riquezas como un conquistador con capazo.
Atún a la vista. Cochinillo a babor. Guayabas a estribor.
Este taburete es uno de los 24 que turistas y extranjeros se disputa en Quim de la Boqueria, al que bauticé hace seis años como Quim en Llamas o el Hombre de Fuego. La Antorcha Humana, pues. Demasiados cómics de Marvel en la infancia.

Quim Márquez, hijo de Manolo, festeja los 25 años de la barra con un libro y la apertura del restaurante Quemo en la quinta planta de un edificio de Hong Kong, que ha recibido a un inquilino de lujo, el chef residente Àngel Pascual, cuya vida profesional ha sido muy atribulada, de la estrella Michelin del desaparecido Lluçanès al novísimo Punx.

“Àngel es una incorporación importantísima, un gran cocinero”. Paso, paso, quemo, quemo. El reto es servir una comida de carácter mediterráneo para paladares del Pacífico. Dice que la paella –“finita, finita”– es buena.

Vuelvo a la Boqueria y al taburete. Como marca de la casa, las llamaradas, las lenguas de fuego que se alzan en un cubículo de muy pocos metros cuadrados donde se apuran ocho personas, entre ellos, el hijo de Quim, Yuri. “Por Yuri Gagarin”. Este Quim siempre ha sido un poco astronauta. Porque hay que tener experiencia de escafandra para moverse en un espacio mínimo sin chocar con los otros tripulantes.

No es el lugar más cómodo, pero sí el más ventilado, con los aires del mercado en la riñonada: si la gente va y hace cola es porque se come bien-bien. A diario, 160 personas. “En estos seis años han cambiado las proporciones. 20% de aquí, 80%, de fuera”.

Dejo la comanda en manos de Quim Llameante, que comienza con las alcachofas rebozadas, fantásticas, y sigue con un plato de vuelta al ruedo: el risotto con rabo de vaca. Quim siempre ha tocado bien el rabo y consigue una alianza sorprendente con el lácteo. “Lo mejor de estos 25 años ha sido la evolución gastronómica”. Crecer, mejorar, complicarse.

En la hoja que entregan con 60 propuestas, una frase: “Cada día preparo platos nuevos, ¡¡pregúntame!!”. Experimenta conmigo con una novedad fallida, la musaka de berenjena y bacalao (mejor confitado).
Vuelvo a mover el taburete como si fuera un tacataca con un emblema: el huevo frito con xanguet. La costilla de cerdo ibérico a baja temperatura con guindilla es otro homenaje a la llama, esta vez en la boca. Me gusta mucho y apago la pira con una copa de Unua 2011.
El final es sentimental, con el pastel de galletas que preparaba su madre y que él ha refinado. Se emociona al hablar de Josefa.

Boqueria-Hong Kong. De la cocina de taburete al quinto piso del QRE Plaza de la megápolis china. 25 años para llegar a lo alto.
               




PICA-PICA
Atención: a próximos chefs que llegarán a la Boqueria, como Carles Abellan.
Recomendable para: los que creen que la barra es un arma social.
Que huyan:los se marean en un taburete.











El cerdo y la tripa

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Me sumo a los plañideros por la llonganissa de Vic. Con el cierre de Casa Sendra desaparecerá una empresa comprometida, la número uno en militancia.

Pau Arboix se ha hartado de que el cordel sea horca.
Cierra la botigueta porque la Generalitat no le permite etiquetar con el topónimo Vic por estar fuera de la IGP. ¿Y por qué Arboix prefirió ser un forajido administrativo? Porque juzga que su criterio de calidad es mayor que el oficial. Está en lo cierto. Llonganissa sin aditivos: cerdo, sal, pimienta y un vientecillo adecuado para el oreo.

Para los funcionarios, estar en el centro de Vic, en la calle Verdaguer, no es estar en Vic. Podría ser una cuestión metafísica, pero es que estamos hablando de marranos.

La caída de la Casa Sendra merece una reflexión sobre qué comemos: embellecer  un embutido con el título de artesano no significa que lo sea. Sal, pimienta, buen secado. No se necesitan potingues que disimulen deficiencias.

Algún día incluso los puros deberán prestar atención al cerdo. Buena raza, nacido y criado en origen. Dejar de marear gorrinos por autopistas europeas.

¿Y la tripa? ¿China? Los chinos nos dominan también por el estómago.




El conocimiento, en el suelo

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Una estación del metro de Tokio.
Para salvaguardar a las mujeres de los manoseadores, vagones únicamente femeninos.
"Solo mujeres", escriben en el suelo.







OPINIÓN. El que está sentado tiene un punto de vista más bajo.


COBRE. En este tiempo de cobre, la actividad económica principal se desarrolla en torno a los contenedores de reciclaje.


SEXISMO. “La violencia sexista azota a una de cada tres europeas”. Todos los hombres tenemos que revisar la relación con las mujeres.


ARROJAR. Al ver a una persona metida en uno de esos contáiners –medio cuerpo fuera, medio cuerpo dentro, escarbando con un gancho– el ciudadano apresurado puede concluir que están arrojando pobres a la basura. Todo llegará.


MARTILLO. Aquel hombre hacía un ruido de fragua. Era uno de esos subsaharianos que empuja carritos de chatarra. Son cientos de personas a dieta de cables y metales pesados. Piensa en esclavos arrastrando vagonetas en una mina. Acuclillado al lado de un contenedor, con un martillo intentaba desmontar una lavadora. Martilleaba con saña, expulsaba esquirlas de plásticos rotos. Los trozos sobrantes ocupaban un radio de varios metros. Al acabar, ¿barrería el destrozo o seguiría su rastro de buscavidas? Nosotros tenemos que entender su necesidad y él, que ocupa un espacio común. Nosotros no lo vemos. Él no nos ve.


ENCICLOPEDIA. Junto a otro contenedor, alguien había dejado apilados varios tomos de una vieja enciclopedia con tapas verdes. Poseer una enciclopedia daba prestigio, señoreaba raquíticas bibliotecas. Tener una enciclopedia era fabricar una escalera de papel para alcanzar el futuro. La gente ahorraba e iba comprando tomos con la esperanza de que, con la Z, adquirirían de golpe la sabiduría.


BARNIZ. Ese conocimiento estaba por los suelos. Hace años que los viandantes manosean las posesiones y los recuerdos de otros cuando aparecen tiradas en las aceras. Si alguien se desprende de un par de sillas en buen estado, es posible que acaben formando parte del mobiliario de un comedor con una capa de barniz y el encanto de lo vintage. Algunos paseantes cogieron los libracos con los lomos desgarrados y el verde macilento por si podían ser objeto de un reciclaje. Entre los mirones, cinco ancianas. Se detuvieron un rato y siguieron la marcha.


PAPEL. El vendedor de enciclopedias en papel pertenece a una raza amenazada. Pregunto y me explican que lo que aún funciona es la especialización: grandes obras sobre literatura, música, arte, naturaleza. Ese peso en las rodillas.


INTERNET. Una jubilada le dijo a otra: “Ya no sirven para nada. Lo tienes todo en internet”. Si el comentario hubiera salido de un joven no habría llamado la atención. Apesadumbra al ser expresado por una mujer que seguramente ahorró para comprar una enciclopedia y su sueño de cultura.






El restaurante: Carlota

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            Carlota
Paris, 168. Barcelona.
T: 93.430.91.19.
Precio medio (sin vino): 25-30 €




Guerrilleras



Carlota Claver, de 33 años y con dos hijas, es la heredera de dos mujeres.
La madre, Aurora. La abuela, Victòria.
No solo recae en sus manos el patrimonio físico con dos restaurantes, Alba Granados y Alba París, con nueva orientación y nombre, Carlota, sino también el de la memoria.

