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Channel: La Cocina de los Valientes
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El 'lonut' y el donut

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Al pastelero Carlos Beltrán le agrada mojar el donut en el café con leche, acción complicada porque la redondez de la rosquilla impide sumergirla de manera completa en la taza. ¿Solución? Un donut alargado, que él llama de forma comercial lonut.

«Ya sé que existen los fartons», dice. El fartó sería un pariente lejano. El lonut ha aparecido (¿para quedarse?) en la calle de Bailén de Barcelona, en la recién estrenada cafetería Sally Sucra.

Lo probé el otro día cubierto con chocolate y la verdad es que era goloso. Buena textura, poco graso. De momento prepara pocos, «entre diez y 12 diarios», un número similar al de cruasanes, también ricos.

En el 2013, Dominique Ansel comenzó a vender cronuts en su pastelería de Nueva York y esa masa entre cruasán y donut hizo fortuna y se expandió mundialmente.

No creo que Ansel cobrara royaltis por las copias. Probé algunas versiones durante la epidemia y me parecieron aceitosos y pesados.

¿Tendrá fortuna el lonut? Sería estimulante asistir al nacimiento de un fenómeno. Beltrán quiere registrarlo y mientras se soluciona el papeleo que este artículo sirva como dulce acta notarial.







Un gato de plástico que saluda

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Ensayo de 'pho' con piparras.











AUTÉNTICO. El debate sobre la autenticidad es tramposo. Durante una charla picajosa, un cocinero que ha vivido en varias metrópolis se sulfura al hablar de los restaurantes chinos en Barcelona. Le recomendaron uno de esos comedores en la cercanía de la calle de Trafalgar y se encontró con una intendencia de esclavos. Le parecía inconcebible que dieran de comer a cambio de pocas monedas y, aún más, que alguien recomendase ese establecimiento porque, según él, era favorecer la desigualdad social y la incompetencia.



PATO. Al citarle el pato Pekín, los ojos se encharcan de salsa agridulce: “Es que ni siquiera era pato pekín. Era pato cantonés”. Lo he probado en ese mismo lugar del que hablaba el hombre y, sin estar seguro, creo que es al revés: lo sirven con salsa hoisin, obleas y tiras de pepino y cebolleta, a la pekinesa. Pero qué sé yo de ortodoxias chinas.



RAZÓN. Lo más probable es que ambos tengamos razón (y, a la vez, ninguno de los dos, ¿acaso somos parientes de Mao?) y que el ánade haya sido cocinado a la manera del sur (Cantón) y servido con los aditamentos del norte (Pekín). De todas maneras, el restaurante al que se refiere no se rige por lo legítimo sino por lo comercial: lo que quieren es vender patos.



TRAICIÓN. Trasladar cocinas desde sus lugares de origen es traicionarlas (los chinos, se ha dicho tantas veces, ofrecen en Occidente una inventada estandarización). Buscar la verdad culinaria es tarea inútil. ¿Cómo rastrear un plato primigenio sepultado bajo estratos de añadidos, eso que se llama tradición?



SOPA. Ese chef con el que converso no es chino, no es tailandés, no es japonés, no es vietnamita, no es coreano y, sin embargo, se le considera un gran experto en esos mundos. ¿Es posible adquirir el gusto? ¿Cuántas veces hay que tragar una especialidad para que el comensal se apodere de ella? ¿Podría ese conocedor preparar una sopa pho con más destreza que un oriundo de Hanoi o de Ho Chi Minh? Mejor carne de ternera, mejor pasta de arroz, mejores hierbas aromáticas, caldo más fino. Por supuesto que podría hacerlo, pero ¿a un vietnamita le parecería un pho certificado o una falsificación?



GLUTAMATO. Sucede que en el restaurante que dirige, el chef ofrece nems, que defiende con ardor y que considera superiores a la mayoría, incluso a los que enrollan en restaurantes vietnamitas. Podría ser: a mí me parecen ricos (en estos preparados es difícil distinguir ingredientes, picados y mezclados), aunque soy incapaz de situarlos en el lugar correcto en la escala de lo genuino. Ese día come, en otra mesa, alguien que conozco. A la salida se queja de lo dudoso de la preparación y habla de un sitio donde los nems son baratos y ricos. No sé. Lugares donde el ingrediente principal es el potenciador de sabor, donde las salsas están cargaditas con glutamato monosódico. Todos esos lugares donde la verdad es mentira. Donde lo auténtico es un gato de plástico que saluda.











Restaurante Naparbcn // Barcelona

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Naparbcn
Diputació, 223. Barcelona.
T: 93.408.91.62.
Precio medio (sin vino): 30-40 €.




Capital de la birra




Hace casi un año que el cervecero catalanobelga Sven Bosch fue en busca del cocinero Miquel Aldana, vecino del Maresme y jefe de Tresmacarrons, para liarlo en un proyecto que por fin ha tomado cuerpo: la cervecería gastro Naparbcn.

