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Los mejores estrenos del 2014 // Barcelona

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[Selección publicada en El Periódico el domingo 28 de diciembre de 2014)





Disfrutar
Villarroel, 163


Por fin, Oriol Castro, Eduard Xatruch y Mateu Casañas lo han conseguido, y en el último mes del año, cuando las gargantas se atascan con los polvorones: han abierto Disfrutar, epítome de El Bulli, donde fueron jefes de cocina. Vanguardia sin teatralidad, solo sabor. Están destinados a grandes reconocimientos. Los macarrones de gelatina de jamón con espuma de carbonara son el plato/resumen. De lo popular a la alta cocina.



BistrEau
Paseo de Gràcia, 38



Ángel León finaliza 2014 a lo grande, coronado con algas: un hijo, la segunda estrella para Aponiente (en El Puerto de Santa María, que traslada) y el barcelonés BistrEau en el Hotel Mandarin. Experto en cocina marinera, la suya no se parece a la de otros restaurantes de la especie. El capipota con piel de atún, colágeno de raya y chorizo marino concentra lo mejor de ambos mares, mundos y estilos. 



Hoja Santa
Mistral, 54



Lo peruano ha dado paso a lo mexicano. Están emocionados los indios (atención al joven Tandoor) por si llega su momento. Albert Adrià y su genio han abierto dos restaurantes en plan matrioska, cocinados por Paco Méndez: la taquería Niño Viejo y el gastronómico Hoja Santa. ¿Es posible otra revolución mexicana sin el típico sombrero? Oaxaca, de Joan Bagur y Sagardi, refuerza la tendencia mex.



Matís Bar
Plaza Nova, 5



Los chefs off Barcelona buscan alegrías en la metrópolis. Los hermanos Martínez de Terrassa, Juanjo y Artur, el crack de Capritx, han encontrado asilo en los bajos del Col·legi d’Arquitectes. Las albóndigas a la jardinera son un hito de lo cotidiano llevado a lo más. Desde Santa Coloma de Gramenet, Victor Quintillà (Lluerna) ha puesto picante en Bitxarracu. En ambos lugares, amistosos precios.




Can Boneta
Balmes, 139



La ciudad ha descubierto las tabernas, tal vez porque se habían ido o languidecían entre telarañas. Can Boneta recupera el mármol y el porrón. Algún día beber en porrón será hipster, y lo estropearán. Imprescindible el blini de tortilla con butifarra blanca. Se tabernea en más lugares: La Taverna del Suculent, de Carles Abellan, y la Taverna Hofmann, de Mey Hofmann. A los aristochefs les tira la cocina de anticuario.






Con esto despedimos el 2014...

... y con esto recibimos el 2015

Homenaje a Ai Weiwei

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Foto de la famosa vasija de Ai Wewei, con el dedo de un espontáneo a la manera del gesto característico del artista chino.


Exposición On The Table. Ai Weiwe (La Virreina, Barcelona, hasta el 1 de febrero del 2015).



Restaurante Lluerna // Santa Coloma de Gramenet

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Lluerna
Rafael Casanova, 31. Santa Coloma de Gramenet.
T: 93.391.08.20.
Precio menús degustación (sin vino): 36,14; 53,35 y 71,50 €.




Del blanco al azul




Coincido con Víctor Quintillà en que el plato que mejor representa a Lluerna en estos momentos es el jurel marinado con jugo de piparras.
¿Por qué? Por el sabor, por la simplicidad y belleza, por la acidez bajo control, por la exacta cocción del filete.
Porque construir la Gran Cocina sobre el caviar y la trufa y otros onerosos residuos solo requiere contactos y billetes.
Hacerlo con “productos humildes” es valiente y sincero y desacomplejado.

Lluerna, que abrieron en 2001 en un improbable destino, ha evolucionado al paso de Víctor y Mar Gómez, jefa, sumiller y pareja, y soltando anclas y plomos y manierismos hasta esta simplicidad a la que solo se llega con un complicado trabajo en la discreción de la cocina. Todo lo que en la sala parece fácil ha pasado por ocultas dificultades.

Y aunque en este momento prefiere la desnudez, Víctor también sabe vestirse con ropajes pesados y solemnes. Es esa línea ancien régimeestá el coulant de patata, trufa, huevo y jugo de rustido, evolución de un sol amarillo que tomé en febrero del 2010.
Abrir el paquete es derramar placer. La pregunta es: ¿lo importante es la patata, la trufa o el huevo? Diré que lo que menos me interesa es lo más caro. Patata y huevo, y talento.

“Cada vez me identifico más con los productos cotidianos”, reflexiona el cocinero, implicado con el vecino Campus de l’Alimentació de Torribera, alianza estratégica entre centros.

Hay hervor gastro en Santa Coloma de Gramenet. Y eso que en el 2012, cuando más afinada estaba Lluerna, estuvieron a punto de extinguirse. Remontaron gracias a la Michelin y ahora es un gusto ver el comedor lleno.

2014 ha sido el año de morder Barcelona con Bitxarracu, contado en estas páginas: “Lo siguiente será abrir un rincón para explorar el mundo de los bocadillos, también en Barcelona”. En el 2015 pueden suceder cosas en/con Lluerna. Atentos, pescadores de noticias.

Lluerna es un pescado blanco y Víctor tira la caña a los azules. “A finales de los 90, la lluerna casi la regalaban. Era de descarte, ¡ahora no! Pero en los menús siempre hay pescado blanco”. Sugiero en broma cambio de nombre: Verat por Lluerna.

El (muy buen) bloody mary es un cóctel de cuchara con sardina ahumada. La (muy buena) caballa en escabeche suave con su chispazo de cítricos es una alfombrilla de bienvenida.

La terrina de rabitos de cerdo ibérico, un pequeño monumento: mar y montaña mecano, hoy toca con espardenyes, otro día será calamar.
El corte que me llega del pato no es el más adecuado, snif.
Los dos postres son de saludo en el balcón: cebiche de mango, coco y cilantro y coulant de avellanas con maracuyá.
Contrastes que funcionan: ha vertebrado el menú con esos pequeños choques.

Los colomenses son afortunados: que Víctor y Mar hayan aguantado, con Barcelona tentando a pocos kilómetros, merece reconocimiento. Y el único que quieren es que los quieran.










Atención: a la carta de vinos y al Acusp 2013. Y al menú vegetariano.
Recomendable para: los degustadores de alta cocina popular.
Que huyan: los que piensan que fuera del Eixample, finis terrae.








