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Channel: La Cocina de los Valientes
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Adrià ama el Cirque du Soleil

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Albert Adrià usa una chaquetilla de su hermano Ferran: "He cogido una cualquiera colgada en el taller". No hay pensamiento mágico en el acto, sino un asunto de tintorería.






{Información publicada el sábado 14 de febrero en El Periódico}

Albert Adrià ha vuelto al BulliTaller, en la calle de Portaferrisa, después de siete años. Lo dejó en el 2008, cuando se fue de El Bulli, y ha regresado a este lugar donde se gestó la revolución para poner en marcha con su hermano Ferran el último reto. Es una alianza con el Cirque du Soleil en el Ibiza Gran Hotel, en Eivissa, que se llamará Heart (corazón) y que ha sido presentada al mundo en la web www.heartibiza.com. El Cirque du Soleil, con Guy Laliberté en lo alto del trampolín, ha elegido el día de San Valentín para el primer latido del proyecto.
«Lo más importante de la palabra heart son las tres últimas letras, art», corta Albert mientras supervisa los ensayos de esos platillos de comida callejera que formarán parte de la oferta. «Art es el guión. Música, gastronomía y live art». Cirque du Soleil sin circo. No será un ejercicio de circocina, un neologismo que se aplicó al más difícil todavía de Tickets.
En agosto, Ferran pinchó en un porexpán de BulliLab, el centro de estudio de la calle Mèxic de Barcelona, un folio inspirador con dos palabras en inglés: live art. Arte en directo, arte en vivo.
Habló entonces de unir lo que sucede en el escenario con lo que pasa en la sala. En la cabeza comenzaba a hervir un concepto aún por especiar. De trasladarnos atrás, habría que planear sobre Cala Montjoi y la edad de oro, donde reflexionó sobre los límites de la cocina, que situaba en la performance. No quiso ir más allá de pulverizar un plato con esprái para crear una sugestión.
Hace un año, Guy Laliberté les hizo una oferta sin red. Eran viejos conocidos: hace una década estuvieron a punto de lanzar un Bulli hotel en Baleares a imagen de aquella Hacienda Benazuza que hasta su cierre alojó la vanguardia en Sevilla. En mayo del 2014, Albert ya hablaba de que en Eivissa preparaban «algo» con «emoción y experiencia». Ayer decía: «No es un show, no es un restaurante». Saber «qué no es» resulta más sencillo que saber «qué es». «No es una cena espectáculo».
Unos y otros, los Adrià y el grupo de Laliberté, sabían que antes y después sus intereses confluirían en alguna pista, o en varias: «Desde lo del hotel, era algo dormido, que ahora ha despertado», apunta el chef.
Albert y Ferran han expresado en público muchas veces su rendición a esos espectáculos en los que tiemblan las leyes de la física. Y algunos analistas, con una idea simplista y malévola, entendían que El Bulli era a la gastronomía lo que el Cirque du Soleil al arte circense. En la nota de prensa, los publicistas se refieren a la «colisión entre la comida, la música y el arte». Eivissa ofrecerá dos experiencias gastro extremas: Heart y Sublimotion de Paco Roncero, una mesa sinestésica.

TRES ESPACIOS

Hace cuatro semanas que seis personas encerradas en el taller piensan qué comerán cientos de visitantes este verano, aún en una fecha sin determinar, en los tres espacios en los que palpitará Heart.
Baraka: «Es la terraza, en la que habrá una veintena de puestos, algunos carros en movimiento y otros serán fijos, quioscos. Habrá que dar de comer a mucha gente. Emplearemos a 200 personas». Todavía en construcción, la estética de los vehículos es la del Cirque du Soleil, con su punto onírico y surrealista. Dalí hubiera sido un excelente escenógrafo para los de la carpa.
¿Y qué transportarán? Platillos que se devoran en las esquinas del planeta, sometidos a la ingeniería de los nuevos tiempos. Ensayan con dim sum, con pinchos, con cebiches, con masas, «un gran trabajo con masas». Habrá que pagar para entrar, con derecho a consumición, y después ir picoteando de aquí y de allá «a un precio módico». La representación de un mercado con «músicos y actuaciones callejeras». Vale, street food, que es un término cargante.
En las paredes del taller, la habitual y minuciosa investigación que caracteriza a los Adrià: «Llegué y, como antes, busqué libros, sobre todo, de comidas del mundo. Pero donde he encontrado más información es en YouTube. Esa es la diferencia con lo que ocurría antes del 2008».

LA PANTALLA

Antes de llegar a The Workshop, el visitante topará con obras de arte. En la lista de la compra, luminarias internacionales, nombres que destaparán más adelante. «Aquí pasarán cosas. Se sentarán 160 personas. Mientras la gente come, entre las mesas, habrá música, live art. Irán comiendo y mirando. Contamos con una pantalla de unos 25 metros en los que se proyectará lo que sucede en la sala». El precio será otro, unos 150 euros: «Aún estudiamos qué daremos, porque no quiero hacer una mala copia de Tickets». La semana que viene, y durante 15 días, el director artístico del circo se sumará al taller para esa «colisión», choque de planetas.
De madrugada The Workshop se transformará en La Boîte: Albert piensa en «cajas en las que la comida aguante». El cierre, con la salida del sol. «¡Es que es Eivissa!».
En realidad, hay un cuarto espacio, el Casino del Ibiza Gran Hotel. Diseña unas bandejas para que los clientes puedan comer, a partir de abril, mientras juegan. Probablemente sea el mayor reto de su carrera. Preparar delicadezas para gente sentada en torno a una mesa, pero cuyo menú son las cartas. ¿Quién querrá un mordisco si la suerte le ha sido esquiva?




Kenji Ekuan, seda negra

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Su botella la usan a diario millones de personas con la ignorancia con la que se afronta lo cotidiano.
Ha muerto Kenji Ekuan(Tokio, 1929-2015) y, pese a que su ingenio embalsa un líquido negro, el fallecimiento no ha merecido luto en los diarios.
Esta es una pequeña glosa sobre alguien que dotó un objeto industrial de utilidad y belleza.
En 1961, dibujó el célebre frasco Kikkoman que contiene salsa de soja, un cuerpo abombado con el tapón rojo.

En el libro Casos de diseñoAndré Ricard, otro maestro octogenario, le inquirió sobre el proceso creativo y él escribió que pasó tres años antes de conseguir un “vertido perfecto y sin goteo”.

Al usar ese recipiente somos ingratos. Solo nos daríamos cuenta de su existencia si funcionase mal y desparramara el líquido como un alquitrán. El dosificador es una pequeña maravilla de la ingeniería que no merece nuestra atención.
El buen diseño es invisible.
Desenroscar y mirar dentro de la cabeza roja sería el mejor homenaje.

Del tarro me cautiva tanto la funcionalidad como la hermosura. El señor Ekuan imitó una gota de agua. En su interior, la seda negra con la que lo despedimos. 




Restaurante La Balsa // Barcelona

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La Balsa
Infanta Isabel, 4. Barcelona.
T: 93.211.50.48.
Precio medio (sin vino): 40 €.
Menú mediodía: 20 €.
Menú degustación: 38 €.




Reflotar La Balsa




¿Cuándo deja de estar de moda un restaurante?
¿Qué hace perder el favor del público?
¿Una cocina catastrófica, un servicio deplorable o la apatía con la que afrontamos lo conocido?


Los comensales son caprichosos y se entregan a la novedad con frenesí. Olvidan con la misma facilidad. La memoria gastronómica es quebradiza como un barquillo.
Neichel ha desaparecido engullido por la historia. Otros establecimientos veteranos se han refundado, como Bonanova o La Venta, que han apelado a lo viejo para situarse entre lo nuevo. No es suficiente con tener historia, sino que además hay que ganársela.

En las alturas de la metrópolis, otra institución acaba de renacer de la mano de Jordi Ciuraneta, ex director de Moments.
El emblemático local diseñado por Óscar Tusquets en 1979 ya no es propiedad de los fundadores, sino que está en manos de un inversionista que buscó a Jordi para que lo reflotara.

En solo un mes La Balsa ha dejado de hundirse. Jordi ha tenido el acierto de fichar a Josep Badrinas, dueño del Suc de Viladecans. Pep ha dejado Suc en manos de su mujer, Verónica Aguilera, que recupera el primer oficio de cocinera.

Que espacios singulares den identidad a Barcelona es una buena noticia, mordida cada esquina por el monstruo de la franquicia. La Balsa, recreación de una cabaña según un arquitecto burgués, es cristal y terrazas y luz, aún en invierno.

Es consciente Jordi de que tiene que invertir en copas y otros gastos menores. De momento, se apaña con lo que tiene. Y lo que tiene son ideas claras: “Jugaremos con los aperitivos, pero los principales serán más tradicionales”.

Ahí entra Pep, que deshoja lo conocido hasta llegar al cogollo.
El ejemplo es el xató con ravioli de bacalao relleno de brandada
 La Balsa tiene que ser eso: el tiempo no es el enemigo.
Apuesto a que Tusquets, tan cascarrabias con la alta cocina contemporánea, comería con gusto el calçot crujiente cubierto con trufa negra y base cremosa de queso.