Carlota dedica las croquetas a la abuela y fundadora del negocio y aunque tengo ganas de morder ese recuerdo, me contengo porque estoy desenganchándome de obuses y bravas a la espera de que el bombardeo remita.

Después de 20 años de servicio, el restaurante Carlota sustituye a Alba París. “Lo hemos arreglado nosotros”, cuenta ufana la chef. Les ha quedado bien, coqueto, acogedor, donde no desentonaría ver a alguien haciendo ganchillo, a poder ser ganchillo de guerrilla en esa modalidad de las manualidades entre la habilidad y el activismo que abraza y da calor a las farolas de las ciudades.

La cocina de Carlota es también urbana, #kocinaurbana, entre la inocencia y la acción. “Pienso: ‘Esto puede quedar bien’. No me importa el origen, si es cocina local o de fuera”.
El canelón de pasta wonton con pollo Pota Blava del Prat es de aquí y de allí. El envoltorio, extranjero. El concepto y el relleno, local.
Me gusta, rico, sedoso, aunque mejoraría si el exterior estuviera más tostado, en contraste con el flácido interior.
Vuelvo a encontrarme con canelones en los postres, deliciosos; estos sí, crujientes, con sésamo, espuma de queso y fresa.

Carlota –el restaurante, la cocinera– está en construcción, asentando la carta. Ella se mueve entre Alba Granados, “más grande”, y este espacio chico, dirige ambos, pero siente que al dar su nombre ha cedido algo íntimo.

Se preocupa por las necesidades de los clientes con platos para celíacos y diabéticos –alerta con ese gesto tan infrecuente– e indica si una receta va cargada con frutos secos o con lactosa. O si es 100% vegana. Compromiso, pues, cocina de guerrilla.

Amasan y hornean el pan, otra de las NuevasLabores, muy bueno, así como la coca, que cubren con sardinas ahumadas, tomate y aceituna.
Menos atractivas, las lentejas con fuagrás, calabaza, germinados y verduras laminadas.
La textura del salmón a baja temperatura es buena, no así la el peu de porc con picante thai.
Copeo con Els Pics 2012, tinto puntiagudo del Priorat.

La nueva generación de chefs catalanas se multiplica, aunque el contacto de Carlota con las demás es escaso o nulo. Sería interesante que mujeres como Ana Ruiz, Núria Gironès y Ariadna Julián se conocieran y tejieran alianzas.
¿Por qué las cocineras ocupan un espacio menor en las páginas gastronómicas, coronadas Carme Ruscalleda, Fina Puigdevall y Mey Hofmann? Siempre la misma pregunta. Y siempre la misma respuesta. Hay pocas, muy pocas, a la cabeza de los restaurantes. ¿Ganchillo? No, guerrilla.






Atención a: los dilatados horarios, con desayunos y meriendas.
Recomendable para: los que gustan de una decoración hacendosa.
Que huyan: los que chillan si una carta alterna burger y sashimi.









Los Roca comen por primera vez en su restaurante

Sin que el sexo medie

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En el 2012, Carme Ruscalleda envió una carta tan contundente como educada a los organizadores de The World’s 50 Best, eso que cotidianamente llamamos el Mejor Restaurante del Mundo.

En la misiva, la Jefa renunciaba a participar en la categoría femenina, eso que cotidianamente llamamos la Mejor Cocinera del Mundo.

Por derecho, ella es la primera de la lista. Renunciar a la corona, y a la inherente publicidad mundial y al halago y la rendición de los súbditos, es de una valentía poco reconocida.

Razonaba bien Carme el porqué de la auto exclusión: «Estaría también en desacuerdo si el creativo premio Veuve Clicquot premiara los valores de la distinción de raza, color o la inclinación sexual de los chefs». ¿Mejor chef gay del mundo? Raro, ¿no? El/la mejor chef, y punto.

La brasileña Helena Rizzo lo merece, claro que sí, pero también Maní, su restaurante y el de su pareja, el catalán Dani Redondo, aspira un día a estar en lo más alto. De forma absoluta, sin que el sexo medie en la decisión.

El problema es otro, ¿cuántas mujeres están a la cabeza de los más célebres, avanzados o influyentes restaurantes del mundo? Muy pocas.






Dos Grandes Señoras de la Cocina, Carme Ruscalleda y Fina Puigdevall,
con un caballero, Toni Balam.






El plato más antiguo del mundo

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Tuétano



Un rasgo de la vanguardia es la regresión. Retornar al pasado es una manera de avanzar hacia el futuro. El hueso es el tubo que conecta el tiempo. Por esa oquedad, el tuétano ha viajado desde hace 2,5 millones de años hasta la actualidad.

Los europeos han vuelto a la cueva, al harapo, a la caza y a la magia simpática. Las nuevas supersticiones surgen de una pantalla plana, pero en el fondo adoptan los mismos relieves que en las cavernas.

De forma sigilosa, sin las alharacas de los productos estrella, esos que en las lonjas o las mantequerías alcanzan precios abultados, los tuétanos han atraído a los cocineros, que han ido metiéndolos en las cartas con la discreción que se dispensa al feo de la familia.

Como tiene buen precio en el mercado no ha generado deseo. Lo caro convence porque distrae las sospechas. Lo barato está siempre bajo examen.

Todo en el universo de la casquería remite al miedo. Comer interiores es como desvelar secretos. La primera reacción del no iniciado es el asco.

Quien supere la aversión a lo gelatinoso y a la geometría extrema tendrá ante sí un paisaje extraterrestre de sabores marcianos. Pulmones, riñones, sangre, sesos, criadillas. De esta clase de anatomía extraemos la médula. en arreglo a los tiempos feroces de economía caníbal, el hueso de vaca reclama la atención.

Sorber la cerbatana fue un acto de subsistencia desde los albores de los tiempos, amenizadora de cocidos que fue desplazada de la dieta cuando la abundancia nos volvió tiquismiquis. Aunque siempre mantuvo un retén para iniciados: en 1992, Ferran Adrià lo cubrió con caviar en busca de una picardía salada.

La combinación de dos sabores primitivos para una cocina de intimidades. Intimidatoria para muchos paladares. tras un tiempo de absentismo, los chefs alzan los huesos otra vez, reivindicándose como Homo cocinerus, descendientes de los homínidos de 2001, una odisea del espacio. El monolito negro flota como una anticipación del silestone.

Los osarios de Olduvai, en Tanzania, son restos de un banquete y, según los estudiosos, vivero de carroñeros. El homo rudolfensis y el homo habilis se alimentaban de los restos que abandonaban los grandes felinos o de bestias fallecidas por desnutrición.

Quebraban los esqueletos con piedras y sacaban esa esencia que prolongaba la vida. Por supuesto, ese plato no podía ser considerado a la piedra.

¿Con qué animales se alimentaban? Responde el arqueólogo Eudald Carbonell, codirector de Atapuerca: “Básicamente herbívoros, animales más pequeños, a falta de herramientas para romper los huesos. Después, hace 1,5 millones de años, animales más grandes: hipopótamos, rinocerontes, elefantes. Todos los herbívoros de los que podían conseguir sus cadáveres. Primero, carroñeando (de lo comido por las hienas), pero después de animales que cazaban, de los cuales consumían vísceras, tejidos y tuétano. Esa comida debía de ser muy corriente cuando destetaban a las crías, entre los 3 y 4 años de edad. La mezcla de tuétano y sangre era un alimento proteínico, con muchos nutrientes y que sustituía a la leche materna”.