Michelin pasa por el planchista

En la guarida del oso // Osso // Lima

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Si Renzo Garibaldi (Miraflores, Lima, 1982) gira la muñeca izquierda y muestra la parte oculta, la más blanca, aparece aquel tajo que pudo haberle costado la mano.
La cicatriz es pequeña, no parece que arriesgase mucho. Un reloj, que partió por la mitad, salvó tendones y hueso.
Un corte limpio que dividió el tiempo y podía haber acabado con el carnicero antes de comenzar. Este no es un oficio para mancos.
Fue un accidente de aprendiz en Fleisher’s –la carnicería de Joshua y Jessica Applestone en Kingston, valle del Hudson, donde veló armas– cuando se enfrentaba a un cordero muerto con un cuchillo vivo.
“Deshuesaba el pecho. Al chocar con el hueso, resbaló el cuchillo y saltó. Tenía un reloj azul de plástico Nixon. Hoy sigo usando reloj con correa de plástico lo más gruesa que encuentro. Es una especie de protección”.
El reloj azul está en su casa como recordatorio de que a las imprudencias les llega su hora. “Me hace recordar que puedo decir que aprender me costó sangre, sudor y lágrimas, y decirlo de forma literal”.


Osso, la última sensación de Lima

Osso, la carnicería-restaurante de Renzo, es la última sensación de una Lima gastronómica con más efervescencia que el sidral en un vaso de agua, en la que establecimientos como Central (Virgilio Martínez), Astrid & Gastón/Casa Moreyra (Diego Muñoz), Maido (Mitsuharu Tsumura) y Malabar (Pedro Miguel Schiaffino) descubren la grandeza y la ambición y la complejidad de una cocina que trasciende la papa y el choclo.
En un país en el que se consume poca carne de res y donde la oferta de pollo a la parrilla monopoliza los comedores públicos, Renzo se inventó como carnicero de animales grandes tras probar como especialista de pescados en La Mar de San Francisco, en EEUU, que forma parte del grupo de Gastón Acurio, el hombre que inventó la gastronomía en el Perú moderno.


Hamburguesas del tamaño de la cabeza de un niño

La primera clase fue con Ryan Farr, dueño de 4505 Meats, del que había sido cliente y consumidor de hamburguesas del tamaño de la cabeza de un niño.
“El primer día que corté carne en San Francisco, en esa clase… Me sentí carnicero desde el momento en el que empecé a mover el cuchillo. Después de eso no había marcha atrás”.
Que Renzo cambiase las espinas por las columnas vertebrales es menos traumático que el camino de la clorofila a la sangre que siguió su maestro Applestone, vegano durante 17 años. Resulta que entre estos expertos en el músculo y la hemoglobina hay exmilitantes de lo verde, que recuperan su relación con la naturaleza con la ingesta de herbívoros como si se sirvieran de una médium.


Un carnicero golfista

Esta mañana, Renzo, descendiente de italianos con apellido de libertador (“mi bisabuelo Santiago era genovés”) y con padre en el negocio textil, ha estado jugando al golf con esa muñeca izquierda que salvó gracias a un reloj. “Mi padre es socio de una empresa textil. Siempre hay expectativas para que se sigan los pasos del padre. Pero como son varios socios, en algún momento decidieron no contratar a los familiares. Por suerte, no hubo opción de seguir ese camino”.
El campo está en La Molina, distrito residencial de Lima a una hora del centro: para llegar a este césped en el que pastan los ricos de la metrópolis hay que armarse de paciencia porque el tráfico es de hormigón armado. Conducir por el extensísimo suelo capitalino en coche es una forma de estar parado.
En La Molina, Renzo y su mujer, Andrea Yui, abrieron la carnicería en julio del 2013 y el restaurante en septiembre del 2014.
Imaginar al carnicero con un palo de golf es chocante: mide 1.92 metros y pesa 120 kilos. “En proceso de bajar un poco”. En sus manos de oso, el palo es una astilla. “Parezco más un leñador que un golfista, pero la verdad es que juego bastante bien, y el tamaño y el peso me ayudan a pegarle muy largo a la bola. Espero seguir mejorando”.












La élite del oficio

Su revolución tiene una pata local y otra mundial. La local es que abrió una carnicería en un país donde los mamíferos los despachan en mercados y supermercados y pocas veces en establecimientos con vida propia.
“No somos un país con cultura ganadera. Hemos sido menos exigentes. Esas personas con experiencia que podían recomendar qué comprar desparecieron cuando el cliente solo buscaba bistec y lomo, los cortes más rápidos. Perú es un país en vías de desarrollo y tenemos un grado de pobreza aún muy alto. Por eso tenemos un consumo tan bajo de carne. Al no ser un país ganadero, la carne sale cara, fuera del presupuesto de muchos peruanos. Aunque eso ha ido mejorando”.
La pata mundial es que forma parte de la élite del oficio, sangre nueva para una ocupación primitiva, liberados de la mosca y la putrefacción y las acusaciones de asesinato.
“Creo que siempre existió el movimiento, solo que ahora le estamos dando más importancia. Es increíble el acceso que tenemos hoy a la información. Esos carniceros que han estado haciendo bien las cosas y con amor por la profesión solo eran conocidos por sus clientes. En cambio, hoy pueden llegar al mundo entero gracias a las fotos que los clientes toman de las tiendas, Twitter, Facebook…”.


Ganadería artesanal

Es probable que el primero de la lista de desolladores con estilo sea el italiano Dario Cecchini, que recita versos de Dante hacha en alto, y lo sigan los franceses Yves Maria Le Bourdonec y Hugo Desnoyer; los norteamericanos Applestone, Farr, Taylor Boetticher, Tom Mylan y Chris Cosentino, y el británico Tim Wilson.
En todos prende el discurso de la sostenibilidad, algo chocante porque están especializados en vacas, fábricas de metano con pezuñas y grandes consumidoras de energía. Para conseguir un kilo de ternera es necesario dilapidar 15.400 litros de agua.
Ellos lo saben y responden que defienden la ganadería artesanal frente a la industrial, que eligen al animal libre, sin hormonas ni antibióticos, y se alejan de las bestias hacinadas, drogadas y sobrealimentadas. Aunque les sería difícil santificar el Km 0: los rumiantes llevan pasaporte con muchos sellos.


Meditada estética, limpieza de quirófano

La carnicería y salumeria Osso (hueso en italiano) abre en canal el negocio antiguo. Una cuidada estética con una gráfica potente (“la diseñó mi cuñada Jessica”), una limpieza de quirófano, carteles insinuantes, los cortes expuestos en las vitrinas con el orgullo del que sabe que maneja un producto óptimo y que desmembra con pericia: “Trabajamos animales enteros”. Camisetas roncanroleras, sartenes, salsas, mezclas de especias, y el escudo nobiliario de casa Osso: dos hachas cruzadas.
No solo corta y vende carne: también despacha una forma de euforia.