Los aperitivos, de crecer, serían grandes platos: la espuma de tomate con longaniza, la caballa con pomelo y vinagreta de encurtidos, la coca (mejor más fina) de escalivada con sardina y ese bombón de pichón y cacao que es como comer al pájaro entero. Acidez, frescor, humo: alegría.

Los dos principales son clásicos tuneados: suquet de cabracho con patatas y dátiles (un dulce final no agresivo) y el cordero con berenjena, yogur, pasas y piñones, que une riberas del Mediterráneo.
A la farsa del canelón de pollo le falta bechamel.

Bebo el Tan Natural de Terra Remota y agua embotellada en el restaurante, Aigua Acabada de Fer. Se extiende la buena idea de la osmotización.

La Balsa tiene 35 años y fue refugio de señores y señoras de Barcelona. Renunciar al patrimonio sería una insensatez. Resultaría instructivo recuperar algunos de los clásicos, sacudirlos y devolverlos a la carta. Para que la memoria deje de ser ceniza.
         








Atención: a la arquitectura, las terrazas y el jardín.
Recomendable para: los que busquen la singularidad.
Que huyan: los que se sienten excluidos Upper Diagonal.





















Alejarse del sidral

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La gastronomía está cargada con sidral: se produce un repentino y expansivo cosquilleo en la nariz, que se disipa enseguida.

En estos años, miles de personas han decidido que la cocina era la nueva fe y han escrito sobre la materia con efervescencia.

Volatilizada la espuma, poco de lo que queda es refrescante.

Muchos parecen preferir la crueldad a la ecuanimidad.
Cuanto más canalla es un texto, más aplausos recibe.
La ignorancia tiene premio.
Cualquiera juzga un restaurante con una crueldad que justifica por el dispendio.

Alejados del ruido, los que valen la pena: estudiosos, respetuosos, constructivos. En esa élite de desconocidos sitúo a Vicent Marqués, escritor portentoso y durante años cocinero, que ha publicado un nuevo libro: Les millors coques catalanes
Con la apariencia de un recetario, es un tratado que mezcla historia y masas.

Conocí a Marqués hace años, cuando comenzaba una enciclopedia sobre la cocina y catalana y occitana, que sigue: «No la querrá publicar nadie, pero ya se sabe que las manías no las curan los médicos».

Sin humillar ni vapulear, ofrece sabiduría y trabajo y consistencia.
Nunca en su escritura hubo sidral. 





Restaurante Informal // Barcelona

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Informal. Hotel The Serras
Passeig Colom, 9.
T: 93.169.18.69.
Precio medio (sin vino): 30-35 €.




El humo como aliado



Marc Gascons, el patrón de Els Tinars, en Llagostera, ha querido una parrilla para Informal, el restaurante que dirige en Barcelona.

Els Tinars tiene brasa e Informal también va sobre ascuas. La barbacoa habla el lenguaje de la modernidad y así como hasta hace poco era reliquia, ahora arde con fuegos renovados.

Parrillas a la manera vasca o argentina, parrillas abiertas o cerradas. Marc pidió una japonesa a Quim Casademont, el constructor y afinador de pianos.

El ingenio de acero está frente a un cristal que desnuda las intimidades de los cocineros Joan Melis y Judit Vinyoles. Dos de los platos que disfruto han pasado por las brasas: el rodaballo con su pilpil y puerro escalivado y la espalda de cabrito con verduras. Celebro la perfecta cocción de ambos cortes y el punto del humo.

El humo puede ser aliado o enemigo, condimento o fumigación.

Quiero saber sobre el rodaballo y Marc habla del legendario Elkano y el modesto homenaje que presenta. “No abusamos de la parrilla para que el pescado quede jugoso. Lleva aceite de brasa que nosotros preparamos. Es interesante el pilpil, una emulsión con la cabeza, espinas, ajo, guindilla, agua y aceite”. Para mí es el plato de la velada.
“Lo hacemos en Els Tinars. Aquí solo llegarán platos súper contrastados en casa”. En mayo, Els Tinars cumplirá 37 años --de los que Marc se ha chupado 21-- y un libro, El gust per la tradició, exaltará la efeméride.

En el pasado, Marc tuvo aproximaciones a Barcelona con Fishop y Beefshop, del que recuerdo unos nigiris de ternera que tendrían cabida en este Informal del Hotel The Serras.

En el nombre está el estilo: se come de manera despreocupada –aunque son platillos con fondo--, compartiendo. En la sala organizan Francesc Hormigo y Rubén González, con mando en botellas: bebo una copa de Clos d’Estima 2012 y otra en Pruno 2013, servido en mágnum.

Pruebo mucho y bien: una coca de rosbif con trufa (la base la sirve un horno del vecindario), una croqueta de rustido (sin bechamel, con un poco de crema, nada blandurria), alcachofas fritas con parmesano y unas bravas rectangulares y en cucurucho que rompen la monotonía del género.

Los ñoquis con salsa de mantequilla y trufa negra son relajantes y de cuadro de honor, el canelón de pollo con jugo de rustido.
Al #arrozparauno de sepionesy guisantes (“suave, sin sofrito”) le falta un poco de horno en busca de texturas crujientes que levanten el sabor.
Muy ácido el postre de gintónic y sutil y nostálgico, el flan de queso fresco.

La familia Serra, de ahí el nombre del establecimiento, son clientes de Els Tinars, donde fueron a buscar una cocina tradicional con motor fueraborda.

En este edificio, un Picasso quinceañero tuvo el primer estudio. Pintó Ciencia y caridad (1897), que cuelga en el museo de la calle de Montcada.
Un buen plan es darle al rodaballo a la brasa para hacer la digestión frente a ese cuadro de Picasso antes de que fuera Picasso.








Atención: a los butacones, los cuadros, la decoración.
Recomendable para: los que quieran iniciarse en la cocina de Marc Gascons.
Que huyan: los que prefieran atufarse con frituras para guiris.










    

Verdades y mentiras sobre el hambre // Martín Caparrós

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Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) es un cronista incisivo, renovador del género.
Novelista premiado, trotamundos, entiende la escritura como compromiso.

Su bigote es una vara de zahorí para detectar la impostura.

Acaba de publicar El hambre, libro monumental sobre la desgracia humana.

Durante años ha viajado por los países en los que la palabra hambre deja de ser una necesidad para pasar a emergencia.

En este doloroso juego que se le plantea distingue verdades de mentiras.




El hambriento se va comiendo a sí mismo. ¿Verdad o mentira?

Verdad. verdad horrible. El hambriento, al no tener qué comer, se come su propio cuerpo, sus grasas, sus músculos, toda su materia, hasta que no le queda nada. Eso es lo que llamamos morir de hambre.



Los hambrientos no tienen mascotas. Para un pobre, una mascota es un bocado. ¿Verdad o mentira?

Mentira. No quiero caer en idealizaciones ñoñas, pero a menudo muchos pobres son más solidarios que muchos ricos, incluso con sus mascotas: conocen su valor, supongo, y su fragilidad.



La principal ocupación del famélico es procurar comer. El hambre no permite realizar ninguna otra actividad. ¿Verdad o mentira?

Mentira: realiza muchas otras. verdad: cuanto más rica es una sociedad, menos tiempo de su vida ocupan sus miembros en conseguir su comida. Se calcula que un noruego usa un 3% de su tiempo; un nigeriano, un 60% o 70%.



En la otra balanza se sitúan los obesos. Los excesos de una sociedad los paga otra. ¿Verdad o mentira?

Mentira: así como los hambrientos son los malnutridos de los países pobres, los obesos son los malnutridos de los países ricos. La población más relegada, que no tiene más remedio que comer la comida más basura –y engorda por eso.



Hay tantos glotones como hambrientos. ¿Verdad o mentira?

Mentira: glotones somos todos y no es nadie; los hambrientos sí que no pueden negar su condición.



Las ONG no palían el hambre, sino que la disimulan. ¿Verdad o mentira?

Mentira: no la disimulan, la emparchan. Pero tampoco consiguen acabar con sus causas; en realidad, ni siquiera intentan actuar sobre sus causas. Saben que no pueden, y por eso intentan lo que sí.



Acabar con el hambre es posible. ¿Verdad o mentira?

Verdad. Solo que, para conseguirlo, tiene que haber cambios políticos y económicos decisivos. No se acaba con el hambre en un sistema que legitima y privilegia la ganancia por encima de cualquier otra consideración. Por encima de la justicia de una distribución donde todos tengan suficiente, digamos, para empezar a hablar.



Los hambrientos se encuentran tan lejos de nosotros como los marcianos. ¿Verdad o mentira?

Mentira cochina. Son 800, 900 millones, están por todas partes. La mayoría se encuentra a cuatro o siete horas de avión. Algunos, incluso, a media hora de marcha.



Para celebrar que había acabado el libro se dio una gran cena. ¿Verdad o mentira?

Mentira. Para eso tendría que haber acabado el libro.



Ha escrito un libro sobre el hambre para poder comer. ¿Verdad o mentira?

Mentira. Al contrario, me impidió comer algunas noches.



Escribir sobre el hambre es inútil. Un libro no alimenta. ¿Verdad o mentira?

Mentira. No leer es como pasar hambre: alimentarse de sí mismo, consumirse a sí mismo hasta la extenuación.



Escribir sobre gastronomía es una frivolidad. ¿Verdad o mentira?