Sven y sus socios de la cervecera Naparbier, con sede en Noáin (Navarra), ya habían abierto los grifos de Biercab, en la calle de Muntaner, bar con más premios que un gran danés de concurso. En definitiva, gente que ha contribuido a dar espuma –crema– al nombre de Barcelona.

Según Miquel, Naparbcn se encuentra “en la milla de la cerveza”, en la calle de Diputació, cerca de Brewdog Bar, Mikkeller Bar y Garage Beer Co.

La ciudad es una capital de la birra artesana y los locales crecen como las levaduras. Del consumo clandestino, al masivo, un fenómeno que comparte similitudes con el del vino natural, aunque con más pasión y litros.

Hay en las nuevas generaciones, entre minorías cultivadas, una forma de resistencia orgánica, un regreso a las manualidades. Un negocio da paso a otro negocio.

Pregunto a Miquel si lo artesano está a punto de secarse: “No es una moda. Es una realidad. Hay público suficiente. Son locales que trabajan”.
Pregunto a Sven a partir de cuántos miles de litros lo artesano deja de serlo: “Nosotros hacemos 300.000 y en el 2017 esperamos llegar al millón. Lo importante es qué ingredientes se usan. Las cervezas industriales buscan vender. Nosotros buscamos el placer”. El debate desborda los vasos.

En noviembre, el Tresmacarrons, el restaurante de Miquel en El Masnou, fue tocado con la varita de Michelin y las reservas los inundaron como una riada.

El cocinero ha tenido que encontrar tiempo para diseñar la carta de la supercervecería –cuya decoración parece antigua pero ha sido diseñada hace cinco minutos–, que funcionará como fábrica y dispone de siete tanques de fermentación y 12 tiradores.

Bebo tres copas: una agradable pils y una contundente porter. Me quedo con la de en medio: Napar insider, con suficiente amargor y notas de cítricos. Lo cierto es que sé poco de esto y que me lío con los nombres y los estilos.

El hombre de Miquel en la cocina es Óscar Mateo y el hombre de Sven en la sala, Enric Hidalgo.

La ostra escabechada es un monumento. La croqueta redonda de ibérico está rica y el caramelo de aceituna de despega del fuagrás (algo sencillo de solucionar).
El tartar de ventresca de atún con naranja y miso engancha, así como el arroz con gambas y alcachofas. El canelón de pollo, con bechamel y jugo es prodigioso.
Para arder en el infierno, la mousse de chocolate con helado a la pimienta.

“Es el primer restaurante gastro dedicado a la cerveza”, concluye Miquel.

Tiene ambición, se presenta en la ciudad, cocina para un público joven, desprotocolarizado y experto en ale, lambic y stout.

Si Madrid era la capital de la gloria, según los cuentos de Juan Eduardo Zúniga, Barcelona es la capital de la birra.







Atención a: la zona, el llamado Beerxample.
Recomendable para: los exploradores cerveceros.   
Que huyan: los de chato de vino.







¿Tortilla de qué?

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Sentirse extraño en casa es frustrante. Pasó –otra vez– el jueves a mediodía, en el restaurante coreano Yalujiang, que en realidad llevan chinos con la excusa geográfica de la cercanía con la frontera de Corea del Norte.

El aspecto de bar manolo (con-manolo-ya-jubilado) desaconsejaba la entrada. Pero la cocina es para los valientes, así que franqueamos el paso.

En cada mesa, una plancha eléctrica. Por supuesto elegimos la barbacoa.

Carnes semicongeladas a precio excesivo, aunque una vez pasadas por la resistencia y sobre una hoja de lechuga y con una salsa de miso (¡cuánto afeite!) fueron aceptables.

Buen kimchi (col fermentada), bien salseado el jajangmyeon (fideos y pasta de soja), rico el bibimbap (huevo, vegetales, arroz) y asombrosa la tortilla coreana.

Intentamos comunicarnos con el camarero sin éxito.

Al salir la cocinera para retirar platos, pregunté por el relleno de los huevos y la respuesta me dejó perplejo, y preocupado: «No sé. Es una harina que viene de Corea». Insistí, pero no pude averiguar más.

¿Era un preparado? ¿Lo había hecho ella? ¿Cuánto de lo comido era casero y cuánto de bote?

No sé, no entiendo. ¿Quiere la cuenta?




Restaurante Têt // Barcelona

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Têt
Gran Via, 700. Barcelona.
T: 93.545.80.77.
Precio medio (sin vino): 15-20 €.






‘Pho’ o el supercaldo





Dos semanas antes de abrir en el hotel Casa Bonay, Estanis Carenzo decidió cambiar. 
Tras meses de discusiones y complicidades con Inés Miró-Sans, cofundadora y directora creativa de la hospedería, improvisó Têt, brasa vietnamita, bistrot o taberna.

Para los amantes de las complejidades, Têt perderá su nombre y horizonte por la noche y se transformará en Elephant Crocodile Monkey, que en los planes iniciales debía ocupar las dos franjas horarias.