36 camisas de cuadros en el armario

Renzo participa de esa meditada estética: la barba deshilachada, la gorra, la camisa de cuadros. Guarda en el ropero 36 camisas de cuadros, “incluidas un par de vestir”, y unas 30 gorras, “contando con las de golf”. Quiere ser identificado con facilidad, además de por sacar medio cuerpo a los empleados: “La gorra y la camisa son parte del uniforme”.
Es fácil confundir Renzo y Osso, su talla es de plantígrado y más de una vez los clientes se dirigen a él con el apelativo animal.
Osso es una u: un brazo, la carnicería; el otro, el restaurante. El lugar interesante está detrás. En realidad son dos espacios, la cámara donde sosiegan las adquisiciones y la mesa de arce donde lleva a cabo los sacrificios. Sobre la tabla, las vacas muertas afrontan una autopsia exquisita.


"No todos los animales son iguales"

“Lo primero que veo es la calidad de la carne y el trato que esta ha tenido. Buscamos huesos rotos, coágulos de sangre o cosas por el estilo que puedan mostrar un maltrato al animal. Si hallamos algo de eso, lo devolvemos y hablamos con el proveedor. Vemos el desarrollo de los músculos. No todos los animales son iguales. A veces llega un cerdo con mucha grasa en el lomo y tratamos de aprovecharlo sacando chuletas largas. Siempre tratamos de entender lo que tenemos antes de decidir por dónde abrir”.
El destino será el fuego, al otro lado de unas puertas de cristal que protegen a los comensales del infierno. Un parrillero, seguramente un hombre de amianto, lo alimenta con maderas aromáticas, naranjo y manzano. Sahumerio para el último viaje.
En broma, Acurio le dijo recientemente: “¿Cuándo meterás vegetales en la parrilla?”. A lo que el carnicero respondió sin tirarse del bigote: “Ya estoy con el pollo”.








Una habitación secreta con tres condiciones

La mesa ocupa el centro de la habitación secreta. Una vez al día y para una decena de personas, el carnicero ofrece intimidades.
“Para comer aquí hay tres condiciones. La primera: no hay cubiertos, se come con las manos. La segunda: la botella de vino no puede estar en la mesa porque hay que evitar que se derrame. Es mi mesa de trabajo. La tercera: esto es una dictadura. Se come lo que yo quiero”.
Esa forma de masoquismo suave parece agradar, porque las reservas están ocupadas los siguientes dos meses. Otra de las reglas de Osso es que no se tira nada, así que el jabón para las abluciones está hecho con grasa. Un grifo y abundantes rollos de papel facilitan que los refinados salvajes se limpien tantas veces como quieran.
En una de esas veladas con colmillo, el cardenal de Lima exigió cuchillo y tenedor a la altura de su eminencia. A la tercera tanda estaba metiendo las manos en el tartar en busca de la comunión.
“Me encanta este olor”.
No es olor a muerte sino a fresco. Acaba de salir de la cámara frigorífica –4º de temperatura y entre 72% y 76% de humedad–, donde se balancean canales de reses de 450 kilos con tres años de edad y cerdos de entre 90 y 100 kilos y entre los 10 y los 16 meses. Habrá que establecer paralelismo entre la corpulencia del anfitrión y sus víctimas. Las chuletas añejadas tienen colores antiguos, de tierra primigenia, de arcilla blanca y de arcilla roja. Esto podría ser una cueva y Renzo, un hombre de las cavernas.


Experimentos con el tiempo

Lo más interesante que sucede en ese fresco interior es la maduración. El artista experimenta con el tiempo. Las bacterias trabajan en silencio. “Pasan ahí dentro entre 10 y 250 días. Nuestra máxima espera ha sido con un wagyu de 320 días”. Si fuera un infante, en ese tiempo hubiese aprendido a andar. Existe entre los especialistas una discusión sobre las sobremaduraciones. ¿Cuál es el límite? ¿Y cuál es el periodo óptimo? ¿A partir de qué fecha el tiempo es el enemigo?
Renzo opina que cada pieza requiere un toque: depende de la grasa, depende de la raza, depende de la crianza. No es igual angus, que wagyu, que holstein, que simmenthal. Y también son distintos si mugen en peruano o en norteamericano.
“Es algo que nació de la curiosidad. Quería ver hasta dónde podríamos llevar la carne y qué cambiaba con los días. No había un plan maestro, pero hoy se ha vuelto nuestro sello”.
Las viandas se suceden en esta fiesta de la proteína. Mantequilla de lardo, embutidos (poca tradición en Perú, concentrada en los Andes y casi para autoconsumo), panceta, tartar mezclado con huevo por uno de los comensales, rillettes (pato, ¡ave, anatema!, según la receta que aprendió en Francia), hamburguesita, hot dog (¡buen perrito!), costilla lacada, chuleta ahumada. Una máquina de palomitas va expendiendo maíz engrasado. Croquetas de carrillera rebozadas con chicharrones. Aguanta, mañana no te hagas análisis de colesterol. Asado de tira. Que bebo vino. Que me levanto y que me limpio. En un momento piadoso, aparece una ensaladera con un poco de lechuga.











Comer en la mesa de despiece

La mesa de la muerte es la mesa de la celebración. Donde Renzo hunde el cuchillo deshuesador “de 10 o 12 centímetros”, los comensales enseñan dientes y ríen y brindan, ahítos. Ellos han ingerido carne, y son carne.
¿Hay simbolismo en unir trabajo y festejo? “Definitivamente. Para nosotros, la carcasa de la res o del cerdo es el inicio del trabajo. Y eso sucede en la mesa. El menú degustación es el final del trabajo y por eso lo hacemos en la misma mesa. Cerramos el ciclo. Es la pieza central de la tienda. Todas las noches, la limpiamos con agua y la afeitamos. La cubrimos con sal para absorber toda el agua y eliminar las bacterias que puedan quedar. A parte de que es como un ritual echarle sal a la mesa”.
Los ritos, la materia, los gestos de magia cotidiana.
Como número final, Renzo se pone guantes, coge un trozo de wagyu con un reposo de 220 días. Levanta las brasas, lo mete dentro y lo cubre con los rescoldos. Cronometra dos minutos. Lo desentierra y lo deja encima: un minuto más sobre la lava. Una vez limpiado, la carne es la mejor carne.
Al girar la muñeca, muestra aquella cicatriz que pudo haberle costado la mano.
Otro reloj gigante le sirve como salvaguarda y amuleto.