Mentira. O verdad, según cómo se escriba. Yo creo que la gastronomía es uno de los grandes lenguajes contemporáneos, y que es muy válido y muy interesante intentar entenderlo, decodificarlo, recodificarlo, criticarlo.



Usted dirigió una revista gastronómica. Con libros como este busca redimirse. ¿Verdad o mentira?

Mentira. Mis pecados son otros, no caben en la sección de gastronomía.



Los territorios condenan o salvan a las personas. ¿Verdad o mentira?

Verdad, creo. Siempre me sorprendió ese insondable azar que te puede hacer nacer en Nueva York o en Uagadugú, y lo distintas que serán una vida y la otra.



Con el agua y la comida se hace política. ¿Verdad o mentira?

Verdad, como la copa de un pino.



Quien controla el agua y los alimentos manda en el mundo. ¿Verdad o mentira?

Verdad, pero quizá más: quien manda en el mundo controla el agua y controla los alimentos. O viceversa, vaya usted a saber.



Acabar con la desnutrición severa tiene un precio: 10.000 millones de euros al año. ¿Verdad o mentira?

Mentira. La FAO tiene un cálculo de que podría costar unos 30.000 millones al año. Pero tampoco está tan claro cómo sería eso. ¿Más parches, más asistencialismo?



El hambre de los niños es el hambre de sus madres. ¿Verdad o mentira?

Verdad, durante un tiempo. Cuando un niño se gesta, cuando mama, el hambre de su madre lo condena: no le permite desarrollarse como debería. Después, su propia hambre remata la faena.



Pasan hambre porque son unos vagos. ¿Verdad o mentira?

Mentira canalla. Pasan hambre –la mayoría pasa hambre– porque hay gente y estructuras poderosas –generalmente blancas– que les extrae, desde hace siglos, lo que precisarían para no pasarla.



"Para que haya gente feliz, algunos tenemos que ser infelices". Es una frase que dice una mujer en 'El hambre'. ¿Verdad o mentira?

Mentira, supongo. Nunca se comprobó que la felicidad de unos dependiera de la infelicidad de otros. Salvo en el caso de los sádicos, claro.



Cada año se desperdician 1.300 millones de toneladas de alimentos. ¿Verdad o mentira?

Verdad brutal. En los países más ricos, como el nuestro, entre el 30% y el 50% de la comida se tira –en las casas, en los restaurantes, en los supermercados–. Solo eso alcanzaría para matarnos de vergüenza.



Ayunar no ayuda a los hambrientos. ¿Verdad o mentira?

Verdad. Ayunar solo ayuda a los enfermos que lo necesitan, y a los sacerdotes –que reafirman su poder haciendo que sus seguidores hagan algo tan antinatural como no tomar agua durante horas y horas a 40 grados a la sombra–. Lo que ayuda a los hambrientos es buscar maneras de repartir con justicia la comida y las demás riquezas.
















Milhojas de papel

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COHERENCIA. Van a cubrir la calle con un asfalto sonorreductor. El ruido del trabajo es insoportable. Para ser coherentes, las máquinas deberían ser sonorreductoras.


CASTA. Palabra bumerán.


BONGOS. Mi vecino toca los bongos. Es un instrumento de parque o jardín, de hierba seca o húmeda y de camiseta desteñida. Por los sonidos sordos que llegan del otro lado de la pared sé que es un percusionista que no avanza. Diría que la actividad tiene más que ver con la terapia que con la música. No mejora, es una desagradable monotonía. Le da un rato con las palmas –y oigo con desagrado la sensación de hueco y piel seca– y a medida que él se relaja, yo me enervo. Me consuela pensar que su talento aún está muy lejos de la batería y que se encuentra en párvulos de tabarra.


TRONCO. Es uno de esos cilindros en la acera en el que enganchan carteles. Como si fuera un incunable, acumula papel y engrudo, capas y capas, lasaña de información y propaganda, milhojas de pósteres. Una actuación de música se sobrepone a una velada de boxeo que se sobrepone al cocodrilo albino de un circo que se sobrepone a una macrofiesta en un polideportivo. Ese que he visto es tan grueso como el tronco de un olivo milenario. Imagino que si lo serrasen por la mitad desvelaría anillos de papel. La historia de la ciudad está explicada en el acordeón. Al contarlos, sabríamos que el cilindro es muy viejo y que el primer papel, casi destruido, fue el de aquel concierto de un grupo que ya no existe en una ciudad que tampoco es la misma. Y el que más has cambiado eres tú.


INVESTIGADO. La palabra imputado será proscrita, según el anteproyecto de reforma de la Ley de Enjuiciamiento Criminal. Imputado será sustituido por investigado. Para la buena gente, un imputado está contagiado de culpabilidad. Las palabras son inocentes. Somos nosotros los que las cargamos con pólvora o les inyectamos veneno.


GIMNASIO. Dos mujeres comparten mesa en un restaurante, se las ve adineradas y flacas, caprichosas, carne fría de gimnasio. El maître pregunta con voz cantarina: “¿Qué quieren?”. Una de ellas, desganada y bostezante, le responde: “Algo para recordar”.


MEDITACIÓN. Me han regalado un libro para practicar meditación trascendental. Solo soy capaz de una meditación intrascendente.


PENAL. La mayor de las frivolidades: mientras Isabel Pantoja está en una cárcel y tiene que pagar, su hijo Paquirrín aceptó la reclusión voluntaria a cambio de cobrar. Entrar en la penitenciaría de Gran hermano a la vez que la madre pena es perverso. Lo peor es que Kiko Rivera no se habrá percatado. Los diarios publican que a la Pantoja le han robado las bragas en la trena. Negocio o fetichismo, que le hayan sustraído el tanga es tan irrelevante como que Bárcenas jugara al mus con presos.





Desnudos y exhibicionistas: unas palabras sobre el 'food porn'

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Para desnudarse no hay que quitarse la ropa.
La intimidad ha sido violada por cada uno de nosotros.
Hemos renunciado a lo privado: somos exhibicionistas con gabardina ante las puertas del mundo.

Las redes sociales –en las que reina la gastronomía con plumas de pavo real– nos han penetrado hasta el tuétano.

El primer impulso es pensar que somos activos –obsesivos– en busca de la gratificación inmediata. Colgamos una receta o la foto del plato de un restaurante a la espera de la reacción instantánea de los seguidores.

Chuchos con la lengua fuera reclamando el premio. ¿Dónde está mi galletita? Si las adhesiones –me gusta, retuits, likes—no llegan, ¿qué hay que pensar? ¿Somos impopulares? ¿No atinamos con los gustos?

En el futuro se adivinan sesiones de terapia para desamparados.
Las redes son tam-tam de solitarios.

Saciados de que nos rasquen la cabeza, de las alabanzas, con el yo masajeado y obeso, saquemos provecho de las millones de aportaciones gastro que a diario son volcadas en esos lugares donde se expresa la comunidad. Aprendamos de los demás, de su talento, de su habilidad.

Entendamos la comida o la cena de alguien contada por Twitter como una aportación informativa, o lúdica, en lugar de como una obscenidad, chulería o desafío.

A menudo, esas imágenes son etiquetadas como food porn, la nueva pornografía, más moral que física.
Lo único indecente es convertir la obra maestra de un chef en una plasta por la impericia con el móvil.

Otro debate es cómo hay que comportarse en los restaurantes, que no son platós de fotografía, sino espacios de convivencia. Lo único que hay que aplicar es sentido común y educación.

Abrámonos paso entre la basura y el exceso y encontremos en ese océano una o varias islas en las que recalar y plantar mesa y mantel.






Restaurante La Cava // Barcelona

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La Cava
Còrsega, 339. Barcelona.
T: 93.348.39.09.
Precio medio: 5-20 €.





No es una lata




Los fabricantes y embotelladores de vermut se frotan las manos: esa bebida decimonónica es cómplice de la modernidad, trasegada por barbudos y lampiños con gusto y convicción.

Sigue reinando la ginebra, emborrachada de triunfo y alcohol, si bien el vino herbáceo avanza con la elegancia que corresponde a las bebidas con menor graduación.

Todo el mundo se toma a chufla las tendencias, vinculándolas a revistas vacuas y a periodistas de pluma floja. Y es un error porque lo-que-se-lleva está íntimamente ligado al latir de un colectivo, aunque nos infarte el exceso de superficialidad.

Necesitamos de cronistas competentes con visión social que expliquen el por qué de la hamburguesa y de la croqueta y del gintónic. Del porqué del vermut.

El vermut vive una edad de oro. Producto artesanal, bien elaborado, festivo, a precio correcto, con su aire menestral que lo aparta de las clases sociales dominantes.

El hipsterismo lo ha adoptado como bebida posible y, al menos en Barcelona, le ha dado visibilidad. Creo que Casa Mariol y los del Morro Fi tienen que ver con el redescubrimiento.
Ha pasado de abuelos a nietos, mientras los padres estaban entretenidos con la Coca-Cola Zero.

Sofía Boixet y el chef Sergio Andreu, patrones de La Pepita, insisten en reformular lo ordinario. En La Pepita trabajaron los bocadillos --que nombré “transbocatas” en una crónica-- y atacaron las latas.