¿Y qué será ese safari? “Algo muy ligado a los productos que tengamos cada día”. Vio el nombre en un cartel oxidado en una selva tailandesa: “Avisaba de un zoológico”.

Lo importante en Casa Bonay –Inés y Estanis lo repiten– no es lo que ha sucedido hasta ahora –la construcción– sino lo que va pasará –la humanización.

Para Inés, el proyecto es generacional, por lo que ha buscado las alianzas de Satan’s Coffee Corner, Mother o Blackie Books, cobijados en el edificio. Estanis, nacido en Buenos Aires y triunfador en Madrid con Sudestada, Chifa y Picsa, se apuntó a la movida cuando supo que no le proponían otro restaurante de hotel.

Bajo su mando hay tres conceptos: los citados y Libertine, donde reinterpreta los clásicos internacionales de la hotelería. Y sirven cócteles y tés. Inés quiere que sucedan cosas.

En esta crónica hay que concentrarse en Têt. “El nombre se refiere al año nuevo vietnamita, pero también a la ofensiva que ganaron a los norteamericanos”.

Bebó Sextant Métisse, un gamay, un tinto ligero, para enfrentarme a la frescura de las hierbas y las guindillas.

“Cubrir la comida de todos los días de otra manera”, dicen. La zona es complicada, ese pedazo de Eixample es por la noche un cementerio gastro y, los mediodías, un disparadero de urgencias. ¿Cómo fidelizar?

Los nem (“más campesinos que en Sudestada”) están sabrosos y el defecto es el de siempre: trinchados y mezclados, resulta difícil que los ingredientes principales luzcan (cerdo duroc y langostinos).

En su punto, el pollo y la lubina a la brasa, acompañados por arroz jazmín y encurtidos.
De los rollitos filipinos me entusiasma el kétchup de banana. Buenas frituras, estimulantes aderezos (vinagreta de chile fermentado), vegetales hermosos.
¡Y poca luz! Qué manía con las penumbras.

Quiero dedicar un párrafo al plato triunfador, el que cargará con él éxito: el pho, la famosísima sopa vietnamita, que aquí se muestra en su forma superior. “Supercaldo”, escriben en la minuta.

La picaña madurada, los tallarines de arroz, las hierbas, los chiles encurtidos, el chorrito de lima. Disfruto cada sorbo, me complace cada cucharada.

¿Se puede poner de moda el pho como ha sucedido con el ramen? ¿Podría?, pregunta Inés. Por qué no. Ya existe un sitio llamado Pho Bar. Es un plato completo y seductor para los cocineros.

Estanis es un superchef y, de momento, ofrece un supercaldo. Vale. ¿Cómo harás que la ciudad baile al son de monos, elefantes y cocodrilos?

  




Atención a: la carta con vinos naturales.
Recomendable para: los que quieran sumergirse en ‘pho’.   
Que huyan: los de las frituras negras.



Busca el nido de un avestruz y consigue un huevo recién puesto

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El arqueólogo –y sabio con sombrero– Eudald Carbonell se pregunta si habría sido apropiado un platillo caníbal en el libro'Recetas paleo'. Mientras que el rigor científico lo aconseja, la ley lo prohíbe. Difícil encontrar opiniones al respecto en la literatura gastronómica reciente. El doctor discierne con humor el visceral asunto: “Con frutos de almez para desengrasar”. Ese menú de congéneres no le era extraño al homo antecessor. ¡Cuántas chuletas de homínidos se devoraron en la antigüedad!
Carbonell y la periodista Cinta S. Bellmunt han ideado 60 recetas paleolíticas atendiendo el reto de Marta Lorés, del taller Zahorí d'Idees, y que han editado en moderno papel Cossetània yLibros Cúpula, aunque lo suyo habría sido un fajo de hojas secas. El científico quiere dejar claro que entre este “divertimento” y las paleodietas a las que se enganchan algunos ejecutivos estresados –en busca de la liberación de los patrones industriales– hay la misma distancia que entre la edad de hierro y la del acero cortén.

NO ES PALEODIETA, SON RECETAS PREHISTÓRICAS

“Nos hemos permitido pocas licencias. El 95% son ingredientes que han sido contrastados por los registros arqueológicos. No es paleodieta. Son recetas prehistóricas”. Lo que comían nuestros antepasados, aunque sin las frutas originales, modificadas por la mano del hombre. La uva primigenia debía de ser más astringente que la que el doctor se acaba de meter en la boca sin quitarse el sombrero y sin salivar –ese rictus– por la acidez. Hace cuatro días –o 10.000 años– que se domestica y cultiva, que la humanidad bebe leche y come pan, que actúa sobre la materia prima y la convierte en otra cosa.