Fe en el romesco

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El romesco merece reconocimiento como una de las mejores salsas del mundo. Insuficientemente celebrada por los foodies–conocidos en tiempos de la dominación francesa como gourmets–, esa hemorragia está a la altura de iconos planetarios homologados como el kétchup, la tártara (y sus mutaciones), la mayonesa, el chimichurri  o la mostaza. Con el añadido de la belleza flamígera y la salud que aportan los frutos secos.
     
Preocupados por la correcta nutrición, el mejunje cumple con los estándares de la dieta sana: hortalizas escalivadas y frutos secos tostados. Para apartarla del exceso de infantilismo, admite el guiño adulto del bitxo, lo que debería proporcionarle éxito entre los amantes de lo asiático, que para algunos es la última verdad culinaria.

El romesco habla de territorio (cuenta Tarragona mejor que mil anuncios), lo que es otro argumentos para los que persiguen productos enriquecidos con historia.

Requerimos a los cocineros imaginativos un nuevo recetario que aleje el condimento de la rutina. El día que la hamburguesa se encuentre con el romesco habremos llegado. 
Y levantaremos estandartes rojos de conquista.






El Nacional // Barcelona

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El Nacional
Passeig de Gràcia, 24 bis. Barcelona.
T: 93.518.50.53.
Precio medio (sin vino): de 15 a 60 €.


Lo macro y lo micro




A Carles Tejedor siempre le interesó el humo. Con lo vaporoso vistió muchos platos en un tiempo lejano cuando cocinaba en la población de Viladecavalls.
Incluso diseñó una barbacoa portátil, artilugio que después olvidó y por el que le preguntó algunas veces. Dice que en el futuro, en alianza con una gran empresa, podría haber lumbre.

Cuando le ofrecieron la dirección de El Nacional (importante pollo gastro organizado por Gerard Subirats, consejero delegado de SB Group), se le encendió la chispa y pensó en la combustión.
Creo que es en La Braseria –si es de brasa debería ser La Brasaria, ¿no?, la palabra francesa brasseria se refiere a la cerveza— donde más disfruta y donde experimenta. Dos de las preparaciones que dejaron con la boca abierta están en pruebas.
La sobrasada de buey: grasa, brillante, envolvente. 
Y la pieza de vaca cocinada al vacío y terminada en la barbacoa. Sabor de parrilla con nueva textura.

Recomiendo El Nacional porque un chef de primera como Carles se responsabiliza de las cocinas, sin que los 3.500 metros cuadrados, los cuatro restaurantes, las cuatro barras, los 200 empleados, los 2.500 clientes que atienden a diario o la volta catalana que techa el edificio industrial me impresionen.

Comí bien y eso solo es posible si alguien con capacidad dirige lo macro y lo micro. Carles está en un momento de ignición: ha dejado BY 13, prepara otro restaurante, consolida la empresa Oilmotion (con seis personas destinadas a El Nacional, como Ferran Tadeo), sigue investigando con el aceite e intenta no resbalar.

Comí por cuatro y soplé por uno: champán Ruinart y una copa de Tres al Cuadrado en formato mágnum, que sirvió con la habitual profesionalidad Hèctor Fàbregas, director de operaciones.
Picoteé en la barra de ostras (la gallega, chapuzón en mar bravo; tartar de atún con avellanas y piel de bacalao como cuchara) y en La Taperia (bomba golfa con salsa de chili crab).

Pequé, lo he dicho, con las carnes. Subí al cielo con la hamburguesa de buey (cadera y culata) de El Capricho, el pollito relleno de pan, ajo y hierbas y la lechuga a la brasa con bacalao y vinagreta.

Y me quedé en el purgatorio con el cojondongo (cecina con pepino, tomate y mostaza) y los calamares rebozados (y poco crujientes) con mayonesa de algas.
Pasé a La Paradeta para el postre: delicioso pastel de torrija. Atención a la máquina de helados diseñada con Sandro Desii.

Carles-que-no-para cuenta que proyectan un clandestino, “más gastronómico”, y que aceptarán reservas para los altillos de La Brasseria y La Llotja (deberían hacerlo también en la planta baja).
Mi día de visita coincidió con el 49 de servicio. ¡Solo 49 días!

“Lo más difícil es estandarizar el proceso. Y lograr que cada lugar tenga su identidad”.
Lo más importante, Carles, es que es que alguien con talento se responsabilice de esto.
 







Atención: a la cámara donde maduran las chuletas.
Recomendable para: los están cómodos en grandes espacios.
Que huyan: los que se sofocan con las multitudes.



Bajo el ala de un ciclón

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ESPALDA. Llamada a los traumatólogos, fisioterapeutas y osteópatas: enderezad a Pablo Iglesias. Carga sobre sus espaldas el peso de España.


YANQUI. Podemos. Ganemos. Primera persona del plural del presente de indicativo. Primera persona del plural del imperativo. Aunque la terminación sea la misma, la intención es distinta. Uno y otro, hijos del we can de Obama. Hijos del imperialismo yanqui, en el viejo lenguaje que Iglesias resucita.


RESINA. Hace muchos años de aquel viaje a Cuba. No salió bien. Imposible pasear por La Habana sin que se pegase alguna de las sanguijuelas que se autodenominaban guías (no lo eran). En ningún otro lugar del mundo me había sentido un dólar con patas. En la recepción del hotel preguntaban por el Rey y en el Malecón, por Mario Conde. Entablar conversación con ellos era tocar resina.


VASCO. Después de tomar un daiquiri en El Floridita y honrar la memoria de Hemingway, esa mitología empalagosa y azucarada hacia alguien que se pegó un tiro, andamos por la calle Obispo, apartando a los plastas que quería adherirse a cambio de dólares. Ser libre en el país preso estaba resultando hercúleo. ¿A cuántos de los merodeadores dije que ‘no’? La caminata se acercaba a la violencia. La frase del acosador número 20 o 25 fue gloriosa: “Vasco, vasco malo, mira que eres malo. Hay diez millones de cubanos y con alguno te encontrarás”. ¡Vasco! ¿Qué le habrían hecho los vascos a este hombre? Encontramos a otros, amables, cariñosos, gente que no quería de nosotros más que nosotros de ellos.


TURISTA. Obama, el de we can o podemos, conseguirá, al fin, conquistar la isla. De bahía de Cochinos (la fracasada operación de conquista de 1961) a un futuro Hotel Cochinos Luxury Resort. Los turistas son los modernos marines. Si planeas una invasión, mejor enviar a tipos con chancletas que a soldados con pertrechos. A la larga, resultan más dañinos.