“Quisimos hacer de La Pepita un bareto y nos ha superado. Así que recuperamos esa intención en La Cava”, dicen.

La Pepita es una referencia de la tapa de altura y con La Cava quieren regresar a la casilla de salida, a la del vermut, la cerveza y la hojalata: “Aliñada a nuestra manera”.

El origen de la Lata de Autor es Quimet&Quimet, que comenzaron a combinar allá por el pleistoceno de la gastronomía.

Sergio prefiere la discreción. Sofía, la explosión. Prefiero la visión de Sofía porque las latas de Sergio lo merecen.

Conservas de Cambados: los mejillones en escabeche de boniato (un clásico pepitero) y los berberechos con jengibre confitado y rabanitos son de meter el tenedor y no parar.

“Bar, picoteo y solo tenedor”, me contó Sofía por e-mail. Buen eslogan: el cuchillo es innecesario. Fallan las navajas, demasiado duras, no así el aliño de Bloody Mary.
Verduras en conserva de Pedro Luis: alcachofas tuneadas con allioli, puerros con romesco, espárragos blancos con mayonesa de estragón (buenísimos) y tomate con sardina ahumada, albahaca e hinojo.

Hay una diminuta cocina, de la que salen las magníficas verduras agridulces, los calamares a la andaluza con kimchi (aplauso) y el cazón con mayonesa de lima.

¿Y el vermut? Aquí es Miró, una de las marcas que más me gustan. En formato cóctel, pruebo tres: negroni, Oliver (tónica, gin, vermut negro) y Benji (lo mismo, pero con vermut blanco). Si en estos momentos me dieran un balón, metería un gol en propia puerta.

Sergio planea alianza con las empresas que le proporcionan la materia prima.
Los chefs Pepe Solla y Xose Cannas son referencias en el mundo abrefácil.
Queda mucho por hacer: y no es una lata.

      





Atención: al vecindario, La Cava y La Pepita comparten acera.
Recomendable para: los crean en la lata como opción gastro.
Que huyan: los que dan la lata.








    

Virgilio Martínez // El 'skater' que subió más alto

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Renato es un estudiante de Pachacútec. La escuela en la que aprende cocina está en un desierto. Para llegar a esa desolación desde Lima, donde vive, tiene que cambiar varias veces de autobús y andar un rato.
Andar un rato bajo un sol engasado.
Cuando le preguntan con qué chef desearía iniciarse, responde sin pensárselo. “Virgilio Martínez”. 

¿Por qué? “Porque me gusta que trabaje los ecosistemas”. Los estudiantes suelen dar respuestas más limitadas.

No hay un grano de vacuidad o de arena en la respuesta de Renato. De hecho, resume con exactitud el quehacer de Virgilio Martínez Véliz (Lima, 1977), chef de Central, en el barrio limeño de Miraflores, y de su mujer, socia y jefa de cocina, Pía León Vegas (Lima, 1986).

Virgilio cumple con el principal de los requisitos para ser uno de los chefs más admirados del mundo: que su cocina se parezca lo menos posible a la de los demás. Traslada los ecosistemas de Perú al plato como forma de singularidad y responsabilidad.

Comerse un paisaje no significa hincar el diente a una foto, a un cuadro, sino que es algo más complejo que tiene que ver con lo invisible. Ser ecológico es intentar infligir al mundo el menor daño posible.

Antes de construirse como cocinero, Virgilio se rompió todos los huesos: “Era 'skater'. Siempre estaba en la calle. Tenía todos los números para ser un delincuente”. Se ríe porque su barrio era La Molina, uno de los más finos de Lima.



Campeón de Perú de 'skate'

Es un flaco que, de pasar de lado, resultaría invisible. Su otro rasgo característico es el flequillo, de un negro de aceituna.

En ese cuerpo en apariencia frágil habita un gran carácter. En los últimos años ha aprendido a mantener la pequeña fiera en la jaula: trabajar en equipo significa comprender que antes de domar a los otros hay que saber domarse.

El primer amor de Virgilio fue el 'skate'. Como sucede con los 'jockeys', el poco peso lo hacía ideal para el vuelo.

Subir a un monopatín es poner a bailar el cuerpo. “Con 16 años fui campeón de Perú. Practicaba desde las cinco de la mañana. Veía los vídeos que llegaban de EEUU. Los memorizaba”.

Se juntaban unos 40 patinadores. Comprendió el valor del colectivo. Formaron un equipo, Choncordia, que fue la referencia en la Lima rodada de los años 90.

A tracción animal, tirando de una pata, dura como el muslo de un caballo, bajaba de La Molina al centro.

Hace poco, volvió al monopatín, en esta ocasión con Pía. Para ella fue la primera vez. Y la última. “Se rompió la cara. Se le hinchó el labio”.

Su actual amor no tenía por qué comprender el más antiguo. El monopatín seguiría encerrado. Le había ofrendado demasiados huesos. Y el labio de Pía.



"Te vas a matar"

Su madre, Blanca, artista y arquitecta, responsable del edificio de Central, que construyó a medida del hijo, “cocinera de pura intuición”, había intentado que bajase de la tabla. “Te vas matar”, le dijo muchas veces. Probó a ser un bohemio adolescente, pintó, manoteó en el arte.

Los planes del padre eran otros: Raúl era abogado, y a esa rama de la acrobacia quería que se dedicase Virgilio. Raúl estaba harto de pagar tablas rotas.

“Es que vuelas tanto que se rompen al caer. Quería ir a California. Con 16 años intenté ser profesional”. California era la piel tostada, el sol desnudo, el mismo mar de Lima con tiburones distintos.

“Cuando, de niño, alguien volvía de EEUU, traía cosas. Al abrir la maleta, olía a Miami”. Olía a zumo de frutas. Olía a chicle. Era 1994 y las calles de Lima olían a bombas de Sendero Luminoso.

Fue a California y se fracturó “la otra clavícula” durante uno de esos ejercicios sobre la tabla indómita. La rampa de tres o cuatro metros fue una trampa. Voló de regreso a Lima en una nube de calmantes.

Obligado al reposo, leyó: “Leí, leí mucho”. Al verlo aplicado sobre el montón de libros, en un inesperado aquietamiento, el padre dictó sentencia: “Vas a ser un buen abogado”.
Ya lo era su hermano mayor, así que sumaban otro letrado a la causa. Se matriculó en Derecho, lo intentó un año. “Sabía que no sería abogado. Me fui a la playa, a surfear. Yo quería moverme”. No ha hecho otra cosa en su vida que desplazarse.



Cocinero punk

La cocina se cruzó por su vida por casualidad cuando un amigo –hoy también célebre chef, Diego Muñoz– decidió estudiar ese arte de embellecer la muerte.

“No sabía que detrás de un restaurante había un chef. Y aún menos que era una carrera”. Fue a Canadá, a Otawa, a la escuela Le Cordon Bleu, “en francés y barata”.

Quería moverse: ese era el espíritu del 'skate', del surf y de la cocina. Se trasladó a Londres porque él, tan pulcro, tan educado, tan bien puesto el flequillo, se sentía punk. Bad Religion era su culto.

Probó restaurantes canónicos, franceses e italianos, y después ya no paró: Nueva York, Singapur, Bangkok, con retornos a Lima. “En el sudeste asiático me abrieron la mente. No todo tenían que ser reglas italianas y francesas”.

Londres le dejó marca. Es una ciudad que ama –tiene allí dos restaurantes, Lima y Lima Floral– y que le duele: desde 1998 conserva una herida en la oreja izquierda.

Ese tatuaje representa un tiempo que debería acabar: el de los cocineros cuyo principal argumento es la brutalidad. Está perdido el chef que alza el látigo antes que la palabra firme. El maltrato es un ingrediente podrido.



Un chef le tiró un cenicero

“Preparábamos unos aperitivos. Yo estaba con un 'bisque' súper tradicional. Lo reduje. El chef lo probó. ‘Sabe mucho a langosta’. Y añadí agua del grifo”.
Un cenicero le impactó en la oreja. Sangró, y continuó el servicio con un papel pegado al pabellón auricular. Desertar hubiera sido de cobardes.

Conocer a Gastón Acurio lo cambió todo. Otra luminaria de la gastronomía de buena familia limeña cuyo destino era la abogacía y el asalto al poder desde la toga.

Gastón, que se retiró en septiembre del 2014 de la competición por el liderazgo de la cocina mundial, algo que ahora está al alcance de Virgilio, lo empleó en Bogotá.

El padrino de la cocina peruana ve cualidades en su exempleado para coronar –expuesto al frío y a los resbalones– la cima: “Explora Perú desde una mirada acorde con nuestro tiempo: compromiso, tolerancia, conocimiento, libertad. Por ello reúne todas las condiciones para ser el número uno del mundo. Porque sus platos representan al cocinero de hoy”.

Aún como si se desplazara en monopatín, guardando el equilibrio e incapaz de estar quieto, pidió ir a Madrid para abrir el restaurante Astrid y Gastón. 
Tuvo tiempo, entre dos destinos, de dar un bocado a Fráncfort: “Casi me casé con una alemana”.



"Nadie quiere a un líder que patea la pared"

Rondó una década por el mundo como un vagabundo de la sal y el azúcar.
Quiso centrarse, buscar su centro, y en octubre del 2008 abrió Central en Lima con la ayuda de la familia.