"El 95% son ingredientes que han sido contrastados por los registros arqueológicos"

Carbonell y Bellmunt retan al cocinero doméstico a salir a la floresta para procurarse la manutención: “Si quieres un jabalí, cázalo”. Las recetas tienen dos versiones: la tocada por la civilización (preparación actual) y la salvaje (estilo paleo). Las segundas son las interesantes, con enunciados cachondos. Instrucciones para imitar la primera tortilla del mundo: “En primavera, busca el nido de un avestruz y consigue un huevo recién puesto”.
¿Para qué ir al mostrador de animales exóticos de la carnicería pudiendo afilar la lanza? “Caza un conejo o una liebre con lazo u otro tipo de trampa”. “Caza un canguro o aprovecha un canguro muerto”. “Si tienes un amigo que disponga de un rebaño de renos, coge uno o consigue una lengua de reno”.
“Primero, debe disponerse de un bisonte, a poder ser muerto”. Buen consejo. Lo principal de la receta del gran mamífero es un hueso largo de una pata trasera. Tras ser quebrado “con un material contundente” se extraerá la médula.

BISONTE CON FRAMBUESA

Ese tuétano, que ha entrado en las cocinas contemporáneas como si fuera una adquisición reciente, salvó muchas vidas: las madres, usando el hueso como recipiente, trituraban el fluido vital con frutillas del bosque, papilla antiquísima para destetados. A falta de bisonte, sugieren fémur de ternera. Probar esa untuosa esencia con frambuesa es placer de homínido. En la boca es una amalgama de milenios.
Cuenta Carbonell que comían carne cuando podían y que, en esas ocasiones, se llenaban los buches: “Podían devorar dos o tres kilos de carne de una tacada. Si era un grupo de 20 fácilmente podían comerse un bisonte y, después, estar tiempo sin probar la carne”. Los neandertales tenían sentido de comunidad: compartían. “Ni los gorilas ni los chimpancés comen juntos”. Fue entonces cuando comenzaron los banquetes. Y las primigenias celebraciones. Eran encuentros de subsistencia pero ya estaban dotados con el espíritu de lo excepcional.

"La historia de la humanidad es la historia de la alimentación fría”. El fuego tiene apenas un millón de años

Hablar de dietas en esta historia de hace dos millones de años es frívolo, un capricho inalcanzable para estos supervivientes: “Su metabolismo se adaptaba al entorno”. No se alimentaban con lo que querían sino con lo que encontraban. Disponían de una restringida capacidad de elección. La naturaleza no es un hipermercado.
En el prólogo del libro, los autores escriben: “La historia de la humanidad es la historia de la alimentación fría”. Porque el fuego y su dominio son recientes: apenas un millón de años.
Pongamos el ejemplo de un rayo que causa un incendio, cuyas llamas churruscan a un animal, y ya tenemos al clan de homínidos debarbacoa. Y, a partir de ahí, el control de la energía: fuegos enterrados para largas cocciones, odres de piel para sopas, rocas ardientes con las que calentar líquidos, piedras planas convertidas en las primeras planchas. Cada vez que en un restaurante sirven carne a la llosa, se remontan a una acción fundacional de nuestra sociedad.
El hombre moderno que va al bosque en busca de setas o de hierbas cumple con un acto ancestral. A diferencia de los paleolíticos, nosotros nos adentramos en la espesura por placer, sin miedo a encontrarnos con un dientes de sable. Eso sí que producía verdadero estrés, según el doctor. El 'paleotraining' de los atletas urbanos cobraría sentido si corrieran perseguidos por un felino con grandes colmillos.

HUEVO DE AVESTRUZ A LA LOSA CON CEBOLLINO

Ingredientes:
• 1 huevo de avestruz
(Struthio camelus)
• cebollino picado
(Allium schoenoprasum)
• aceite de oliva
• pimienta
• sal
Preparación actual:
Nota: encontrarás el huevo de avestruz en tiendas especializadas en este tipo de productos. Pesa aproximadamente un kilo y medio, por lo tanto, es para más de un comensal.
* Cascar un huevo de avestruz es un proceso algo complicado. Deposita el huevo en un recipiente donde no pueda moverse o sujétalo con una mano; por la parte superior, siérralo con una pequeña sierra con mucho cuidado para no romper la yema. Otra alternativa es usar un pequeño martillo e ir descascarillándolo. En este caso, después de quitar la cáscara, corta la telita que tiene con unas tijeras delicadamente.
*A continuación, calienta en una sartén grande (40-50 centímetros de diámetro) abundante aceite y, cuando esté muy caliente, ve incorporando y esparciendo la clara del huevo.
*Cuando la clara adquiera color blanco (tardará de 3 a 4 minutos) ya puedes dejar caer la yema en el centro, salpimentarlo y acabar la cocción.
*Sírvelo en el mismo recipiente espolvoreado con el cebollino picado.
Cómo prepararlo al estilo paleo:
*En primavera, busca el nido de un avestruz y consigue un huevo recién puesto.
* Rompe el huevo sobre una plancha colocada encima de una losa de esquisto calentada y cocínalo.
*Puedes aliñarlo con cualquier tipo de hierba que tengas a mano.
*Para terminar, retira la losa del fuego cuando esté hecho y cómetelo directamente.