TRENZA. En esos días de septiembre de 1998 nos evacuaron de Santiago, donde un tironero había intentado robarnos la cámara, por la llegada del huracán Georges. De madrugada, volamos en un avión de papel tras dejar atrás un aeropuerto preparado para la devastación, con las cristaleras cubiertas por maderos. Agobiados por quedarnos encerrados en La Habana, logramos llegar a Varadero. La noche que pasábamos bajo el ala del ciclón es difícil de olvidar. Nos atrincheramos en el bungalow de un hotel sin persiana, con un cristal protegido por aspas de cinta americana para combatir las ventadas de 120 kilómetros por hora. No quise dormir para saber cuándo saldríamos volando. Por si la tensión era insuficiente, una palmera se empeñó en dar cabezazos a la ventana. Con el amanecer, el aire perdió vigor, si bien la ira de Georges–el presidente de EEUU era Bill Clinton, entre los dos Bush, los Georges– duró unos días. Los peces habían huido y las algas eran las trenzas del oleaje. La playa había sido devastada. Una de esas playas por la que comienzan las invasiones.






¿Con o sin?

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He comprado unas tortas de aceite en un súper: crujientes, livianas, buen punto de azúcar y anís. Al lado, la versión supuestamente saludable: sin azúcar.
Leo la etiqueta con espanto por el colocón de betún que propone: de los cuatro edulcorantes que sustituyen al azúcar, tres son derivados del petróleo. A mi entender son peores las sin, desbordadas de aditivos, que las primeras, con el refinado peligro blanco.
El problema de lo sin –con tipografías grandes de márketing rabioso– es que oculta la perversión del con, confinado a la letra para lupa de la etiqueta.
Cuando un producto es sin, la carencia es compensada con un exceso de con disimulado. La palabra que hace tilín a los publicistas es gluten, o su ausencia. Ya todo es sin gluten: y está bien indicarlo con claridad para advertir a los celíacos. Aunque a menudo parece un chiste: hasta las latas de berberechos están mataselladas con sin.
Saber que algo no lleva azúcar es esencial para los diabéticos, saber que ha sido sustituido por maltitol, ciclamato, acesulfamo-k y sacarina, asunto de todos.
Lo light murió atropellado por la locución bajo en, asaltada ahora por la preposición sin.




Restaurante Tandoor // Barcelona

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Tandoor
Aragó, 8. Barcelona.
T: 93.425.32.06.
Menú mediodía: 12 €.
Precio medio (sin vino): 25 €.




Ivan toma el mando





La señora Poonam Chitra sonríe con la boca pequeña ante el entusiasmo de su hijo Ivan (Barcelona, 1991), que va de la cocina a la sala cargado con viandas y pedagogía.

Está orgullosa, y está preocupada, alternando sentimientos como cualquier madre responsable. A finales de agosto, Ivan Surinder puso a calentar el restaurante Tandoor para que la memoria del padre, Surinder Oberoi, siguiese encendida.

No estaba en los planes del joven barcelonés, tan lejos de Delhi y los ancestros y los ritos y las costumbres, hacerse cocinero, pero la muerte del progenitor le obligó a un cursillo acelerado de dolor y hostelería.

En el 2005, en el congreso Cuinasia, el padre conoció a Albert Adrià, así que Ivan buscó el auxilio del Rey del Paral.lel. Durante nueve meses se aplicó en Tickets, donde no aprendió nada de cocina india, si bien se doctoró en astucia gastronómica.

Más optimista que Ganesha, el dios elefante, cerró el Tandoor familiar para abrir la versión moderna, esa en la que la señora Poonam sonríe con temor y alegría. Coctelería (de fin de semana) en la puerta, mural colorista como recibimiento, gráfica potente. Otra generación al mando.

Estoy comiendo, con estupor y regocijo, porque este bisoño tiene arrojo, tiene chispa. ¿Qué espero de un chaval de 23 años con cuatro meses de experiencia? Poco, y yerro.

Me entusiasmo con la croqueta de verduras y mayonesa de menta –apunten, croqueteros--, el pastel de patata relleno de legumbres y la tortita con semillas de tomate y berenjena ahumada.

Mi satisfacción crece con el queso fresco (“hecho en casa con leche de vaca que llega de Montserrat”) con espinacas y me siento el marajá de Kapurthala con el contramuslo de pollo marinado con yogur y cilantro.

Son platos del padre, a los que Ivan le da actualidad, es decir, ligereza. “Para este plato se usa pechuga, pero queda seco. Prefiero contramuslo. Y añado anacardos. He reducido especias y grasas”. Quiere menos picante –tampoco pasa nada si hay fogonazo— y menos ghee, la omnipresente mantequilla.

He comenzado con una cerveza Cobra y he seguido, por indicación de la madre, con el tinto Sula, un syrah indio con tapón de rosca.
Al rollito de carne de cordero con aguacate le falta esponjosidad, no así al pollo tikka masala, hecho en el horno tandoor, que luego fisgaré en la cocina, una boca del infierno donde clavan ese pecado en rojo.
También el cordero con curry ha pasado por la ardiente vasija calentada. El postre resume Tandoor, lo viejo y lo nuevo: samosa de chocolate con cardamomo.

Ivan ríe mucho, escucha mucho, quiere aprender, piensa en otro stage, tal vez con su admirado Jordi Cruz.

Está por escribir la historia de los pioneros de la comida extranjera en Barcelona, la del señor Kao y la del señor Yamashita.

El señor Surinder Oberoi fue el primer cocinero indio con aquel lejano Taj Mahal de 1986. Veintinueve años después, Ivan podría convertir Tandoor en el mejor indio de Barcelona.








Atención: al apartado de platos vegetarianos.
Recomendable para: los quieran un viaje fino al subcontinente.
Que huyan: los que asocian lo indio a espacios folclóricos.







Otra carbonara

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Se tiene poca consideración al agua en la que se ha cuece la pasta. Y es un producto excepcional, una salsa complementaria e inesperada.

Tirar por el desagüe ese jugo es delito gastro, penado con 24 horas de escuchar La barbacoa atado a una silla. El otro día preparé unos espaguetis a la carbonara sin huevo: la crema la dio ese agua enriquecida, que usé como toque final para amalgamar queso y panceta. Los espaguetis quedaron sedosos sin necesidad de la albúmina.

Fue un recurso de última hora, temeroso de que el huevo no estuviera lo suficientemente fresco para emplearlo crudo. Cuando hay niños en casa es mejor no arriesgar.

Me gustó el resultado y lo añadí al repertorio de cocina deshuevizada. Para el tartar hago una mayonesa con aguacate.