Habla, sí, de centrarse, de encontrarse: “Cuando abrí Central, fui yo mismo”. Entre él y Blanca, la madre, idearon el espacio, donde la naturaleza se abre paso entre el hormigón. En el techo hay un árbol, un pacay. En la capital de Perú casi nunca llueve y el sol parece envuelto en lino.

Reconoce ahora, desde una obligada calma auxiliada por el yoga, que también tuvo que contener al bruto.
La cicatriz de la oreja le recuerda a diario que la ira deja huella. “He tirado un pescado, he roto platos, he pateado una puerta. Lo he hecho y está mal. Nadie quiere a un líder que patea la pared”.

“No tenía un mensaje de peruanidad ni de traer la diversidad del país. Era una propuesta global. Cosas de España, de Singapur, de Francia. Claramente, era falta de estilo. Hacíamos canelones y, para ligar la harina, usábamos tubérculos. Los últimos tres años han sido distintos. Ya tenemos un estilo, queremos distinguirnos, ser únicos”.



El mejor restaurante de Sudamérica

Pía reflexiona sobre qué aporta Central al discurso gastro: “Siento que formalismo. Para nosotros, investigar sobre ingredientes es viajar al lugar y recoger su historia y espacio para luego experimentar con ellos en cocina y con respeto a esos orígenes”.
Virgilio y Pía encaran el 2015 con un peso en los hombros: son fuertes, pese a las fracturas de clavícula. Central fue elegido mejor restaurante de Sudamérica por los votantes de la lista Latin America’s 50 Best y el 1 de junio competirá en Londres por el título mundial. 

Se impulsa desde el lugar 15. Auparse hasta los diez o los cinco primeros sería una locura. El Celler de Can Roca, en segunda posición, podría recuperar el famoso trofeo de metacrilato.

En solo seis años, un tiempo gastronómico corto, la pareja recibe ese tipo de elogios coheteros, ruidosos y exagerados, que levantan del suelo.

Virgilio cree estar preparado para todo porque cuando abrió Central tuvo que cerrar. El restaurante nació muerto. En el 2009, sietemesino, fue denunciado por los vecinos, incumplía las normas de la municipalidad. Aún es un proceso jurídico por resolver. Pudiera ser que, llegados a lo más alto del panteón mundial, estuvieran fuera de la ley como un clandestino de la exquisitez.

“Lo mejor del cierre es que me atreví a salir con Pía”. Salieron, se casaron.

Pía cuenta cómo compaginan amor y trabajo: “Hablando. Vir y yo hablamos mucho de lo que él quiere, de lo que él espera, así como de lo que yo quiero y espero. Del futuro, de nosotros como familia, de nuestro trabajo y nuestro lugar. No es fácil confluir en lo mismo, pero nos entendemos mucho y compartimos los mismos objetivos, así que es fácil. Trabajamos duro, en eso coincidimos siempre, y lo disfrutamos mucho”. “Perseverante”, es la mejor virtud de Virgilio. ¿Y el defecto? “Creo que le cuesta mucho relajarse”.









Mater Iniciativa: la historia de los productos

Como se ha repetido varias veces, Virgilio no puede estar sentado.

Con su hermana menor, Malena, médica de profesión, ha creado Mater Iniciativa, una organización con investigadores, de botánicos a nutricionistas, que persiguen la historia de los productos. Lo que más disfruta Virgilio es calzarse las botas y peinar Perú y sus hábitats para comprender qué come la gente y por qué. Aunque busca ingredientes, lo más interesante que encuentra son personas.

“No podemos ser mentirosos. Cada plato representa un ecosistema y el compromiso con la gente”. Cuzco fue la capital de los incas y es la capital de las indagaciones. Su futuro, lo dirá al final, pasa por ahí. “Mater Iniciativa es el futuro. Viaje, paisaje, gente, hierbas salvajes… Y Central, el sitio de ejecución”.

El menú que cocina Pía en Central se nutre de lo pateado. “Ver desde las alturas. No ver un territorio plano”.



Productos de altura extrema: 4.200 metros

El menú es una tablilla de escalador. El buceo y la escalada tienen en común la falta de oxígeno.

El pico es 4.200 metros, Altura Extrema, representada por el cushuro (una cianobacteria, un alga, perlitas verdes), papa isco y tunta, patata blanqueada que conoció los rigores de la congelación y el ímpetu de los torrentes que le arrancan la piel.

La mínima, -25 metros, la Expedición Paita, con una tortita con hígado de pejesapo (pez) y alga de profundidad.

Sin moverse de la silla, sin bombonas de aire, el comensal sube y baja como un atleta del confort, del tartar de lapa y calamar (Pesca de 10 millas), a -5 metros, hasta los 2.875 del Valle entre Andes con aguacate, polvo de tomate de árbol y kiwicha (amaranto).

Para esta excursión transmontes proponen distintos jugos, bebidas sugerentes y refrescantes, que entonan al viajero: yacón y chía, uva y yuyo, mashua y kiwicha.


La Roca de Mar (-6 metros) oculta en su interior un corazón de almeja, crema de lima y rocoto.

El Pulpo en el Desierto (0 metros) es emplatado en una vajilla desoladora, lunar, que acoge una maravilla de humo, maíz morado y cactus (airampo).

La Amazonía Muerta (860 metros) es triste: hojas secas y pan negro. El Entorno de la Hoja de Coca (1.750 metros) trae a la planicie el café, la chirimoya y la muña (menta andina).



Un huerto en el techo

“Conmueve ver la amazonía devastada, un paisaje de muerte. Y, al otro lado, la Amazonía viva, la ceja de selva”, reflexiona Virgilio, que la simboliza con pato y raíz (yacón).

Quiere que lo que se come y dónde se come sea armónico y por eso cultiva un huerto en el techo, osmotiza el agua de mesa, diseña (o se hace diseñar) la vajilla y acaricia ese mueble que contiene las semillas de cacao como si quisiera recibir una enseñanza antigua.

La oficina de Mater Iniciativa, cuyo lema es 'afuera hay más', se encuentra junto a la cocina. En la pared, las fotos de los ingredientes, expuestas igual que si fueran las caras de los delincuentes más buscados.

El librito, una obra de arte con contratapa de madera con plantas dibujadas y un mapa topográfico, que entregan a los comensales se titula 'Alturas, el mundo a desnivel' y contiene una frase que corta la cara: “Al dividir el mundo en alturas, como hace el hombre andino, se percibe el terreno, no como un plano horizontal, sino más bien verticalmente”. Proponen acercarse a esa cosmovisión. Virgilio, desde los tiempos del 'skate', busca lo vertical.

Habla de mañana, habla de Cuzco, habla de hijos. Habla de cómo su ayer y su hoy viajan en monopatín: “En ambos te sientes ligado al grupo. Conoces trucos, pero también improvisas. Y, lo más importante: eres libre. Me sentía libre entonces y ahora. Estos tres años nos hemos machacado, nos hemos dado duro”. Se rompió la cabeza siete veces, y cinco, el resto del cuerpo.

Tobillo, brazo, clavículas.
Y sonríe, la cara afilada, con la impertinencia del que conoció la calle. 




Foto portada: Ferran Sendra
Fotos: Brick Delgado



McDani o la colaboración de Dani García con McDonald's

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Esta no es la 'burger' para McDonald's, sino una hamburguesa de carrillera de cerdo ibérico del libro 'Las tapas de Dani Garcñia´.




Solo he comido en McDonald’s dos veces.
Una, en Nueva York, cuando era adolescente: fue una experiencia bizarra entre mendigos. Y otra hará unos 20 años: una carne fea del grosor de un dedo.

El cocinero Dani García (jefe del biestrellado Dani García y del casual Bibo, ambos en Marbella) me obligará a regresar. El día 10 saldrá a la venta la McExtrem, una burger de autor en un pretzel. Seguro que estará buena.

No es el primer ni el último chef en democratizar su legado: Escoffier trabajó para caldos Maggi y Ferran Adrià pensó una excelente hamburguesa para Fast Good. Era el 2004 y lo corrieron a patatazos fritos. Ser un adelantado tiene eso. Diez años después, los gurmets parecen más tolerantes.

Pregunto a Dani por la crucifixión: «La verdad es que hay muchísima más expectación que crucifixión». Le ilusiona que «toda España pueda probar la burger de Bibo».

En este intercambio de popularidad y dinero por prestigio gana McDonald’s.

Fichar al chef para esa McDani debería promover una revolución en la multinacional que no va a suceder.

Estar en el siglo XXI significa abandonar las prácticas del fast food por las de una cocina más humanista.





Restaurante Caldeni // Barcelona

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[Restaurante visitado el 11 de febrero del 2015]







Caldeni
Carrer València, 452. Barcelona
T: 93.232.58.11.
Precio medio (sin vino): 45€.
Menús: 26,40 (mediodía), 55 y 65€.





Corte, filete y confección






Tres años después de abrir Caldeni, Dani Lechuga quiso dedicarse a la carne. No lo llevaba en el apellido, pero sí en el ambiente familiar. Algún miembro del clan sacaba músculo con la importación de vacuno, de modo que se garantizaba un suministro excelente de chicha.