Puede que el gusto por el despojo renaciera en el restaurante St. John de Londres, que lo totemiza en la sala con una tostada sobre la que untar la grasa.

En Punto MX, el gran mexicano de Madrid, Roberto Ruiz sigue la estela de lo sostenido y acompaña la tubería partida con unas tortillas recién hechas: “Al poco de abrir, pedí unos huesos al carnicero. Los primeros cortes, transversales, eran equivocados porque el caldo se perdía. El corte correcto es el horizontal, en dos mitades. Lo metemos en el horno Josper”.

La costra de pimientas. El majado de hierbas, “acidez y picante”. La salsa con chiles. Soliviantar las tortillas con la sustancia blanquecina y trasplantarla a la boca. De los gruñidos de los homínidos al placer del Homo smartphone.

Cocineros de hielo y fuego hurgan en el manjar más antiguo del mundo: Bitor Arginzoniz (Etxebarri), Pascal Barbot (Astrance), Carlo Cracco (Cracco), Albert Raurich (Dos Palillos), Paco Pérez (Miramar) o David Muñoz (Diverxo).

Ellos se conforman con cañas de vacuno, que sirven también como soporte. El tuétano incluye plato.

Qué bestialidad rascar el de un elefante como los ancestros. Aunque los cazadores corrían el peligro de ser convertidos en tuétano durante las estampidas.




El restaurante: Bodega 1900

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Bodega 1900
Tamarit, 91. Barcelona.
T: 93.325.26.59
Precio medio (sin vino): 30-40 €




Calificación AAA



Pudiera ser esta una crónica inmobiliaria más que gastronómica al enumerar las aperturas que impulsa Albert Adrià Acosta: AAA, triple A en las agencias de rating. Máxima solvencia, cumple con las obligaciones.
En sociedad con los hermanos Juan Carlos, Borja y Pedro Iglesias, condensa el poderío en el Paral.lel, futurible Gastronómik Park. Más familia para Pakta, Tickets y Bodega 1900, el objeto de este comentario.

Los nombres aún son provisionales, y las fechas, temblorosas.
Hace más de un año que se habla de esta concentración. La taquería Niño Viejo (mayo), el mexicano Hoja Santa (hasta ahora, Yauarcán); el traslado del 41º, que tendrá una escuela de coctelería; la ampliación de Tickets; la creación de una línea vermutera, La Cala, “aceitunas, patatas, salsas, conservas, frutos secos”.
Fuera de la órbita Paral.lel, la inauguración de un beach club en la República Dominicana, La Playita, los planos ya sobre la mesa.
Hay más, relacionado con la circocina, pero aún no es posible contarlo. ¡Supera eso Gordon Ramsay!

Concentrémonos en la Bodega 1900: “Mi primera idea siempre fue esta, incluso antes de abrir Inopia”. Al menos desde hace un lustro, la vermutería moderna o renovada despliega por la ciudad su política de latas y hielo.
La cresta del movimiento es la Bodega 1900, donde se estofa, rehoga o adoba con arte, donde la cocina no es complemento de espumas y licores sino la razón.

He ido varias veces y me ciño aquí a la última comida, donde sobresalen los guisos, “uno cada día”. Se vuelve a guisar con ganas y sin emboscadas, con producto de calidad y frescura, repudiando aquellas cazuelas fermentadas.

Embobado con la melosidad del bonito confitado en salsa catalana –qué bueno, AAA–, muevo el pan por la salsa de los callos con garbanzos, las albóndigas con sepia y los guisantes con butifarra, a los que le sobra el cep, potente como un pisotón.
Cocina Pedro G. Asensio, dentro y fuera, en el mármol de la entrada donde habita lo frío, y dirige la sala Àngel Geriz con salero bodeguil.

Antes de llegar al apartado guisandero, tomé pequeñas maravillas de alta cocina popular, primero con el preceptivo vermut, un coupage de Martini, y después con cañas de Estrella sin pasteurizar, cerveza recién ordeñada.
Es antológico el corte de vaca rubia gallega, que ha madurado en manos de un carnicero belga, curada con sal, azúcar y hierbas.
Y le sigue en excelencia la caballa ahumada, la mojama casera y el fuagrás a la brasa, bocado de humo.
Me entusiasmo con esa reinvención del bocata que es el mollete de calamares con kimchi y chile chipotle. El pastel de chocolate es seda oscura.

“¿Dónde está el límite entre una tapería y una bodega?”, se pregunta. Si las agencia de rating calificaran la gastronomía, recibiría la triple A, Albert Adrià Acosta.





Atención a: la entrada, donde se come sin reserva.
Recomendable para: los nostálgicos de El Bulli, con recuerdos en las paredes.
Que huyan: los alérgicos al adrianismo.









3+3. Una cena irrepetible en El Celler de Can Roca

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Detrás, desenfocados, Josep, Jordi y Joan Roca.
Delante, de izquierda a derecha, el diseñador Andreu Carulla,
la cantante Sílvia Pérez-Cruz y el promotor musical Gay Mercader.

Foto: Jordi Cotrina







{Reportaje publicado el domingo 30 de marzo en el extra de gastronomía de la revista Dominical}





A finales de abril, El Celler de Can Roca puede revalidar en Londres el título que lo acredita como mejor restaurante del mundo. Atareados con un recetario y una película, los Roca se reservaron un día para comer con tres convidados excepcionales.
La llama prendió en la oscuridad de una sala de cine durante el preestreno de la película 'El Somni', que documenta la gestación, y deglución, de la ópera gastro de El Celler de Can Roca. En una escena del filme, Sílvia Pérez Cruz canta desde un punto muy profundo de su interior. Ese quejido desencadenó los acontecimientos. ¿Cómo contar un restaurante complejo como El Celler sin caer en la rutina del gritito histérico ante el plato sensacional?
Escribir sobre los Roca es asumir los miles de elogios y análisis y reportajes y noticias. Escarbar en la montaña de papel, decidir algo nuevo.
Tres comensales, cada uno por un hermano. Tres profesionales, cada uno con una mirada y una percepción. Tres amigos de la casa, cada uno con una experiencia distinta.
La cantante Sílvia Pérez Cruz (Palafrugell, 1983), el promotor musical Gay Mercader (Barcelona, 1949) y el diseñador Andreu Carulla (Banyoles, 1979). Familia de los Roca, esa familia sobrevenida a la que los años añaden capas de afecto. Los Roca dieron la bienvenida a la propuesta con el arrojo de los valientes.
Una cosa es tener una idea y, otra, realizarla. Ser cocinero hoy es sufrir la indignidad de los aeropuertos: viaje a Perú, viaje a Singapur. Pasado el tránsito de Joan Roca por dos continentes, la cita quedó fijada un martes a mediodía, con el restaurante cerrado. El Celler abriría esa mañana para una mesa única. Solo una mesa. Seis comensales: los tres invitados y los tres hermanos. Por primera vez, Joan, Josep y Jordi comerían ¡en su casa! “Hace siete años que nos hemos trasladado y nunca nos habíamos sentado en este comedor”, desvelaba Joan con la ilusión del novato. Cambiaría el punto de vista: el del comensal siempre es más bajo.
¿Qué se les pedía a los invitados? Que explicasen qué significaba para ellos El Celler de Can Roca.
¿Qué se les pedía a los anfitriones? Qué eligiesen un plato salado, un postre y un vino para cada convidado. Un menú a medida. Por supuesto, se complicó. Cumplieron: en exceso. 12 vinos y 40 bocados. Al día siguiente, Andreu Carulla mandó un correo, aún colgado de la “euforia”. 
A la hora convenida, en un día ventoso que afilaba las caras, Sílvia, Gay, Andreu, Joan, Josep y Jordi se sentaron para una representación exclusiva en Girona.