MÉDULA DE BISONTE AMERICANO CON FRAMBUESAS

Ingredientes:
• 1 bisonte americano (Bison bison) o 1 hueso
de fémur de ternera (Bos primigenius)
• 12 frambuesas silvestres (Rubus idaeus)
Preparación actual:
*Pide en la carnicería que te partan un hueso de fémur de ternera por la mitad longitudinalmente. Debes dejarlo en agua durante 2 horas para que la médula no se ennegrezca.
*Mientras, lava las frambuesas y resérvalas en un bol.
*Transcurrido este tiempo, extrae la médula del interior del hueso y deposítala en un bol.
*Puedes volver a lavar los huesos y utilizarlos como platos de servicio para las frambuesas y la médula.
Cómo prepararla al estilo paleo:
*Primero, debes disponer de un bisonte, a poder ser muerto, si no eres un experto cazador. En todo caso, se puede sustituir por otro tipo de bóvido, como los domésticos con todas sus variedades (vaca, buey…).
*Date una vuelta por la zona donde has capturado el bisonte y recolecta unas cuantas frambuesas.
*Después, descuartiza y descarna una pierna trasera del animal para obtener los huesos largos. Rompe estos huesos con algún material contundente y extrae la médula de su interior.
*Puedes utilizar el hueso como recipiente, e introducir en su interior ambos ingredientes. Se come con las manos.

El libro

A diferencia de los libros que exaltan la paleodieta, este alerta sobre su uso. Los autores proponen recetas recreativas, no un estilo de vida.






El tercer café // Un placer exprés

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El gusto de tomar un número concreto, y prudente, de tacitas




Hubo un tiempo de cafeteras a medianoche, de las míticas Bialetti con perfil de arma de guerra, de torre de asalto.

Por supuesto no se trataba de una auténtica Bialetti sino de alguna adaptación local de la marca italiana.

Entonces, cuerpos jóvenes, era posible tomar una cafetera a medianoche e irse a dormir al poco sin que la cafeína asaltase los sueños.

Desenroscar el cuerpo, llenar la base de agua, presionar la molienda con suavidad, aplanar la granulosa superficie, cerrar el instrumento, depositarlo sobre el fuego, escuchar el silbido, oler la primera vaharada de la infusión, estar atentos al borboteo para evitar que el líquido se quemase. Qué absurdo: quemar un líquido.

Luego, con la edad y las responsabilidades, perdimos el sueño y el poder sobre los estimulantes.


Las cafeteras armadas fueron sustituidas por las domésticas de plástico que imitan las profesionales de acero. Como las pastillas, se sirven en cápsulas. Los médicos hablan de antioxidantes y de beneficios.

Esta es una sección sobre el placer en dosis y el goteo –gota a gota a gota– es uno de ellos.

La medida es tres: dos por la mañana y uno después de comer.


Cortos, negros, sin azúcar, ligeramente amargos. Oler los restos enganchados al blanco, calentarse las manos con el calor residual de la porcelana.

El paso del día obliga al descuento: tres, dos, uno. Da gusto resistirse al cuarto.




Los calamares 00 // Can Roca

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Escribí alguna vez que el plato fundacional de El Celler de Can Roca, el 00, eran los calamares a la romana de Can Roca, el restaurante de los padres.

Los he comido varias veces, y lo he vuelto a hacer recientemente.
Los gurmets del mundo se obstinan en encontrar mesa en El Celler y podrían hacer espeleología de los orígenes en el cercano comedor de los padres.

De hecho, cuando los hermanos se marcharon a la torre en el 2007, la madre, Montse, ocupó el espacio donde los hijos consiguieron el biestrellato.

Entrar en el viejo comedor de El Celler para comer calamares y arroz a la cazuela tiene algo de transgresión, y de respeto.

En esta visita me cuentan que la receta de los calamares es de la iaia Angeleta, que nunca la escribió o dictó y que jamás pesó los ingredientes.

Al morir, Montse la tuvo que interpretar. Cuando Joan y Montse publicaron La cuina de la meva mare desvelaron los secretos.

Josep, el padre de los Roca, el hijo de Angeleta, se enfado porque no era necesario levantar acta de lo oral e intuitivo.

Lo cómico es que Montse ¡los sigue haciendo a ojo como su suegra! 

Comer las anillas es enlazar lo viejo y lo nuevo, la memoria y el porvenir.







Restaurante 4 amb 5 Mujades // Barcelona

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4 amb 5
Rambla del Raval, 45. Barcelona.
T: 93.681.50.93.
Precio medio (sin vino): 35-40 €.
Menús degustación: 50 y 60 €.



Vegafilia, amor verde



La idea es tan audaz como inspiradora: una cocina vegetal bautizada con proteína animal. 4 amb 5 Mujades es un no-vegetariano.

Hubo en el pasado platos con los géneros trastocados: cito el bacalao negro con civet de jabalí de Diverxo y el carré de corvina con jugo de cordero de Aponiente, de hace un lustro, pescados rociados con la esencia de mamíferos.