En octubre soplarán una década del bistronómic, que el año pasado sumó la barra de Bardeni. Pared con pared y cocina compartida.
La economía no da para más: cualquier decisión tiene que ser estudiada para garantizar la supervivencia.

Entiende el cocinero que el camino que comenzó es el correcto y que la especialización da visibilidad. “Nosotros ofrecemos la pieza limpia. Proponemos comerla de otra manera, sin hueso, sin nervio”.
Si Espai Kru es una marisquería del siglo XXI, dice Dani, Caldeni podría ser la referencia para la pezuña y el cuerno.

La primera idea para el local vecino fue montar una carnicería, un espacio de corte, filete y confección. Sigue pensando en instalar --¿dónde?-- una cámara de la que colgar los cortes nobles. Los carniceros-cocineros como Renzo Garibaldi (Osso, Lima) son personajes en los que fijarse porque la nostalgia paleolítica va a más. Lo paleo es un hueso duro de roer.

Dani deja para el final de la comida el solomillo de black angus de Nebraska con salsa café de París: “Es un animal de 24 meses. Y la salsa, un proceso de dos días, tiene 32 ingredientes”. Lo académico también le tira. Tierno como la mejilla de un gourmet cebado.

Pido exactitud sobre razas y madurez: “Es que no puedo ser preciso porque cada pieza es distinta”.
Un mundo sangriento y oscuro: “Hablar de vacuno es complicado.
¿Cuánto tiempo de cámara? Depende. Abusan, venden podrido. Cámara para los lomos, las chuletas. Con tres semanas están fantásticas”.
Gracias al contacto con la empresa Sucarn, elige: “De cien me quedo uno. O ninguno”.

El canelón de rabo con trufa negra es de santiguarse porque es pecado.
Buena sintonía con lo-que-se-lleva con el carpacho de ternera aliñado como un cebiche.
El fricandó --¡llata de angus!—con taco mexicano es una evolución del de Bardeni. Bebo el tinto Riu 2011 del Trío Infernal para acomodar la carnalidad.

Fallido el pulpo (demasiado duro) con calçot y yema, como si fuera una tortilla.
Y de aúpa, los dos interiores, tierra y mar, cocochas de bacalao y mollejas, y unos guisantes de llorar.
Un postre refrescante, piña-zanahoria-coco, y otro, de pastelería ancien régime aligerado: selva negra, pa de pessic de chocolate hecho en el microondas con sorbete de cereza y remolacha.  

¿Por dónde tiene Dani que buscar el pasto? Sería interesante acomodar una parrilla: el humo acompaña bien al muuu.
E investigar, convertirse en una autoridad de lo carnal, lograr algo único, que lo señale, que lo levante. Que sea requerido por su sabiduría rumiante. Que al pensar en partes de vaca pensemos en partes de Dani.
 





  


Atención: a la carta de vinos y sus precios sin hachazo.
Recomendable para: los que buscan carnes honradas.
Que huyan: los hipertensos.










El palo de 'selfie'

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METRO. Un diálogo que escucho en la calle, tarde, sobre las nueve de las noche, cuando las buenas personas cenan sintiendo el peso del día en los ojos. Una madre arrastra un cochecito y un niño pequeño, tal vez de 5 años, camina agarrado al vehículo infantil en el que viaja su hermana o hermano menor. Niño: “Los autobuses se van a dormir”. Madre: “¿Y quién se hace cargo del transporte público durante ese tiempo?”. Niño: “Todos se trasladan al metro”. He ahí una futura autoridad del transporte metropolitano.


MAQUILLAJE. Última hora: Uma Thurman se maquilló la cirugía para parecerse a Uma Thurman. Porque los diarios nunca se equivocan.


PALO. Tiras un palo de selfie y el propietario corre tras él para recogerlo con la lengua fuera, excitado y moviendo el rabo.


AUTOSUFICIENTE. Antes, en los viajes, ante un monumento o en un instante glorioso, durante un atardecer flamígero, requerías la ayuda de un desconocido para que hiciera un retrato: individual o colectivo, de pareja o de familia. Esa era la imagen que descansaría, ofrecida al polvo y a la eternidad, en una estantería del comedor y que recordaría aquel tiempo concentrado en el que fuimos felices. El palo de selfie ha destruido el ligero contacto con el extraño, la cortesía que llenaba los lugares turísticos del mundo. Ya no necesitamos a nadie para la inmortalización: somos autosuficientes.


CABEZÓN. Antes, los protagonistas eran los sitios visitados. Ahora, lo único destacable de las fotos somos nosotros mismos. Y no importa si están hechas en el comedor o en la Plaza Roja de Moscú. Porque, una y otra vez, son las caras, en esos planos cabezones y de apretadas sonrisas de tortuga, las que ocupan las pantallas.


CADÁVER. La actriz Helena Bonham Carter ha sido fotografiada desnuda con un atún de 27 kilos en una campaña de la fundación Blue Marine para alertar de la degradación de los océanos. La foto se pretende sensual, con el túnido entre las piernas, acariciado por la mujer. Pero es un cadáver. No entiendo el mensaje. ¿Evocan una pietà marina o un cuadro erótico japonés, El sueño de la esposa del pescador, aquella famosa xilografía de Katsushika Hokusai? Si querían salvar al pez, se lo han cargado sacándolo del agua. “Enamorada de un atún”, titulan con entusiasmo. Ha quedado un acto de involuntaria necrofilia.


ESTAFA. Ha muerto Morcillo El Bellaco, el líder de los Rítmicos. Disfruté con su música cuando tenía 20 años: la canción Estoy borracho es de una chispeante tristeza. Los vi en 1986 en la sala Zeleste de Barcelona. Eran los tiempos de OTAN, de entrada, no. Que al final fue . La estafa de los políticos en los que confiamos comenzó entonces.


TENTACIÓN. Qué tentación darles con el palo de selfie en la cabeza.








Estafa ('spin off' de Palabrería)

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ESTAFA. Ha muerto Morcillo El Bellaco, el líder de los Rítmicos. Disfruté con su música cuando tenía 20 años: la canción Estoy borracho es de una chispeante tristeza. Los vi en 1986 en la sala Zeleste de Barcelona. Eran los tiempos de OTAN, de entrada, no. Que al final fue . La estafa de los políticos en los que confiamos comenzó entonces.







Paella a la Barberá // Paella Emoji

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Tengo en la sangre tantos glóbulos rojos como granos de arroz.
Durante un tiempo fui un integrista de la paella. Ya no: debe de ser cosa de la edad.
Más por cansancio que por tolerancia, acepto perversiones de la fórmula (¿o fórmulas?). Desde hace un tiempo, València vive una regeneración del género, que comenzó con la Wikipaella, una forma de ordenar el caos.
     
En esa Dignificación Paellera acaba de entrar otro agente: el cómico Eugeni Alemany, que intenta, en colaboración con La Fallera, que WhatsApp acepte como ideograma (emoji) una paella de pollo y conejo.
La campaña es brutal y ha encontrado en las redes un impulso necesario.
Entre tanta sequedad a la alemana, un poco de cachondeo solar levanta el ánimo.

Y después ¿qué? Tendremos el emoticono para echar una risas, mientras la señora Barberá y el señor Fabra siguen haciendo de las suyas entre salvas y pólvora.

Grandes esfuerzos que sirven de distracción.

El caloret affaire ha hecho más simpática a una política que abochorna.
Si vuelve a ser votada como alcaldesa de València, nos consolaremos enviándonos  una Paella Emoji con una carita de ira.






Restaurante Mano Rota // Barcelona

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[Restaurante visitado el 27 de febrero del 2015]






Mano Rota
Creus dels Molers, 4. Barcelona
T: 93.164.80.41.
Precio medio (sin vino): 25-30€.
Menús: 14 (mediodía), 35 y 55€.



El escenario es una barra




“Ni un bar ni una barra”, dice Oswaldo Brito. Restaurante con barra, definen: me gusta el concepto.
La barra como destino, no como accesorio.

La barra, donde trajinan Oswaldo y Bernat Bermudo, es el corazón de Mano Rota. Está al final del espacio, guardiana del reservado y la puerta de la cocina. Oswaldo y Bernat son unos viejos que acaban de llegar.

Fogueados en restaurantes doctorales, se conocieron en la escuela Hofmann. Sus carreras han ido cruzándose, sobreviviendo a océanos, a parejas y a hijos.
Cansados de trabajar para los demás, se han reunido en Mano Rota, nombre que se refiere a la habilidad.
He visto destreza en mi visita, a la semana de abrir, y sé que será uno de los estrenos del año.

¿Es posible saber cuándo un plato es importante? Por supuesto. Siempre hay alguno que se levanta sobre los demás, que trasciende.

Las películas y los libros que importan son los que dejan poso y que retornan días después a haberlos saboreado. Me ha pasado con el Suquet Thai.

Es un enunciado sugerente: al leerlo la cabeza ha comenzado a centrifugar.
Dos recipientes: un plato con la salsa de coco, los cacahuetes, la lima, el curry verde; y una sartén con papel Carta Fata, que envuelve un regalo: lubina y sofrito.

Al destapar, buenos olores familiares. Hay que mojar el pescado y el sofrito en el blanco. Tradiciones alejadas que funcionan juntas.
Mano Rota es ese Suquet Thai. De aquí y de allá. Oswaldo es venezolano. Bernat es catalán y ha trabajado en Lima. Mezclan con mesura y conocimiento.