LO QUE SÍLVIA PÉREZ CRUZ DICE DE EL CELLER

De los tres convidados es la que llegó la última a la vida de los hermanos. Fue en junio de 2010, Josep, Pitu, el hombre de los vinos, la había ido a buscar porque relacionaba la voz con los líquidos presos en la botella. Abrir la boca, descorchar un cuello, liberar a un cautivo.
“Me dijo que admiraba mi forma de cantar y que quería que fuera a conocer el restaurante. No puedo decir si en esa fecha sabía o no qué hacían. Porque lo que ha pasado después ha sido tan intenso que ha borrado lo demás. La comida me alucina. Yo lloraba con lo que preparaba la madre de mi primera pareja. En casa cocinaban mi madre, mi abuela, platos del Empordà, arroz a la cazuela, pollo con cigalas”.
Con Pitu se entendieron enseguida porque tensaron el verso. “Hubo una conexión emocional, poética. Hicimos juntos un recital en el festival de Cap Roig en agosto de 2010 [él hablaba de un vino y ella lo cantaba]. Me gusta cómo trabajan, tanto amor, cuidando cada detalle. Aquí descubrí partes de mi boca que no conocía”. Partes de mi boca que no conocía. “Texturas, decodifiqué sabores. Una manera de ordenar la belleza”. Una manera de ordenar la belleza, sí.
“Me gustó mucho que no hubiese música. En casa no escucho música, descanso. Si no, recibo información de más”. De vibrar el aire, hubiese prestado atención a esos mensajes del más allá. El silencio facilitó la inmersión. “Tuve ganas de llorar, ese lloro placentero, tuve ganas de reír”. Pensó en los límites. Los asistentes a un concierto de Sílvia lloran. Ella se contagió de esa humedad.
¿A qué suena El Celler? “A silencio, a paz. Son poesía, son familia. Cuidan la belleza, cuidan a las personas”.


LO QUE ANDREU CARULLA DICE DE EL CELLER

En 2009, encontró a Joan en un bautizo –“preparaba el cátering”–, si bien el diseñador maquina habitualmente con Jordi. “No tenía una intención profesional, pero hablamos de cómo presentaban los platos. Y pensé: ‘Es posible que pueda aportar alguna cosa”. Joan lo retó: “Ve al Celler, tenemos un espacio de innovación. Preséntate a Jordi”. De los tres, el pequeño es el que salta con un paracaídas desde la estratosfera. Para facilitar esos lanzamientos al vacío han creado el Roca Lab.
“Le expliqué a Jordi los procesos de diseño, que están cerca de los de la cocina. Disciplinas alejadas, siguen los mismos pasos. El primer plato que diseñé fue una madera con barrica con una red”. Desde entonces ha dado soporte a la imaginación, y al desvarío. El ganchito para las aceitunas caramelizadas colgadas de un bonsái. Una rebanada plateada de pan. El balón de ese postre con filigrana llamado El Gol de Messi. La 'briochera' para los 'rocadillos'. El carrito para los 'petit fours', cuya existencia dio origen a las heladerías Rocambolesc. Y el último… El último es… Se cuenta al final del reportaje.
“Mi plato de El Celler es el pan con tomate con cordero. La historia que explica es la mía. Remite a mi casa”. A muchas casas. Un homenaje a la yaya Angeleta y al capricho con el que consolaba a Joan cuando enfermaba: costillitas de cordero con pan con tomate. Joan le dio la vuelta, un bocata al revés, la carne por fuera y el cereal por dentro. El amor es el mismo.
"Es una experiencia comprable a la del sexo, aunque suene tópico. Soy un defensor acérrimo de este tipo de cocina. Me han descubierto un mundo. Disciplina, crecimiento, creación artística. Es la primera vez que me pasa: el cliente está más loco que yo”.
¿Qué es El Celler? “Un punto de carga de energía creativa. Equilibrada, no está descontrolada. El triángulo controla los puntos de fuga. Ninguno pierde la cabeza”.


LO QUE GAY MERCADER DICE DE EL CELLER

Fecha en 1992 la primera visita al restaurante, entonces en la ubicación original junto al de los padres, Can Roca. Fue cuando decidió habitar una masía del Empordà para huir de los vicios de Barcelona y las tentaciones del rock and roll. Es la persona del planeta que más veces ha comido –que come aún– los placeres roquianos: cada sábado, su choferesa, Pilar, recoge las exquisiteces, 'take away' de lujo, para llevarlas a la masía.
Durante años fue comensal cotidiano en aquel comedor de la carretera de Taialà, agarrado a un diario como forma de seguir anclado a la realidad. “¿Sabe cuánto arroz con pichón y sepia he comido?”.
Gay abandona el anacoretismo para ver a los hermanos, y a la madre, Montse, y ellos corresponden con fraternidad: “El día de la boda de Jordi me sentaron en la mesa de los padres. Paso la noche del 24 en su compañía. En lugar de los Mercader, los Roca”. La familia. Es el sustantivo, el que sustenta.
Aun en el retiro sigue enchufado al mundo, a los conciertos que organiza vía móvil, a los Rolling Stones, a Bob Dylan, a Bruce Springsteen. Una cosa es hablar por un cacharro y otra, cara a cara. Y para eso es particular. “Estoy de mala leche, cabreado y vengo aquí. Llego para un cuarto de hora y me quedo dos horas. Entro en su mundo. Para mí son terapéuticos”.
Cada noche telefonea a Joan para calibrar la jornada: “Hablamos de cualquier cosa”. Recorta noticias para el trío y reportajes, les graba películas. “Nos engancha con la parte lúdica”, atiza Jordi.
¿Cómo elegir un momento de la simbiosis? “En 2002 regresaba de Barcelona de enterrar a mi hermano. Llamé a Pitu: ‘¿Puedo ir?’. Esa cena fue reconfortante”. El viaje más largo. Esa clase de calidez que supera lo físico. Hermano, hermanos. Mi hermano ha muerto. “Resumo: El Celler es un oasis”.


LA COMIDA

Antes de sentar al grupo a la mesa, un repaso a la agenda. El 5 de mayo, el estreno mundial del filme 'El Somni'. Ya en las librerías, el recetario 'Cocinar con Joan Roca'. “Son técnicas básicas para casa, para aprender”, concentra el autor.
La expansión de la heladería Rocambolesc, con una inmediata sede en Barcelona y ofertas que traspasan fronteras. La incorporación del botánico Evarist March para verdear aún más y que el paisaje entre con ganas de tramontana. El cierre de El Celler durante agosto para el viaje americano, con una gira por Houston, Dallas, Monterrey, México DF, Medellín y Lima.
La reválida, sí, la reválida del título de El Mejor Restaurante del Mundo el lunes 28 de abril en Londres.
Ya acomodados, Gay es el rey. Desborda con anécdotas. Sílvia está embelesada con este superviviente, que practica las lecciones de los Rolling Stones y que resume en “caer, levantarse”. “Mi madre es muy fan tuya”, declara, interesado por dónde se enreda la voz la cantante. “Un disco de versiones”. Lo ha grabado con Refree, el título es 'Granada' y el 5 de mayo será descorchado.
Persuadido por su papel de comensal activo, Jordi hace fotos, que cuelga en el tendedero de Instagram: “Si lo hago cuando voy a un restaurante, ¿por qué no aquí?”. En otro momento, al sentirse atravesado por la gamba a la brasa y el jugo de su cabeza con algas, se escuchará el gemido de placer del pequeño: “Mmmmmmmm”.
Los creadores, gozando de lo creado. Los tres están desdoblados, el cuerpo en la sala, la cabeza en la cocina y la bodega.
Es cierto que Joan come, pero pendiente de lo que ocurre en otro lado. Para los tres, el resultado será satisfactorio, curioso, distinto. Jordi solo se levantará para pasar los postres. Gay no lo hará en ningún momento de las cuatro horas, y eso que había amenazado: “Yo me levanto mucho, ¿eh?”. Jordi había respondido: “¿Para hablar con quién si los tres estamos aquí?”. Para Gay, el logro de la velada se mide en que ha estado quieto en la silla. O no. Levitando.