Toni Romero va más lejos y pone en la base raíces, frutos, hojas y flores y, cuando el producto lo requiere, lo acentúa con una salsa, glasa o suquet que proviene de un animal que corrió, voló o nadó.

Toni está más en forma un bailarín del Bolshoi con tres piernas: Suculent, la Taverna y 4 amb 5, donde ejerce la jefatura el cocinero Quim Coll.
El dueño de los tres espacios es Javier Cotorruelo (Carles Abellan, el otro asociado, no participa en 4 amb 5), consolidado ya como empresario de la restauración.

Si la clientela lo permite y los dueños no se arrugan, 4 amb 5 está llamado a ser uno de los grandes restaurantes de Barcelona por la singularidad de la oferta, más radical que la del Céleri de Xavier Pellicer.

Entroncan ambos con la vegafilia, con el poderío verde que se expande sin arnés que lo frene.

Son superiores el buñuelo de trinxat con jugo de costilla, las alcachofas a la brasa con reducción de rustido y ralladura de fuagrás (que presentan congelado: buen trabajo de sala), la coliflor a la mantequilla, las verduras con suquetde pescado, los guisantes con hoja ostra (para comer a modo de taco) y la tarrina de escudella (el caldo, en gelatina).

Con las verduras tengo que esforzarme, convencerme de que me gustan y de que forman parte del paladar adulto. Descubro en sitios como este un disfrute inédito.

La buena carta de vinos, asesorada por Antonio Lopo, es de difícil guía. No soy capaz de dar con la clave: ni alfabética, ni varietal, ni territorial.
¿Seguirá las fases lunares como los ingredientes, ordenados según la biodinámica? Bebo el Siuralta Rouge, un monsant de Alfredo Arribas, y arranco pedazos de una focaccia de aplauso.

Toni juega a distraer con el tupinambo trabajado como si fuera un bacalao al pilpil, con la piel del gádido como cobertura.
La pobre berenjena es sepultada por la potente salsa yakitori, a la remolacha japonesa le falta… Japón, la ensalada Waldorf (por el hotel, no por la escuela) es un revitalizante frescor y la naranja con zanahoria cae derrotada por la gloria de los platos predecesores.

La casa está repleta de detalles: las mesas y sus símbolos, la carta con pedagogía, el huerto de pared en la sala del fondo (y la necesidad de que las plantas del primer comedor sean útiles y no un complaciente adorno).

El 4 amb 5 Mujades se refiere a una antigua medida agraria: es la superficie de la finca de Gavà de la que se proveen.
Dar una oportunidad a este restaurante es comprender la cocina que está por venir.
    





Atención al: buen gusto con la vajilla y los muebles
Recomendable para: los que buscan lo verde sabroso.   
Que huyan: los de los guisantes congelados.










Rock contado & pintado

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El nombre de la editorial anda sobre patines: Expediciones Polares. Quien recurre al hielo y a las pieles de osos y a la grasa de foca y al titubeo de los pingüinos merece tener grandes éxitos.
Personajes como Ernest Shackleton y Robert Scott cargaron con suficiente gafe como para liberar al resto.
En el imaginario popular, el viaje a uno de los polos, o a sus inmediaciones, es distinguido con una épica que hoy sería equivalente a la fe en el papel impreso. Lo que en esas extensiones es un blanco solitario, en el libro es un blanco repleto.
'Bam Bam Boo Loo Ba' es el primer libro ilustrado de la editorial donostiarra. Lo escribe Javier Polo y lo pinta Saioa Burutaran, que además toca la batería. El tacto de la baqueta y el del pincel son distintos.
En 1985, un año antes de que naciera Saioa, alias Susi Quiu, el periodista Carlos Tena presentó el programa 'A-uan-ba-buluba-balam-bambu'.
En aquel tiempo –cuando incluso había desaparecido el dinosaurio sónico T-Rex–, la tele pública aún creía en la música. El libro y aquel programa onomatopéyico homenajean la canción de Little Richard, el hombre con pelucón.
Javier escribe que el tutti frutti salvó al músico, a punto de ser despedido de la discográfica RCA, cuyas palabras de visionario han pasado a la historia: "Este tipo no vale para nada".
El volumen explica muchos chismes.
Una hilarante pelea de ciegos entre Ray Charles y Al Hibbler y una amenazadora puerta abierta de ascensor sin... ascensor.
El día en el que James Brown borró a The Rolling Stones de un escenario y Mick Jagger comprendió que tenía que moverse como si estuviera poseído.
De cuándo comenzó la leyenda de Alice Cooper como bebedor de sangre de gallina.
De quién era la célebre Lola de la canción de The Kinks y por qué tenía barba.
Del corte de Miles Davis a Nancy Reagan cuando esta le preguntó qué méritos tenía para haber sido invitado a una cena en la Casa Blanca.
Una antología del rock contada & pintada.