¿Una carbonara sin huevo es menos carbonara? El chef José Andrés mandó un mensaje: «La yema es tan importante en este plato...».

Alterar la tradición –aunque no sea la propia– siempre promueve recelo.
No añadí tontería, sino que eliminé peligro. Y di uso noble a un elemento en apariencia secundario.
Otra carbonara es posible o, al menos, se intenta.





Estamos perdidos

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IMPERDIBLE. Otra palabra ronda a los periodistas culturales como un moscardón: imperdible, empleada hasta quedar roma. Sustituye a imprescindible. A los usuarios les debe de parecer más moderna, prendida con gancho y alfiler. Escriben: “Los imperdibles de este año son...”. ¿No saben que estamos perdidos?


INCULPAR. Más sonsonete. En solidaridad con el president Artur Mas, muchos ciudadanos se han inculpado de organizar el 9-N. Por algún desconocido contagio, el verbo ha mutado en autoinculpar. ¿Cómo puede ser? Cuando alguien se inculpa, ¿es necesario reforzar la acusación con auto? ¿O lo requiere la trascendencia del acto?


AMIGO. Sigo la lectura de diarios con más resignación que espanto. “Amigo personal suyo”, han escrito.


PANTALÓN. Si algún día prestáramos atención a nuestras pertenencias, sencillamente a las que vestimos, a las que rozan la piel, a las que cerca nuestra intimidad, nos resultaría difícil seguir como siempre. El pantalón, por ejemplo, fabricado en Bangladesh. Toca esa tela e imagina al obrero o a la obrera que lo ha fabricado a cambio de unas pocas monedas en condiciones laborales de esclavitud regulada. Imagina su lugar de trabajo, su casa, sus hijos, la educación de sus hijos, la salud de todos ellos, las condiciones de vida, la esperanza de vida. Piensa en barro, piensa en moscas, piensa en enfermedades, piensa y olvídalo porque, si piensas, jamás podrás volver a ponerte los pantalones.


FELIZ. Si quieres ser feliz, no te hagas preguntas.


FICCIÓN. El dinero es la mejor de las entelequias. Llevamos a cabo un trabajo real y a cambio nos dan papelitos. Guardamos billetes en la cartera sin reflexionar sobre la fantasía. Esa irrealidad sostiene la economía. Especulamos con que, en algún lugar remoto, existe un oro intercambiable por los papiros. En los dólares escriben: “En Dios confiamos”. Que es como escribir: “En la Ficción confiamos”.


ASTRO. La exposición de Ai Weiwei en La Virreina (Barcelona, hasta el 1 de febrero) es estupenda. Ai es un astro del arte porque se le entiende. Discurso político con mercadotecnia. Poca broma con su actividad: el Gobierno chino ha intentado silenciarlo porque denunció la muerte de más de 5.000 niños en el terremoto del 2008 en Sichuan por la mala construcción de las escuelas. Una de las gestas de Ai fue llenar la sala de turbinas de la Tate Modern (Londres, 2010) con 150 toneladas de pipas de girasol hechas con porcelana por miles de artesanos chinos. Hay un montoncito en una vitrina. Un vídeo explica el proceso. Al final, aparece el nombre del patrocinador: la multinacional de la alimentación Unilever. Adiós, poesía.


HUMOR. Escribo esta página el día en el que los humoristas han sido asesinados en París. A los que escribimos nos gusta el autoengaño, pensar que somos imperdibles. Pero no es verdad: la pluma no vence a la espada. La pluma solo hace cosquillas.




Restaurante Mitja Galta // Barcelona

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Mitja Galta
Constitució, 181. Barcelona.
T: 93.250.58.44.
Menú mediodía: 11,50 €.
Precio degustación: 25 €.




El gusto del barrio




Mitja Galta, un nombre sugerente, atractivo, fronterizo. Podría referirse a un contrabandista, a un bandolero, a un fantasma en las catacumbas de la ciudad. Xavier Insa, uno de los tres dueños, lo desvela. “La gente de cierta edad de L’Hospitalet se refería a la calle de Santa Eulàlia como mitja galta”.

Un lado construido; el otro, no. “También tenemos mitja galta (mejilla) en Barcelona y mitja galta en L’Hospitalet. Y En Mitja-Galta era el título de una novela de 1905”. El autor, Joan Pons Massaveu, la subtituló noveleta barcelonina. Cuando alguien se curra lo anecdótico, es que ha trabajado lo esencial a fondo.

Mitja Galta es un restaurantito barcelonés. Y en el diminutivo aparece aquí de forma elogiosa porque como Manel López, que cocinó durante siete años en el Manairó de Jordi Herrera, advierte: “No es un gastronómico”. Y Xavier remata: “Es de barrio”.

En el 2011, al escribir sobre La Forquilla, me referí a la Nueva Cocina de Barrio, con el vano deseo de que en cada esquina hubiese un comedor que ilusionase al vecindario y atrajese a los paladares intrépidos. Mitja Galta lo es. Fue la primera sede de El Pràctic de Andrés Huarcaya, que ha remodelado el arquitecto Daniel Powell, propietario de la galería Mitte.

Xavier y Elisenda Castellón, tíos de Manel, eran clientes de El Pràctic, sus respectivos trabajos se disolvieron y achucharon al sobrino para que enseñase la galta. Los tres son de Santa Eulàlia, espacio mitificado en la geografía gastro porque nació Ferran Adrià.

Tomo el menú de mediodía al precio de 11,50 euros con sorpresas tan agradables como los cannoli de postre. “Usamos masa de wonton frita”, descubre Elisenda, que se encarga del apartado dulce con las indicaciones de Manel. Buena idea, e indicativo de las soluciones contemporáneas aplicables a una casa de comida.

“Cada vez nos vamos atreviendo más”, dicen los tres. Elijo el reconfortante guiso de garbanzos con tomate y el arroz del día, reprochable combinación dietética.

Es jueves y toca gramínea: arroz bomba con callos y zamburiñas. Es la bomba, buen representante del barrio, de los bares del barrio, de cómo tendría que ser los bares de barrio. Le sobra la zamburiña, abatida por la potencia de la casquería.

Desde mayo no ha repetido receta arrocera. “Cuando cumplamos un año, veré qué hacemos”. Horas después, Xavier me enviará un excel con los ¡350 platos! diferentes del menú de mediodía. Un ritmo de récord.

Como plus pido “la tapa estrella”, a decir de Xavier, la mitja galta de ternera. Negro y blanco y negro, la carrillera deshuesada, el parmentier, la salsa con su punto de chocolate.