LO QUE EL CELLER DICE DE SÍLVIA

Para esta mujer que ríe y es feliz sin aristas, uno de los actos de' El Somni'. Erizo a la brasa. Percebes al albariño. Toda la Gamba. Cebiche de berberechos. Ensalada de anémonas, navajas, 'espardenyes' y algas. ¡Inmersión! El postre sigue orillando el mar, una adaptación del cromatismo verde. Jordi describe: “Hinojo marino, ligero, fresco, armónico, puré de aguacate, granizado de melón. Sin lactosa”. Jordi sabe que Sílvia no tolera la lactosa. Pitu es tan detallista que ha buscado un vino de 2011, el 11, porque el primer disco en solitario de Sílvia fue 11 de novembre, la fecha de nacimiento del padre, ya fallecido. Un riesling de Egon Müller.
“Un dulce desbordado por el ácido”. Altitud, profundidad. Es difícil saber si se refiere al vino amarillo o a la musa.
Un poco más tarde habrá un momento de trance. Ella caminará por la alfombra de castañas con anguila y exclamará: “Me he ido a Ourense, a casa de mi abuela”. La cocina como médium.


LO QUE EL CELLER DICE DE GAY

Joan lo conoce bien, el paladar, la forma de estar en el mundo: “Los salazones, los sabores intensos”. Caballa con encurtidos y botarga. Picores y estremecimiento. El pescado marinado con sal y azúcar, limón, alcaparras, guindilla. En Gay existe el elemento punzante.
Este dinamizador de escenas o escenarios bebe boldo, una planta que facilita la depuración, pero coloca ante Pitu la copa vacía para recibir el tinto Gallinas&Focas, de Mallorca. La bodega es propiedad de uno de sus amigos, Sergio Caballero, codirector del Sónar. Los beneficios se destinan a Amadip.esment, que trabajan con personas con discapacidad intelectual. “Amistad, solidaridad, responsabilidad social”, vacía el sumiller.
En el postre, homenaje eléctrico: Jordi ha recreado una guitarra helada sobre crema de jengibre, lichis y pomelo. Alguien se derrite de emoción.


LO QUE EL CELLER DICE DE ANDREU

Para describir al diseñador, Joan ha elegido lo más nuevo, que es lo más viejo. “La reinterpretación de la 'calçotada”. Primero, el 'calçot' liofilizado. Ultracongelado a -60 grados, se aplica presión y se extrae el agua. “Milhojas de 'calçot'”, una 'neula' vegetal entre aromas de brasa, señales de humo. Después, el 'calçot' canónico, troceado, con romesco, perlas de cava, destilado de tierra y despedida picante. ¿La bebida? “Un 10 para Andreu”, puntúa Pitu. El Pisón 2010, “elegancia y exigencia, de la técnica a la emoción”.
Esa sorpresa prometida por Andreu es todavía un tanteo. El Celler le dedica el postre. Ante el sexteto, unas torres de colores, que se desmontan en cinco partes. Dentro de cada una, un postre. Minarete, torre de catedral rusa, alfil. Helado de soja fermentada, granizado de manzanilla con salicornia, crema de almendra amarga, crema de lima-limón, mochi de miel con algodón de azúcar. Las piezas en la mesa, colorido sobre blanco.
Las risas, la euforia más bien, volver a jugar. ¿Acaso han dejado de hacerlo?
Pitu achucha a Joan con un regalo: un vino con 50 años, los que acaba de cumplir, gewürztraminer de Léon Beyer. Algunas arrugas, buen cuerpo.
Levantarse de la mesa en este estado, cuando se ha comido, se ha bebido, se ha conversado de forma apasionada, es un desafío.
Son las 19.00 horas. A las 20.30 entrarán los clientes de la noche, gente que llega del extranjero, que reservó mesa con un año de adelanto y cuya ilusión hay que colmar. Porque esperan que sucedan cosas y que sean portentosas y que dejen en algunas partes del cuerpo una marca duradera.
Los camareros desmontan la mesa, las copas manchadas, el mantel estricto, esa única mesa en el servicio excepcional de un mediodía de martes en el que los Roca comieron por primera vez en su restaurante. Y les gustó. Prometieron repetir.





Cocina fotocopiada

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Aburre la cocina habitual más que la tradicional.

Si excaváramos con afán de paleoantropólogos en los recetarios encontraríamos restos apetecibles. Exhumar platos que ni siquiera son de la memoria porque no nos acordamos de ellos.
Pero nos hemos quedado en la superficie, en ese punto en el que la grasa fría forma una película.

Una carta son todas las cartas: croqueta, burger, patata brava, tartar...

Lo peor es que cada vez es mejor.

De tratarse de bazofia, la justificación para no tocarla se entendería.
Lo desconsolador es que nunca se han comido croquetas tan bien resueltas como en estos momentos al ralentí creativo, así que lo condenable es la fotocopia, esa clonación que conduce al bostezo.

En The Alimentaria Experience, Nandu Jubany embolsó una ensaladilla rusa, cuya peculiaridad era que estaba envuelta en un círculo de patata chafada, que protegía y aportaba cremosidad.

El problema no es la rusa ni la croqueta. El problema es que son todas iguales, sin que se vea la mano reformista de un buen chef .

Si los cocineros quieren seguir por las autopistas de los platos repetidos, al menos que permitan que los adelantemos.





Memoria en aguarrás

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VIERNES. Estás más pasado de moda que hacer un #FF (#FollowFriday) en Twitter.



PRESIDENTE. Un té de media tarde en un hotel con el novelista Alberto Vázquez-Figueroa, que trabajó con Adolfo Suárez: “Encontré a su hijo y me explicó cómo estaba”. El hijo se acercaba al doliente: “Papá...”. Y Suárez respondía con el vigor agotado y la memoria en aguarrás: “¡Presidente!”. Al instante, contaba Vázquez-Figueroa, ya no se acordaba de quién había sido. Ni padre. Ni presidente. Temía el escritor esa decadencia, ese dejar de ser, ese dejar de recordarse.



MEMORIA. ¿Qué es más importante, recordar o ser recordado?



REINVENTAR. Al próximo que exprese esa idea pastosa y carcomida, “hay que reinventarse”, habría que taponarle la boca con una bolsa de chucherías. Exigimos que las frases que comiencen con “hay que reinventarse” incluyan “cómo”.



EMIGRANTE. Todos somos inmigrantes, todos somos extranjeros. Hace entre 60.000 y 100.000 años, el homo sapiens salió de África.


ESPUMA. La espuma es alegría mezclada con aire.



GAFAS. Un sábado por la noche, antes de la cena, en ese centro de Barcelona donde la estadística es agobiante: por cada nativo hay cien forasteros. En una tienda de souvenirs sofisticados, un oriental con las gafas de Google. Polifemo u oftalmólogo escapado de un quirófano en el momento de operar unas cataratas. Con este cacharro se supone que el japonés o coreano profundiza en la realidad, sobreponiendo informaciones. Nos adentramos en el barroco digital.