Café con cenizas

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CAFETERA. La foto del funeral de Renato Bialetti, fallecido en febrero a los 93 años, era tremenda. Un sacerdote con el libro de oraciones y, en un pedestal, una cafetera enorme. Una cafetera Bialetti, por supuesto. La legendaria cafetera metálica, la llamada Moka Exprés, versionada –eufemismo– en tantos países. Las Bialetti, informa el diario Corriere della Sera, ni siquiera se fabrican en Italia, sino que son producidas en Rumanía. Las identidades han sido descafeinadas.



INFUSIÓN. Fue Alfonso Bialetti, el padre de Renato, el que en 1933, en su taller especializado en aluminio en Omegna, Piamonte, produjo ese cacharro (diseñado por Luigi de Ponti), del que se han vendido 300 millones de unidades. A menudo ignoramos el cuándo y el quién de los objetos cotidianos, y solo unos miles de esos 300 millones de compradores saben, al llevarse la taza a la boca, el nombre de la persona que les facilitó la infusión.



PICO. La cafetera que presidía las exequias tenía capacidad para 24 tazas: la mayor del catálogo. El sentido común y la educación permitían aventurar que tras el entierro se serviría a los invitados un buen caféNegro, ardiente, espeso. ¿Qué sentido tenía, si no, aquel monumento de ocho caras con pico y asa?



CENIZA. Dentro de la pieza sí que había algo negro, ardiente y espeso, pero no era café, sino las cenizas de Bialetti. Era una urna funeraria doméstica, al alcance de cualquiera. Bialetti quería pasar la eternidad en un espacio familiar, aunque inevitablemente estrecho. ¿Ocupaba los dos pisos o solo la cazoleta de la parte central, donde se concentra lo molido?



FINADO. No debió de gustar la iniciativa a los que comercializan urnas, porque podía sugerir a los ciudadanos modos alternativos de conservar restos, según la afición del finado. El seguidor del fútbol podría pedir que vaciaran una pelota y el fan de los zapatos, una bonita caja satinada en la que acoger el polvo (y mira que, en vida, le había molestado llevarlos sucios).



ATREVIMIENTO. A la hora de morir, la gente demuestra el atrevimiento que no tuvo en vida. La empresa Urns for Ashes ofrece la máscara de Darth Vader, que imposibilitará olvidar al muerto, imponente y dramática presencia en una estantería del comedor. Más adecuada es la Estrella de la Muerte, pues el nombre es ya una declaración. Cremation Solutions experimenta con la reproducción en 3D de la cabeza del fiambre, hecha con resina, con una abertura superior donde depositar los residuos (y la posibilidad de comprar una peluca personalizada).



SOPLAR. Otros inventores deberían dar la bienvenida a la idea de Bialetti y pedir que lo que quedara de la cremación fuera metido en sus obras. Jonathan Ive, diseñador jefe de Apple, en un iPhone (sin batería). Nobutoshi Kihara, ingeniero de Sony, en un walkman (aunque no llegamos a tiempo: murió en el 2011). Y Mark Zuckerberg, el creador de Facebook, en... ¿En qué? La pura virtualidad. Pues que las soplen.








Restaurante La Volàtil // Barcelona

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La Volàtil
Muntaner, 6. Barcelona.
T: 93.172.11.99.
Precio medio (sin vino): 15-20 €.





Echar raíces





Víctor Company ama el vino y por ese amor dejó atrás la vida de ingeniero tras siete años enredados con el textil.
Su tío, “el tío molón”, el hermano pequeño de la madre, es Joan València y en su Bar Brutal fue donde Víctor decidió cambiar la maquinaria para hilar por el sacacorchos.

A diferencia de él, la hermana pequeña, Susanna, se ganaba la vida como sumiller y escuchando a uno y a otra parece que quien vive la profesión de manera más visceral es el mayor.
Ambos fundaron hace un año La Volàtil, nombre efímero para un proyecto con raíz.

Es un bar, es un restaurante, es una enoteca con extensión cervecera. Es todo eso, pero también es un lugar donde se cuida a los vinófilos, bebedores o elaboradores.

Víctor siembra una filosofía que podría ser afectada, aunque habla con franqueza: “Interesan los viticultores sin miedo, los que no quieren rectificar, los que están a gusto con su tierra. Nos interesa conocer la historia de la persona, sus reflexiones, su energía. Y también querríamos llevar esa idea a la cocina”.

La cocina –el espacio físico– está bien defendida por Emilio Álvarez, que tras una vida en cocinas quemadoras tiene la posibilidad de usar su voz. La ensaladilla con salmón es sorprendente: macera las espinas en aceite, que se impregnan con el ahumado.

Estanis Carenzo, patrón de Sudestada en Madrid, se sorprendió al abrir en Barcelona los restaurantes de Casa Bonay que los vinos naturales y biodinámicos hubieran arraigado en la ciudad.

Es así: los sumilleres han encontrados en estos vinos irregulares un regular placer. Me agradan, así como los otros, más formales, más uniformados.
En uno y otro estilo hay artistas, así como chapuceros: también entre los naturalistas verdean los negligentes.