En verdad, Mano Rota tiene dos barras, la de la entrada, para aperitivos y cócteles, y la del fondo, con mesas en medio.

Acomodado frente a los dos chefs, aprecio el trabajo de carpintería, maderas procedentes de Holanda recicladas por Revamp-Studio, responsables también del aparador junto a la estupenda barra. Buen interiorismo, que no avasalla. 

Y buena carta de vinos, de la que echa mano Pepe Villodre, al que me he ido encontrando por esos restaurantes de Dios, y del demonio.
Comienzo con el tinto Brutal de Les Gavarres y sigo con una mencía finita de Algueira. Pan con grandeza de barrio, del horno Serra.

Croquetas de yuca y queso scamorza, que requiere un poco más de mayonesa cítrica para aligerar textura.
Stracciatella –que les sirve Mozzakimozza-- con praliné de avellana y berenjena frita, batiburrillo arriesgado y excelente, aunque la hortaliza se pierde.

Nota alta para el cebiche de corvina –corte perfecto— y ají amarillo. Otra buena puntuación para el atún con jugo de lomo saltado –toque peruano--, salsa maja que serviría para cualquier cosa.
Y nuevo platazo: tiras de secreto ibérico crudo, cocinado al momento con un dashi.
La papada con orejones, miso y mostaza es una faena de oreja y rabo.
Paso a los postres, chocolate blanco y yogur griego con frutos rojos. Menos convincente por exceso de azúcar, el café irlandés, con una infusión de culto que les prepara Jordi Mestre (Nomad).

El Paral.lel, con el rey Albert Adrià, se ha puesto estupendo.
El espectáculo ya no está en los teatros sino en los restaurantes.
El escenario es una barra.
   








Atención: a la Carta Blanca, dejar la comida en mano de los chefs.
Recomendable para: los buscan “sabores no planos”.
Que huyan: los de las tapas previsibles y aburridas.










David Trueba // Gente que conversa

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[Reportaje publicado en la revista Dominical el 15 de marzo del 2015.
Blitz es, en este momento, el libro de ficción más vendido]






No tiene importancia. Solo es una excusa para comenzar a contar. Las gafas de David Trueba (septiembre de 1969, Madrid) son contundentes en una cara filosa, que los años han rellenado un poco. Sin querer, Franco Battiato.

En un momento de la conversación, explicará que lleva las mismas gafas desde el 2008: "Las compré en Nueva York".

Fue, dice, en un viaje con Ariadna Gil, su exmujer. Por qué en este punto de la comida la charla se posa sobre las gafas es un misterio que no aclaran las notas.

En el restaurante Caldeni acaban de servir fricandó sobre tortilla de maíz, un taco mexicano con corazón catalán. Es un platazo, tanto de idea como de ejecución.

David disfruta con la comida: ser el menor de ocho hermanos da un hambre latente –muchas personas, poca chicha– o un desinterés por el arte culinario por falta de ejercicio.

A David le agrada comer sin fanatismos ni mitificaciones. La elección del bistronómic Caldeni, en Barcelona, a cuatro pasos de la Sagrada Família y de las hordas turísticas armadas con móviles satánicos, es de su gusto.

"Tengo dos pares de gafas, unas para el invierno y otras para el verano. Las de verano son más ligeras, dan menos calor".

¿Cada cuánto hay que cambiar de modelo? Si se le pregunta a un óptico, recomendará prontitud. Asimismo, el especialista de moda exigirá variaciones de montura. A David le da igual qué se lleva. Ni su cine ni su literatura ni sus gafas están sujetos a la caducidad. Podrían ser del 2005 y las portaría con la misma convicción.

El motivo de compartir mesa es la novela 'Blitz', aunque cualquier otra excusa sería buena. De ser noviembre, el argumento habría sido el viaje a los Oscar de la película 'Vivir es fácil con los ojos cerrados', desestimada por el comité norteamericano.

Es un conversador ameno: habría que comer con David una vez al mes. Sería un tertuliano de primera en una tertulia que no se pareciera a ninguna otra. Gente que conversaría, sin gritos, rebuznos, desgarros. Gente que conversa, como en esta comida.


Una gran pequeña obra

'Blitz' es una gran pequeña obra: 166 páginas en la que el protagonista, Beto, se pierde y se encuentra.
Viaja a Múnich con su novia a un congreso de paisajismo. Después se extraviará, no en Múnich, sino en la vida. Una mujer mayor, una sexagenaria… Tratar la relación entre una sexagenaria y un treintañero es delicado. Puede ser envuelta en seda o en papel de estraza.

La anterior novela 'Saber perder' (Premio Nacional de la Crítica) se extendía por 520 páginas. En vez de un jamón, ¿está vendiendo lonchas? "A veces piensas que el lector se enfadará, 'este no tenía ganas de trabajar'".

Después de ocurrírsele eso, le dieron el Nobel a Patrick Modiano, campeón de lo breve: "Nada que ver conmigo, ¿eh?, pero me quedé más tranquilo al ver la aceptación de lo corto". Otros plusmarquistas de los 100 metros son Amélie Nothomb, César Aira o Jean Echenoz. Novelas intensas, que cargan los pulmones.

Cada historia necesita un tamaño. David está por lo pequeño, por la artesanía. Ni en su literatura ni en sus filmes hay efectos especiales.
Una forma de contar concisa y evocadora. Las frases, algunas frases, son como la punta del látigo durante la vibración final, ese chasquido que rompe el aire.

"Me atraía la sencillez. Aparentemente". Una historia ligera. Aparentemente. Una película española cuesta unos tres millones de euros. Una de David, 1,7. "Y estoy bien ahí porque lo que quiero es llevar adelante mi historia sin renunciar a nada". Saber perder. Y saber ganar. Lo más importante es saber perder.


Desapego de uno mismo

En lo superficial, 'Blitz'–relámpago en alemán– sería la síntesis de una sensación: la que tiene David cuando se marcha fuera, se aparta de casa. "Durante la promoción de una película viajas, te invitan a sitios. Estás en un hotel estupendo, la gente te lleva, te trae. Hay algo falso en todo eso".

El viaje permite el desapego. Principalmente de uno mismo. Ese hombre que se afeita en Múnich no es el mismo tipo que se afeita en Madrid o Barcelona.

Múnich es la excusa, una ciudad que le agrada, también donde entrena un amigo, Pep Guardiola. La novela esconde un chiste privado. Los personajes se sientan en el estadio Allianz Arena, campo del Bayern, más interesados en la arquitectura que en el balón.

Si Múnich es el paisaje exterior, el recuerdo del que nace 'Blitz' es interior y profundo, antiguo. Está relacionado con la vergüenza. Sucedió cuando David tenía 21 años.

"Paseaba por la calle con una mujer mayor, a la que admiraba profesionalmente. Me cogió del brazo. No fue un gesto romántico. Apoyó su cabeza en mi hombro. Cruzó un coche con compañeros de clase, de la universidad. Reaccioné apartando la cabeza y el brazo. Ese gesto se quedó dentro de mí durante años".

Por lo que dirían, por el apuro de haber intimado con alguien que le triplicaba la edad.
Hay que imaginar la escena: David apreciaba el talento de aquella mujer, y que ella compartiera esos instantes de intimidad podría haber sido un honor. Durante unos minutos tuvieron algo muy próximo. Y la traicionó.
La mirada de los semejantes tras los vidrios de un coche al pasar, juzgándolo. O no. Porque pudieran no haberlo visto.

Sirven el canelón de rabo de vacuno. Un luto de trufa negra por encima. Jugo de rustido por debajo. Un canelón de rabo es una redundancia.

Es el plato que más le ha gustado entre los cuatro primeros. Moja pan, se relame, no es un hombre de excesos. Comedido y elegante. Se le aconseja ser prudente con la hogaza, horneada en el obrador de Panes Creativos. Aún quedan tres platos y dos postres.

"Me gusta mucho el pan, mi padre es de Tierra de Campos, lugar de cereal".
Con una barra de pan puedes darte un homenaje, dice.
Fernando Fernán Gómez cenaba poco. Fueron con él a un restaurante habitual. "Apenas tomó nada. Pero mojaba el pan en el vino". El pan, para aquella generación, era la única bandera a la que seguir.


Encuentros en la Tercera Edad

David siempre se ha llevado bien con las personas mayores, ha buscado su amistad y sabiduría. Ser el pequeño de ocho obliga a escuchar. Fernán Gómez y Rafael Azcona. Un cascarrabias y un humorista: ambos eran una y otra cosa.
"La clave del humor es que no sea la razón final. Cuando haces reír contando otra cosa es más interesante".

Por esa admiración hacia la experiencia, en las obras de David hay roce entre generaciones, un Encuentros en la Tercera Edad sin ruiditos extraterrestres.

En la película 'Madrid, 1987', un hombre mayor y una joven; en la novela 'Blitz', una mujer mayor y un joven. Amor y desamor.

Además de los artículos diarios y el semanal, lo siguiente que saldrá de sus manos será una serie de televisión para Movistar sobre las relaciones de pareja, sobre el amor y el desamor. Quiere profundizar.