CÍCLOPE. Lo que estaba pasando era lo contrario. La captura sucedía en la superficie. El objeto de la mirada era él, el hombre con el ojo electrónico. En lugar de observar, el cíclope es el observado. Un día, los monstruos dejarán de pasear entre nosotros Con el parche de cristal, seremos uno de ellos.



ABREFÁCIL. Ese amigo cree que sabe cocinar. Los años 80 y 90 destruyeron el corazón de la cocina con la mejora del abrefácil. Lata anillada, paquete o bolsa con línea de puntos por la que recortar. Ese amigo que cree que sabe cocinar resume su arte en dos pasos: cocer la pasta y abrir el bote de pesto. No preparar el pesto, sino desenroscar una tapa. Cuando intento razonar que esa actividad tiene que ver con la gimnasia antes que con la gastronomía, no lo entiende. “¡Si me salen unos macarrones al pesto fantásticos!”. Es posible, aunque cocinar es algo más que ir al supermercado: trata de la transformación. Es una manera de meterse en la realidad a la que nunca llegarán las Google Glass. Podría complicarse e incluir en el acto el amasamiento de la pasta, pero quedémonos con la simplicidad de elaborar esa salsa con albahaca. No está de acuerdo. Encender el fuego, hervir los macarrones, calentar el pesto, mezclar. Eso es cocina, dice.



ESPUMA (Y 2). El sentido de la espuma es desbordar. Pasado el impulso, la tristeza.





El restaurante: Monvínic

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Monvínic
Diputació, 249. Barcelona.
T: 93.272.61.87,
Precio medio (con vino): 50-60 €.




El jarrete como pilar





A Sergi Ferrer-Salat, empresario farmacéutico, bodeguero, melómano y mecenas, se le ve aligerado. Sabe de dolores de cabeza porque el medicamento que más vende lo alivia. Con el chef que acaba de fichar para Monvínic, Guillem Oliva, espera diluir la jaqueca gastro.

En octubre del 2013 fueron reseñados sus platillos rustilux  –rusticidad lujosa– en La Biblioteca Gourmande, reconocida a final de año como una de las mejores aperturas. 2013 fue ubérrimo en estrenos y catastrófico en continuidades. Incluso Enrique Valentí, con un desconcertante silencio, dejó en noviembre CasaPaloma y Chez Cocó y afila nueva proyectos.

La idea inicial de Ferrer-Salat era que Guillem compaginara la dirección de ambas casas, si bien el cocinero prefirió abandonar la sociedad que compartía con el otro dueño de La Biblioteca Gourmande. “Monvínic ofrece un espacio espectacular, es para volverse loco. Da visibilidad, tienes recursos, todo luce más. Ahora hay que evolucionar”.

Acompañado por Héctor Barbero y Pol Contreras, Guillem quiere que su cocina esté a la altura de Monvínic, “de la complejidad del local”, de las 3.500 botellas que almacenan en esas cavas que son como la Reserva del Tesoro de la enología.

Este centro del vino, que Ferrer-Salat descorchó en julio del 2008, comienza una obra discreta con la ampliación de la cocina; una compleja, el traslado al otro lado de la calle de la bocadillería Fastvínic y, en el horizonte, la construcción de un hotel. Ferrer-Salat, prepara el paracetamol, que lo necesitarás. Señala como colaboradora necesaria para la expansión a Clara Saludes.

Con César Cánovas al frente de los sumilleres, bebí líquidos alemanes, australianos, húngaros y eslovenos.
Km 0 para los ingredientes, Km 3000 para las botellas.

El syrah St Hallett del 2008 fue un gran compañero para el jarrete de ternera al horno, presentado en la sala con el hueso, cocina totémica o de adoración. Pieza de anticuario, grande, tribal, poderosa, y muy buena. Era difícil saber si el syrah influía sobre el jarrete o era al revés.

“Una cosa que me molesta es esperar entre plato y plato. Quiero que la cocina fluya, que no haya tiempos muertos, así que los hemos pensado para compartir”, razonaba el empresario.

Aparecieron, en tablas y cazuelas, variadas suculencias. De primerísima, los cortes de butifarra de lletons y pistachos, el tartar de corvina marinado sobre blinis, la quiche, la cansalada del coll con huevas de salmón.

La pastilla marroquí estaba sobrepasada por el dulce y, en la sobrasada, la manzana pintaba poco.
 El macarrón gigante (paccheri) pasado por la sartén tenía un problema de ingeniería: se escapaba el relleno. Pese al inconveniente, estaba bueno.
Atención a los postres: Pol es talentoso. La cazuelita de avellana era más viciosa que una partida de póker.
      
El jarrete de ternera con su hueso como columna sin adornos de la nueva etapa de Monvínic.







Atención al: bar de vinos de la entrada, con menú de 22€.
Recomendable para: enófilos sin fronteras.
Que huyan: los que quieren mesa propia porque aquí son 2 y largas.











¿Qué es lo mejor?

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La locución el Mejor del Mundo –y sus derivados comarcales y propagandísticos– es nociva.

Se puede aceptar lo del Mejor Restaurante del Mundo porque el jurado elector es planetario, aunque resulta discutible la rotundidad del título. Los quisquillosos argumentarán que es imposible cribar la totalidad de los comedores. La guía de la revista Restaurant no es de teléfonos sino de intenciones.

La hipérbole aplicada a lo cotidiano evidencia la ridiculez de quien la usa. Hace meses leí en una carta una promesa incumplida: el Mejor Frankfurt de Barcelona. Sabía al pedirlo que no lo sería, pero razoné que si lo afirmaban al menos se trataría de un bocadillo sustancial.
Una salchicha corriente en dudosa compañía.
¿Por qué se arriesgaron? Porque desestimaron la verdad que la frase carga.

En Madrid, una pastelería ofrece sin sonrojo la Mejor Tarta de Chocolate del Mundo. No la he probado, y me apetece poco porque esa complacencia augura catástrofe.

Solo es posible emplear la exageración como burla y autocrítica, pretendernos lo Mejor del Mundo de la misma manera que Faemino y Cansado se reivindicaban como el Orgullo del Tercer Mundo. 




Andoni Luis Aduriz sin collar

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{Este artículo fue publicado en la revista Vino+Gastronomía, donde escribo la sección Diario de un omnívoro. Corresponde a una cena en Mugaritz celebrada en noviembre. Como otros restaurantes Guadiana, Mugaritz acaba de comenzar la temporada 2014}




Miércoles



Volver a Mugaritz es siempre regresar, de alguna manera, al laberinto. Al placer pero también a la duda, al gusto y al disgusto.

Un disgusto que en nada se parece al enfado o a la decepción, sino que espolea y discute el conformismo, la vieja butaca con los muelles flojos que tan a menudo se confunde con la gastronomía. Sí, a algunos les irrita que Andoni Luis Aduriz esté poco domesticado, que no quiera llevar collar.

A la sombra del roble, me estimulan, hacen pensar, me revuelven la olla del cerebro con un palo.
He estado aquí muchas veces y siempre en situaciones con alto poder simbólico cuyo recuerdo perdura, agarrado a la memoria.
Una cena con Seiji Yamamoto cuando aún no sabíamos quién era Yamamoto.
Una estresada comida con un gran cocinero en paradero desconocido que después enloqueció.
El conocimiento del caolín tras una excursión sin aliento a las cuevas de Aizbitarte.
Una noche de poso tras dos días con la familia Bras en Laguiole.
El último ensayo, fisgando cómo decidían qué era fundamental y qué trivial, antes de la reapertura que dejaba atrás la alfombra de cenizas.
Vuelvo a Mugaritz con la certeza de que sucederá algo. Y sucede.