 Jordi Herrera fue un buen maestro. Veo uno de sus gestos de fuego en la visita a la cocina cuando Manel coge un soplete para achicharrar unas tiras de carne: “Le voy a pedir a Jordi un Fakir Cook”. Es la plancha con clavos en la que el chef de Manairó clava solomillos para buenas crucifixiones.

“Queremos coger el gusto al barrio”, acaban. El barrio tiene gusto.








Atención: al mediodía con un MMB (Mejores Menús de Barcelona).
Recomendable para: los quieran conocer la Nueva Cocina de Barrio.
Que huyan: los que confunden L’Hospitalet con Santa Coloma.








El botijo o tendencias 2016

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Este año había decidido no escribir sobre lo-que-viene porque me parece que las tendencias son sostenidas y las olas arrastran lo mismo durante tiempo. Lo que sucedió en el 2014 comenzó a gestarse tres años antes y lo que pasará en el 2015 seguirá estando en la onda en el 2017.
     
Cuando me llamaron de la SER para hablar de las tendencias del 2015, les dije que me referiría a las de 2016.
     Esta es la lista que escribí: si yerro, sean benévolos.
     
*Uso más cotidiano de las impresoras 3D.

*Propulsados por las patitas, los insectos acabarán de dar el salto.

*Cada vez habrá más menús vegetarianos entre los menús degustación.

*Seguirá la cocina de anticuario, vintage o neopopular. Se habla de la renaixença de las albóndigas, aunque nunca se fueron. Me gustaría que se impusiera el porrón, y el botijo.

*Callejeando: más bocatas gurmets, con la butifarra como emblema.

*Los restaurantes cobrarán la pre-reserva.

*Y atención a los hermanos Adrià: en el 2015 desvelarán Enigma y BulliLab en Barcelona y un espacio para la circocina con el Cirque du Soleil en Eivissa. Y en septiembre del 2016 volverá ¡El Bulli!




Restaurante Petit Pau // Barcelona

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Petit Pau
Espanya Industrial, 22. Barcelona.
T: 93.331.32.75.
Precio medio (sin vino): 25 €.




El alma de Pau




Pau Gascó es un vendedor nato: se enrolla de maravilla con los clientes, les cuenta la carta al detalle, bromea, si hay personas mayores, las conquista. Simpatía por el diablo. “Hay cocineros que son Rolling Stones; otros, Beatles. Yo soy más Sex Pistols”.

Recuerda con admiración a Jean Luc Figueras y la actitud punk. Un tatuaje en el brazo derecho habla del 15-M. Explica retales de la biografía y hay peripecias por Italia y Corea del Sur y por restaurantes canónicos como Via Veneto y con unos cuantos chutes de dolor. Petit Pau es lo contrario: la alegría de vivir.

“Cada local tiene un alma”. Le preguntó cuál es la de Petit Pau. Y le resulta difícil responder, como les sucedía a sus alumnos en la escuela de hostelería cuando comenzaba las clases: “¿Qué es alta cocina?”.

Petit Pau es pequeña gran cocina, esa Nueva Cocina de Barrio otra vez reivindicada. Esta vez toca Hostafrancs/Sants, cuyo músculo gastronómico aumenta.

“Cuando era niño había venido a este local a alguna comunión. Mi escuela estaba muy cerca”. Podría pasar por bistronómic y por casa de comidas, o por garaje, por su tamaño. No sirve tapas: alivio. Mini carta para mini espacio: solo 16 plazas. Marc Agelet al fuego y Pau al servicio. Es difícil decidir si el restaurante está en la cocina o la cocina en el restaurante.

Más características: solo tienen tres vinos, “y otros tres por si acaso, a otros precios”. Pues vale, el tinto Intramurs 2013. ¿Por qué tres? “Porque queremos descargar al cliente de responsabilidad. Cambian según temporada o cuando nos cansamos”. También por estock: Can Boneta, otro lugar mini, también opta por la bodega jibarizada. 

Y una vieja novedad: la recuperación del carro de postres, que después de emigrar ha regresado al circuito tecnoemocional, al Miramar y a El Celler de Can Roca. La refundación permanente.  

Pau tiene mucha personalidad: ha llegado aquí después de deslomarse. Ha delegado en Marc, formado con la generación perdida(Paco Guzmán, Paula Casanovas, Flip Planas), la responsabilidad de los platos: “Propongo y discutimos”.

En la línea “clasicorra”, las almejas con ceps confitados y crema de leche, bien, en el límite de sal. Un paso más allá, el #arrozparauno con bogavante a la plancha, servido en sartén con mango, de lujo.
Sigo avanzando: la corvina con agua de mejillones, me interesa la simplicidad del caldo y lo bien que viste el pescado (añadiría alguna hierba fresca y puntiaguda, melisa, tomillo).

Y el platazo: espalda de cordero, confitada y desmigada, con torta extremeña, acompañada con tomate salteado. Le digo a Pau que es una de las mejores hamburguesas de la ciudad (no es una burger, eh) y él responde: “Entre nosotros, de broma, decimos que es shwarma cheese burger”.
El carro rueda y trae un strudel versionado, pasta brick con relleno. Encargan el dulce al obrador austriaco Zucker, de Georg Pirker.

“Cada local tiene un alma”. El alma de Petit Pau es Pau. Que comienza a estar en paz.







Atención: al arroz al horno que promete Pau.
Recomendable para: los que de primero-segundo-postre.
Que huyan: los que sufren claustrofobia gastro.






Sumilleres al asalto

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{Punta de cuchillo publicada el sábado 7 de febrero del 2015 en El Periódico de Catalunya}


Twitter tuvo otra vez uno esos temblores que no puntúan en la escala de Richter, pero que alteran al personal: David Muñoz, el triestrellado de Diverxo, habló en el escenario de Madrid Fusión sobre el uso que da al vino en el restaurante.
Se refirió a pajitas, pipetas y cucharas. ¿Por qué no?

El servicio del vino ha evolucionado poco. La mayoría de sumilleres reducen su labor al descorche. Son transportistas del trabajo de otros. ¿No querrían ser partícipes.

El Bulli fue pionero en la agitación del cóctel: lo solidificaban para tomar como aperitivo. Josep Roca pensó, en un tiempo remoto, que el té merecía copa, cocinó el vino con Joan y en El somni sirvió jerez en la mano del comensal en busca de calidez.

Si el jamón ibérico de bellota –producto elaborado– puede ser alterado por un chef, ¿por qué una botella está excluida de la creatividad?

Es idiota destrozar el trabajo que hizo la naturaleza y un enólogo, si bien sería un error pensar que todas las botellas merecen santificación.

Un sumiller competente abre un tinto de lujo para una sangría memorable, ¿lo celebraríamos o le diríamos que para las mezclas mejor tirar de vinacho de tetrabrick?