"Hay preocupación por el paso del tiempo. No me atraen las mujeres mayores, pero siento curiosidad". En uno de sus oficios –el colectivo, el de la cámara–, el reloj es el enemigo; envejecer, un castigo.

La comida sucede el día en el que Uma Thurman fue operada por los medios de comunicación, una cirugía que a la jornada siguiente desapareció bajo un tupido y extravagante maquillaje.

En el viaje en tren entre Madrid y Barcelona, dos mujeres –"de mi edad"– compartían sobre las mutaciones de ese rostro. David se refiere a la crueldad con la que hablaban: "El problema de este asunto es que no vamos a las razones, al por qué. El mensaje que manda la industria es: 'De las 70, quedaréis dos".
El mensaje de Hollywood es : ¡descorchemos la juventud! "La mujer española cuando se hace mayor se hace paisaje". Es una frase de 'Blitz', centella en la oscuridad.

El escritor es muy reservado ("eso dicen mis amigos"), su tema preferido no es él. Puede conversar durante horas sin contar nada de sí mismo. De ahí que llame la atención que haya hablado de unas gafas compradas en Nueva York en el 2008.
O de que han celebrado los 18 años de su hija Violeta, o de que Ariadna y él viven cerca para facilitar el tránsito de los hijos de una vivienda a la otra, o de que la separación fue "amistosa y civilizada", o de que Natalia Verbeke regaló a Violeta una barbie, que dejó a los pies de la cama de la niña y que, al despertar, la sorpresa fue mayúscula, pues aquella ficción femenina nunca había tenido espacio en la casa.

"Nada tiene más éxito que el éxito". Éxito atrae éxito.
Él lo tiene, pero lo trata como si fuera un perro al que hay que sacar a pasear.
El éxito tiene sus necesidades y nunca es completamente tuyo.









Bokata de kalamar

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El bocata de calamares no forma parte de los recetarios catalanes, si bien es una de las estrellas de esa bocadillería renovada que suma locales y acapara cartas en Barcelona.

Anillo tres de la especie: el de la Bodega 1900, el de Llamber y el de Entrepanes Díaz, que esta semana he tomado con gusto.
El molusco rebozado, dos salsas (una negra) y un pan ligero elaborado por el horno Sant Josep.

¿Por qué un bocado foráneo es aplaudido? Porque forma parte –para el paladar local– del exotismo molón junto al kebab, el bun o el taco, todos con gran tradición en otros territorios y que han sido adaptados a la kocina urbana y a los pulcros paladares de los usuarios. Así, bokata de kalamares para distinguirlo del ortodoxo.

Bocatas desprovistos de significado proletario, de conciencia social.

En esa liturgia de lo sofisticado, lo singular es el pan, que proporcionan los profesionales de la nueva horneada, esa élite de panaderos sin congelar.
Alta calidad en los fermentados, elipses que apetecen morder.

Son pedazos caros, que deberían ser degustados como plato y prestándoles más atención que la que merecen esos tentempiés de cartón que algunos llaman bocadillos.






Restaurante Hisako // Barcelona

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[Restaurante visitado el 19 de febrero del 2015]





Hisako
Londres, 91. Barcelona.
T: 629.446.503.
Precio medio (sin vino): 25-30€.
Menús mediodía: de 14.60 a 16.50€.





La abuela Hisako





Ernest-Dai Fibla Takahashi, de 29 años: el nombre y los apellidos centran, y delatan. Padre catalán, madre japonesa. Ambos, traductores.

El restaurante Hisako habla de su abuela, hija de un general, nacida en Tokio y huida a Osaka. Y habla de su madre, Keiko, que en el Londres de mediados de los años 70 encontró a su padre, estudiantes ambos de inglés.

Aunque Keiko procedía del otro extremo del mundo, Jordi venía de más lejos: de una España en la que se extinguía una dictadura con aires de medievo.

La historia podía haber acabado cuando cada joven regresó a su casa cumplida la obligación académica. Jordi resultó ser intrépido y viajó al sur de Japón en busca de aquella chica que conoció en el Londres del punk y los imperdibles.

Cuarenta años después, el hijo de Keiko y Jordi ha abierto en la calle Londres de Barcelona una izakaya, una taberna, con el nombre de la abuela, Hisako. De Londres a Londres.

Ernest se siente muy catalán y “muy japonés” y asume sus dos mitades con armonía.

En el restaurante Cinc Plats, donde fue camarero después de estudiar turismo, conoció al cocinero Jun Fukuyama. Lo ha fichado para honrar a Hisako: “Admiro su creatividad, el cuidado que tiene con todo. Cómo se organiza. En un 85% abrí porque él me dijo que sí”.

Ernest fue trotamundos antes de instalarse en junio en la calle de Londres. En Nueva York repartió comida japonesa en bicicleta: “Pagaban de forma espléndida”.

Del abuelo general apenas recuerda nada, pero tiene muy presente a Hisako y las vacaciones en Osaka y a aquel tío abuelo que preparaba gyozas y al que la yakuza obligó al cierre.

Escuchar a Ernest y su vida en dos mitades es interesante. La comida que sirve participa de esa dualidad. “Cocina japo no del todo japo”.
Por ejemplo, los guisantes con caldo dashi ahumado, los makis de berenjena con jamón y salsa de soja –preparación a la-que-le-falta-algo– o el okonomiyaki, vendido como trinxat japonés.

El carpacho es excelente, un cuadrado jaspeado con multitud de vegetales y salsas (miso, ponzu). Comerlo es dar un bocado a un Pollock.
Carne de vacuno –buena infiltración de grasa– que le sirve Puigbó. “No siempre la tienen”.
Desconoce la raza, no es wagyu, no lo podría pagar. Y ni falta que hace.
Esa alfombrilla roja es la emperatriz de la comida: sabrosa, y hermosa.

Antes, he tomado un chupito con ostra (mejor cortada, en dos partes) y gelée de dashi y la ventresca de atún (muy buena) con salsa de erizos. Me despido con el pastel de queso fresco y galletas saladas.

Abrir Hisako ha ayudado a Ernest con su identidad: habla con el cocinero en japonés, se sumerge en la gastronomía de sus ancestros.
El contramuslo de pollo homenajea a la abuela y el bacalao, a la madre.
Los restaurantes con historias son emotivos.








Atención: a la barra de la entrada, del estudio Amoo.
Recomendable para: los interesados por un japonés-con-algo-más.
Que huyan: los de sushi congelado chino.









Comienza un vertedero

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ASEADO. Los medios de comunicación españoles están embelesados con Albert Rivera. Les parece más aseado que Pablo Iglesias. También su ideología, aunque comparten la misma inexpresividad ideológica.



COLA. En la cola del cine, a punto de ver Kingsman. La violencia de Kill Bill, aunque con otro vestuario: el traje a medida en lugar del chándal. Aparecen dos personas mayores: uno, enjareta un sombrerito, se diría que tirolés. Han llegado después de nosotros, pero se cuelan. No les decimos nada. Solo hay una persona en la taquilla. Durante unos instantes coinciden dos. Es el cambio de turno. El hombre del sombrero abandona la posición para adelantarse. Sobrepasa a cinco personas. La cola lo reprende y él responde: “Basta, basta. Déjenme en paz”. No parece abatido, sino enfadado. Es esa clase de personas que diría: “Los jóvenes de hoy están muy mal educados”. Jamás he visto a un joven intentando burlar una fila.



VERTEDERO. Cuando el ser humano ve una bolsa de basura, en vez de recogerla tira otra. Así se inician los vertederos.


DIOS. Dos mil años de debate teológico llegan a su fin. El BOE demuestra que Dios existe.



ESQUINA. Ese vertedero está a punto de comenzar: alguien ha tirado una bolsa con heces de perro. Ha llegado otro individuo y ha seguido el ejemplo. Y un tercero y un cuarto. La quinta bolsa es ya de basura. Los barrenderos ha decidido no prestar atención al incipiente estercolero. Me encuentro con uno, que fuma. Mientras habla, fuma. El cigarrillo en la boca; las manos en los aperos de recoger. Le cuento. Y él me cuenta: “Soy nuevo y aún no conozco mis límites”. No habla de filosofía ni de resistencia. Habla de calles. La siguiente esquina es el fin del mundo.



APÉNDICE. Tengo sueños raros. Este se repite: necesitado de huir, las piernas no funcionan. Creo que es muy común. La cabeza corre; las piernas son de hormigón. El otro día viví una variación de ese inmovilismo: quise telefonear y fui incapaz de conseguir que el móvil funcionara. Apreté y apreté sin establecer llamada. Solo ahora sé que el móvil es un nuevo órgano, un apéndice externo.



MUTAR. Los órganos del cuerpo humano han necesitado millones de años para evolucionar. Ese miembro adquirido que es el teléfono inteligente muta mes a mes. El precio por la mejora del smartphone es la atrofia de partes de nuestra anatomía.



ARQUEOLOGÍA. Papeles, heces, bolsas, latas, cajetillas de tabaco, botellas, revistas. La variedad de desperdicios arrojados a las calles es enorme. No es arqueología urbana: es mierda. Ser barrendero debe de ser desesperante: al minuto de barrer, un desgraciado ha vuelto a lanzar un papel al suelo. Mejor que limpiar es no ensuciar.





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