¿Es gastronómico o metagastronómico? No lo sé, pero es agradable levantar las faldas a la solemnidad. Los camareros distribuyen un cómic, que es también un mantel individual, sobre el juego de la taba.
En unos saquitos de arpillera, tres falso huesecillos. Los comensales se juegan a los chinos una recompensa, un montoncito de caviar ecológico --¿es eso posible? ¡anda oxímoron!-- que sirven sobre una cerámica que representa un hueso, moldeado por artesanos japoneses del pueblo de Arita.
Sobre la pequeña pieza se posa la responsabilidad de 400 años de historia.
Que nadie se despiste: lo nuclear de esta actividad no son las bolitas negras sino su soporte, que hay que acariciar. Un producto de la tierra pasado por la mano del hombre. ¿Acaso no es eso la cocina?

De forma más convencional, en la absoluta incorrección de Mugaritz, la carne curada de bogavante con arroz fermentado.
Los espíritus asustadizos ya estarán colgados de la lámpara del techo. Lo adoras o lo detestas. Yo lo adoré. Sabores muy altos, de tenor.
Cada vez que alguien escribe que la cocina de Mugaritz es “insípida” o que se sitúa en el “umbral de la insipidez”,  Andoni se parte de la risa porque ese término forma parte de un chiste interno.

Comparte sustancia, intención y ADN mugaritziano con las hebras de buey de mar con mucílago vegetal, macadamia y pimienta rosa, un plato con lágrima, que engancha, que se engancha.

El chef suelta a menudo una frase simple altamente compleja, que resume también su cocina: “Me gusta lo sencillo”. Parece una provocación y solo es síntesis.
Lo mismo sucede con lo que sirven: parece una bravata, una llamada a la beligerancia, pero solo buscan agradar. Porque hay otras formar de agradar, también desde desconcierto, la dificultad y el desafío.

A Andoni es fácil quererlo, su cocina requiere de mayor esfuerzo.
Cuidado, conejos, el chef cazador anda suelto, y sin collar.




   

El restaurante: Somodó

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Somodó
Ros de Olano, 249. Barcelona.
T: 93.415.65.48.
Menús: 18,50 (mediodía), 25 (noche) y 38 € (degustación). 




La codorniz vuela alto




Un plato puede salvar una comida. Lo probado en Somodó hasta esa aparición era de una calidad razonable, aunque sin exaltaciones. Pero un plato puede saldar un mediodía con satisfacción y el empuje final lo dio la codorniz en dos cocciones.


Las aves pequeñas son de endiablado trato. Recuerdo una perdiz a la brasa, en un tres estrellas ya cerrado, menos comestible que una rueda de tráiler.


Si el muslo está hecho, la pechuga quedará cruda: cada parte tiene que ser sometida por separado.


En Somodó, Shojiro Ochi y el jefe de cocina Toshi Suzuki dan al ave los toques que requiere: la pechuga al horno y a la brasa; el muslo guisado con soja y jengibre. Ambos conservan su estructura, sin que la virtud de una sea el defecto del otro. Puré de cé
lerí, tirabeques, setas, las dos partes del plumífero en su punto.

Somodó es un restaurante con japoneses que no es japonés. En 1979, Shojiro se instaló en Barcelona porque conocía a un cocinero y se empleó en Los Navarros, un restaurante étnico desde el punto de vista de un oriental. Al zen por la chistorra.


“La verdad es que me sale bien la merluza a la vasca”. Sin saberlo aún ese aprendizaje sería definitivo para su estilo futuro: la técnica japonesa mezclada con otros mundos.


Somodó se llamó Shorijo durante años: “Pero hace tres no iba muy bien. Nos quedamos dos, Toshi y yo y lo llamamos Somodó”. Somos dos. Zomo do. “Parece andaluz”, ríe Shojiro. “Es alta cocina con un poco de japonés y de Mediterráneo”. Alta cocina a 18,50 euros, precio cerrado del menú del mediodía. Por la noche, otro menú, a 25.


El restaurante ocupa una antigua tienda de lencería, “el espejo de la entrada es el original”, en la República de Gràcia. No desnudan la cocina sino que la visten.


Durante el servicio, Shojiro es muy estricto. Canta los platos, toma nota, sirve, vigila a la camarera. Una manzana en la mesa para dar color y sugerir salud, servilleta de algodón y vajilla cuidada. El pan es buenísimo, del Forn de la Trinitat; el vino del menú, ejem, un navarro, ¡Los Navarros!, justito. Aperitivo, primero y segundo, llegarán con un crujiente, también en el postre.


Caballa marinada sobre tomate asado y crujiente de aceituna negra: buen corte del pescado y unos innecesarios quicos.

Caldoso de trigo con pulpo a la plancha y crujiente de gambas: la idea de un arroz marinero con otro cereal. El pulpo, demasiado duro; el trigo y el fondo, magníficos.
El pre postre: cremoso de queso de cabra y mermelada de manzana y miel, con rebanada de pan, tan corta que genera deseo.
Sopa de fresa con esferas de yogur y ¡crujiente de limón! Con el café, una teja de almendras. Pues sí, definitivo, a los dos les gusta lo crepitante. Pago 18,50 euros limpios, sin esos añadidos tramposos que desvarían otras cuentas.

La codorniz resume Somodó, un juego de dúos, muslo y pechuga, Japón y el Mediterráneo, Toshi y Shojiro.

                  



Atención a: la buena miga del pan.

Recomendable para: los que quieren delicadeza a buen precio.
Que huyan: los que si ven un japonés, quieren japonés.






Vinos de guarda que no he conseguido guardar

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Tres vinos, con nueve, ocho y seis años. Qué viejos parecían y qué jóvenes eran.


Lo piloso está de regreso

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NECROLÓGICA. La necrológica es una forma pasajera de resurrección.



CABELLO. La dictadura de Kim Jong-un sería risible si no estuviera construida sobre cimientos de sangre. Miles de muertos y millones de cautivos en un país-cárcel. Una de las últimas chaladuras es obligar, por ley, a que los coreanos imiten su cabello al tazón, con las sienes rasuradas. Puede que este hombre mofletudo posea las peluquerías de Pionyang al completo y que el rapado sea otra forma de exprimir, esquilmar y tomar el pelo a los pobres conciudadanos. Cuando les corta el cabello, está más cerca de sus yugulares. Pronto pondrá una barbería para degüellos finos.



CEPILLO. Cepillarse los dientes es sacar brillo a un objeto íntimo.



AXILA. Madonna emboza Instagram con una axila peluda. Si se mira con detenimiento el boscaje parece un injerto, el sobrante de un bigote hipster. Esta cincuentona siempre quiere estar a la última, lo que la obliga a usar el Loctite para fijar ideas o pelos. Se apunta la cantante a una vellosidad contraria al depilado Kim Jong-un, que arrasa con todo. Lo piloso está de regreso y no distingue de sexos. Comenzó, alto, barbicerrado y público y ha ido bajando hasta alcanzar las partes privadas. Esplendor en el bajovientre.



ESPARTO. La acción sobaquil de Madonna es antigua y redundante: lo hacía de joven para enseñar el mismo mostacho vertical, solo que entonces era negro carbón y, ahora, rubio mal teñido. Se pronostica un apagón en los láseres y un alza de los acondicionadores. Que sea abundante no significa que haya que herirse con el esparto.