Restaurante Can Major // Montmeló

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Can Major
Major, 27-29. Montmeló.
T: 93.568.02.80.
Menú mediodía: 18 €.
Menús degustación (sin bebida): 28 y 30 €.




La Vía Mongetera





¿Puede alguien sentir pasión por una mongeta? Mientras las teenagers están entretenidas con las boberías de Miley Cyrus y su delgadez de insecto palo, Anna Tengo se ocupa de la carnosidad de esos riñones de mantequilla con el ímpetu de una fan.

En su cocina, al acabar el servicio, da una improvisada clase sobre las variedades y formas de cocción de las judías y enseña tres cazuelas, tres tiempos, tres intensidades. Anna habla de Km 0 y de Slow Food  y en su boca esas palabras suenan sinceras, sin el azúcar del márketing y la tentación del oportunismo.

Esta chef de vocación tardía tiene ante sí un universo de leguminosas a las que dedicar horas de estudio. Ser una estrella de la cocina terráquea por la Vía Mongetera es posible.

Can Major son dos hermanas, Anna y Sarai, la segunda, en la sala. “Todo está consensuado, nos tenemos que poner de acuerdo siempre”.

Sarai decoró este espacio en el 2007, suelo de ajedrez, sillas acolchadas, tal vez estilo Luis XVI. En absoluto trabajan la cocina versallesca, sino la terrenal. Son las herederas de un frankfurt, son las herederas de una pizzería y ese neorrealismo las aproxima a la gente.

Hace 42 años, cuando el circuito eran campos y los F-1, tractores, los padres, Josep y Conchita, abrieron un bar en la calle mayor de Montmeló. La señora Conchita pasa en algún momento por la cocina, costumbre y afecto, y echa un ojo a la paella, a su paella, al arroz de la casa.

Los fines de semana, Can Major es un festival de la gramínea. Es sábado y celebro el Menú Arrosser, con siete entrantes a compartir y seis arroces, secos, caldosos o melosos. El paraíso. Toda la mesa puede tomar el mismo o cada comensal elegir uno y meter el tenedor en el de los demás. #Arroparauno y #arrozparatodos.
Aúllo con el de peu de porc con costilla, seguido del de erizos y, en tercer lugar, el de pollo y alcachofas, con exceso de sal.

De la bodega acristalada, Sarai saca un tinto del Priorat, Akyles, héroe homérico. La heroicidad de las hermanas Tengo es cotidiana: convencieron a la familia de que las respaldasen y cuando hermosearon la casa de comidas llegó la crisis.
En el libro de reservas está escrita la penalidad de la travesía y es ahora, solo ahora, cuando el rumbo es firme.

Entrantes sugerentes como el panellet de futos secos y col de paperina. La gente sabe qué es la okra y olvidó la col de paperina. O las mongetes del carai que ilustran el guiso de navaja con oreja y morro.
Reformulan la tradición con el helado de calçot con romesco y con la copa de gin, verduras y berberechos (mejor una buena almeja).
Se agarran a las anillas-de-lo-de-siempre con los calamares a la romana y la buenísima alcachofa con gamba de Palamós. Rompen de nuevo con el flan de coco y remolacha.

“Recuperar semillas”. “Reivindicar el producto de cercanías”. Ir a Can Major y compartir la hogaza de pan con harina de Gallecs es comprender, al fin, la comunión. 


     





Atención: a los proveedores, homenajeados en la carta.
Recomendable para: los que quieran profundizar en la tierra.
Que huyan: los fans de las bandejas de poliestireno.










Mi abuela comía de pie

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MUERTO. Hay días en los que lo mejor es hacerse el muerto. Y flotar sobre las cosas.


ABUELA. Mi abuela comía de pie.


MOÑO. Ella comía mientras cocinaba, creo recordar. La veía con la cadera apoyada en el mármol de la cocina, que tal vez en aquella casa fuera una encimera de piedra, con un platito del que pellizcaba. La evoco vestida de gris, con el moño gris, muy trabajado, pero nada en aquella mujer era gris. ¿Por qué mi abuela comía de pie?


SENTAR. Se lo he preguntado a mi padre. “Porque solo pensaba en los demás, no en ella. Quería que todo el mundo estuviese a gusto. Y como aquella cocina iba tan lenta, costaba calentarla, preparar los platos, servirlos... Prefería que todos estuviéramos bien servidos”. Mi abuela comía de pie para que los demás pudiéramos estar sentados.


CENTENARIA. Es una de esas celebraciones de hermandad, familias que apenas se conocen se reúnen en torno a una mesa. Las hijas comparten equipo de balonmano. Una anciana de 103 años acompaña a una pareja. 103 años. Cuando ella nació, la primera guerra mundial aún no había comenzado. Dos guerras mundiales, una guerra civil, esta guerra de ahora que no se nota pero que mata: la mujer ha transitado por el dolor de dos siglos. Es menuda, parece que perdió la mayoría de los dientes, se afana con los embutidos, las patatas fritas de bolsa, las ensaladas, las croquetas, los buñuelos de bacalao. Come con un hambre de 104 años.


PLUMILLA. Je suis Charlie ha acabado siendo postureo. Han hecho suyo el eslogan personajes a los que los masacrados dibujantes del semanario satírico hubiesen clavado dardos, o plumillas.


CUMPLEAÑOS. Cuando alguien abre un grupo masivo de WhatsApp, no tiene la consideración de pedir permiso para incluirte. Desvela tu teléfono a desconocidos. Ha organizado su cumpleaños y ese es el modo de anunciarlo, a ti y a otros 50 que no sabes quiénes son. Durante la tarde escuchas los latidos del smartphone, que avisa sobre los mensajes de este y aquel. La tentación es darte de baja, si bien todos, todos, los 50, pensarán que eres un maleducado. ¿Y el instigador del jaleo? ¿Se sentirá ofendido? ¿Eres diferente a los demás, eres mejor que los demás, eres uno de esos, picajoso, antisocial, alguien al que le disgusta la retahíla de boberías? Felicitas al cumpleañero y te largas, lleno de remordimiento y desazón.


TARTA. La mujer de 103 años también se zampa el pollo a la parrilla. Su nieta manipula los alimentos para que la centenaria los tome. Probablemente la hora de la comida sea la única distracción en la que la mujer coopera. Ver la tele es un acto pasivo. Comer requiere de participación. Llega el postre. La rodaja de piña es grande. Y la anciana la ataca como si fuera la última piña. El otro día vi una foto en la que estaba ante la tarta del 104 cumpleaños. Creo que se la habían hecho demasiado pequeña.






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