COMPETENTE. La ministra Fátima Báñez y el ministro José María Soria, ese hombre de bigote indeciso, estilo velcro Aznar, se expresan como gobiernan: con recortes. Hablan de trabajo y de energía y el contenido de lo que dicen eriza la pelusa; y la manera como lo dicen, chamusca la lengua. Lu por luzdao por dado, electrocutadores de verbos y sustantivos. ¿Cómo quieren que los adolescentes hablen con propiedad si los adultos mutilan las palabras? Ni son competentes ni hablan con competencia.



PEINE. Es la antena de los cabellos.



MURALLA. Un conocido ha viajado a China. Una forma rápida de comunicarse es con un mensaje directo en Twitter. Es una persona considerada y acostumbra a responder rápido. Silencio tras la muralla. Al rato, contesta por WhatsApp: “En China no podemos utilizar Twitter. Veo pero no contesto”. Con un sistema alternativo, hemos abierto la cerradura. Solucionamos el problema con la otra entrada. Me quedo con eso, con la posibilidad de romper bloqueos con una tecnología de bolsillo.



PELO. Los que no tienen, lo quieren. Los que lo tienen, no lo quieren.





El restaurante: Lata-Berna

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Vaya, ni una sola de estas preparaciones va en una lata.




Lata-Berna
Torrent de les Flors, 53. Barcelona.
T: 93.193.02.88.
Precio medio (sin vino): 20€




Los límites de la lata




Una cocina inesperada en una escenografía cantinera. ¿Cuál es el estilo de Juanjo Martínez? “El 70% lo servimos en latas. La idea es elevar la lata a la potencia superior”. La taberna. Lata-Berna. ¿Un chiste suizo? La primera idea, sencilla, era un espacio para el vermuteo, al que no renuncia, pero después el currículo se ha impuesto: diez años como chef ejecutivo del Arts, con mando en otros hoteles de Shánghai, Dubai y Portugal dan para más.

En la calle Torrent de les Flors, Juanjo no podía olvidar al cocinero experimentado y resignarse a ser un latero, a la simple apertura de berberechos y mejillones de Espinaler.

“Un día me vino a la cabeza lo de las latas”. La lata como recipiente, comer entre límites. Lo fresco, ocupando el lugar de la conserva.

Juanjo (1976) se ha especializado en los soportes de hojalata, aunque hace más de una década que ese recurso habita en Barcelona. Fue en el 2002 y la forma de servir tiene su origen en la boda de un chef celebérrimo. Después, algunos de los alumnos extendieron la chapa.
Rompo mi norma habitual para protegerme del tedio de la vieira, el tartary la hamburguesa, iconos o Grandes Éxitos de esta ciudad fotocopiadora. Juanjo le da un plus, “un premio, un regalito”.

La vieira es en cebiche y a daditos (corte poco ortodoxo para el preparado), con aguacate y caviar de fruta de la pasión.
Convence, y mucho, así como el tartarmalicioso, señalado por unas escamas de vino tinto, que tienen el mérito de que han sido elaboradas por el artista pero que se pierden en la contundencia cárnica.
La hamburguesita, para zampar con una mano, concentra sabores en menos de diez centímetros: ternera, fuagrás y huevo de codorniz. Viciosa como un lengüetazo.

Comienzo con una Epidor de barril y sigo con una copa de tinto Malacapa. La carta de vino es muy corta y está impresa en ¡madera! 
Es feo-feo pero bueno el cangrejo de caparazón blando rebozado con tinta, fish&chips lo llama, las chips son de yuca y el fish es crab.
A los finos canelones de espinacas con requesón les sobran los tomates secos y la tortillita de camarones encuentra un contrapunto refrescante en la vinagreta thai.
De los dos postres, el que me interesa es la leche frita con sopita de canela.

Aunque inauguró en octubre del 2012, Juanjo celebra la reapertura después de una necesaria insonorización: “Ahora es doble o nada. Abrí con un cojín financiero pero ya lo he gastado en estas obras”.

Enseña la diversidad de lámparas, “me gustan mucho”; la puerta tuneada de los baños, el gallinero que sirve como bodega, la caja fuerte que esconde una nevera, las sillas desaparejadas.

“Siempre había querido abrir una taberna como las de antes”. Nunca antes había estado en una taberna como ésta.



      


Atención al: plato “saludable” y múltiple del día, a 9 €.
Recomendable para: los que quieran experimentar el taberneo renovado.
Que huyan: los que necesitan espacios diáfanos y minimalistas.






Ginés Adrià (1937-2014)

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Ginés Adrià, derecha, junto a su hijo Ferran y Albert Om en una imagen del programa El convidat.






Cuando Ferran y Albert Adrià van a casa  de sus padres, Ginés y Josefa, no son genios, sino hijos. Hijos que se comportan como hijos, con amores y entregas y suavidades, sin que el rango se interponga.

Ginés Adrià (1937-2014) murió la madrugada del jueves y deja su apellido ligado a la historia. Nacido en Vilalba dels Arcs, fue estucador e impulsor fortuito de la carrera de FerranAlbert se afilió al oficio del mayor con la inconsciencia de los pequeños.

En 1980, fue Ginés quien envió a su primogénito a trabajar con Miquel Moy, cocinero de Hotel Playafels, en Castelldefels. Con ese gesto enderezador para que su chaval no se extraviara en la juerga de la juventud lo metió en la vereda del triunfo planetario.

Ginés colocó a Moy un chaval de 18 años con el pragmatismo del pintor. Si no te gusta el color, lo cambio. «Pruébalo y si no va bien, lo dejas», le dijo a su amigo. Moy lo probó y al poco tiempo ya lo llamaba El Figura.

Una ocupación principal de los hermanos Adrià son los padres. Pachuchos desde hace algún tiempo, los acompañan de manera constante.
Desde el jueves falta uno de ellos, el estucador Ginés Adrià, padre de genios.






Felip Llufriu deja Roca Moo y se aventura en Menorca

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Joan Roca con Felip Llufriu en el renovado comedor de Roca Moo. Foto: Josep Garcia / El Periódico





[Información publicada el sábado 25 de abril en las páginas Gourmet's de El Periódico]




El menorquín Felip Llufriu (Ciutadella, 1977) fue durante más de una década el jefe de cocina de Roca Moo, en el Hotel Omm, que como indica el nombre está bajo la potestad gastro de los hermanos de Girona. Una estrella de la cocina barcelonesa, señalado por la Michelin, que regresa a su isla después de 13 años en la estela de Joan Roca. «Se lo debo todo», dijo el miércoles de pétalos y hojas antes del último servicio. Servir es el verbo de la gastronomía.

 Felip ha hecho las maletas y es su segundo, Juan Pretel, el que se se responsabiliza de la plaza. La misión es la misma: trasladar el ideario de los Roca a la capital, con la libertad de idear sus propios platos en el estilo roquiano, como hizo Felip.


Quisiera volar de inmediato a Ciutadella para que Mon, su futuro restaurante, comience a girar. Pero un acto de amor le impide marcharse: está a punto de nacer –o tal vez lo haya hecho ya– su segunda hija.

«Mon es el posesivo. ¡Por fin puedo tener mi restaurante! También se refiere a mundo, a un mundo propio». Abrirá en junio, si los obreros cumplen, en un hotel en construcción, Can Faustino, en el casco antiguo de la localidad. «No quiero un restaurante de temporada, sino trabajar todo el año, convencer a los vecinos de que Mon es su casa». ¿Creatividad o tranquilidad? «Según lo que pidan».

Joan Roca le enseñó a «primar el producto sobre cualquier otra cosa». Técnica, tecnología e inventiva para resaltar el ingrediente. Es el propio Roca el que le dice adiós: «Estamos encantados con su trabajo y vamos ayudarlo en lo posible. Es un gran gran cocinero». Dos veces grande.




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