Los hermanos abren cinco botellas. El verdejo Rack (no lo entiendo), el sumoll Maçaners (lo entiendo más) y tres pinot noir: Sextant (bien), Fanny Sabre (muy bien) y Les 1 er Ponts, de Yann Durieux (difícil: es el que seduce a Víctor). En medio le he dado un viaje al vermut de Partida Creus, del que pondrán un grifo en la barra.

Mientras, Emilio va sacando platillos. En la modestia de este hombre está su grandeza. Veamos los nombres propios: bacalao de Perelló con judías y germinados de Xavi (fino toque de limón), calamares pescados con caña por Pere a tres millas de Vilassar (mejor una mayonesa cítrica que allioli), garbanzos de legumbres Jaume con capipota(sensacionales), fricandó (con fondo de pollo), canelón XL con jugo de rustido y rabo de vacuno con parmentier de chirivías (bien-bien).
Para los postres, el licor de jengibre de Mariano Taberner y el pastel de queso de Gloria, la madre, que los deleitó de niños con repostería alemana.

Abren con horario de tarde-noche, solapando públicos y necesidades, de la caña a la copa, de la patata frita a las albóndigas con sepia.

El día de la foto, Víctor no estuvo porque había sido padre. Él también ha echado raíces.


  




Atención al: vermut de fin de semana con dj.
Recomendable para: atrevidos de los nuevos/viejos vinos 
Que huyan: los de los vinos de súper.











Una piedra en el zapato // Un placer exprés

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El que se cuenta a continuación es casi un anti placer. O una excusa de masoquista pequeño.
En una entrevista que publicó este semanario, el actor Vincent Lindon, un hombre con una lucidez salobre, reflexionaba sobre eso: “Siempre me siento en una posición incómoda, al borde de la silla. Si noto que tengo una piedra en el zapato, puedo pasar horas antes de quitármela. Sentirme a gusto me inquieta”.
Por supuesto no era lo más relevante que contaba, aunque sí que se trataba de un pensamiento insólito. Caminar con dolor como un faquir sensibilizado.
De lo que dijo Lindon se entresaca que el obstáculo en la planta del pie le obligaba a estar alerta.
El modo en el que una piedrecita se cuela hasta el fondo del zapato es un misterio. Si fuera una excursión al campo se entendería el asalto rupestre, pero al tratarse de un paseo por una impoluta avenida el pedrisco resulta incomprensible.
El asunto es dejar la china durante un rato, notarla, odiarla.
El pedazo se moverá, aunque en algunos momentos parecerá que se haya desintegrado. Pero no. De repente se clavará en el empeine.
Ese aparecer y desaparecer será grato. ¿Por qué? Porque el daño estará bajo control.
Para sentir un pellizco de felicidad solo habrá que descalzarse, expulsar el elemento extraño y volver a caminar libre del castigo.



Y celebramos con un respetuoso silencio lo que comimos y bebimos en El Celler de Can Roca // Sin Palabras

Intrépidos en Ospi // Sallent

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Sallent, en el Bages, tiene unos 6.700 habitantes y un restaurante meritorio, Ospi, que por la oferta podría ser competitivo en una metrópoli.

Defender una cocina con personalidad en un pueblo es temerario pues la población estable a la que dirigirse es reducida y la otra, la de paso, es más difícil de atrapar que un Correcaminos dopado.

Hace ocho años, Òscar Piedra se atrevió con un establecimiento que rompía con el discurso local y sigue resistiendo al igual que otros pequeños campeones diseminados por núcleos de toda Catalunya.

Perpetuar esa inmersión a la payesa que se supone que atrae al barcelonés (butifarra, mongeta, platazos de chuletas a la brasa, ensalada verde con cebolla) para reconciliarse con sus ancestros es una visión reduccionista de la diversidad.

En Ospi comí un taco con mollejas y salsa picante, un conejo escabechado y una coca de atún (ep, menos tomate) de rechupete. Lo difícil es sobrevivir: «Cuando comencé, el cátering representaba el 10%. Ahora es el 90%».

Si Òscar cerrara el restaurante probablemente ganaría más dinero, tendría menos quebrantos, pero menguaría como cocinero.





Restaurante Mil921 // Barcelona

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Mil921
Casanova, 211. Barcelona.
T: 93.414.34.94.
Precio medio (sin vino): 40 €.
Menú mediodía: 21 €.



La cocina afectiva





Àlex Suñé recibe con una noticia, que es una declaración, que es una boya: “He dado un giro tradicional. El público pide guisos”.

Cuando Mil921 –tras el acertijo está el año de nacimiento del abuelo Mario– comenzó, los toques japoneses fueron la enseña de la casa, especialidad que lo diferenciaba de otras solemnidades.

La atracción por lo asiático se ha generalizado en Barcelona y Àlex se pregunta si es conveniente seguir con ella.

Después de probar el sashimi de atún con una salsa en la que mezcla ponzu y teriyaki, estoy seguro de que es una necedad renunciar a cortes, crudezas y aliños; a complementar las cazuelas y el chupchup y los fondos oscuros con la luminosidad de aquellas preparaciones.

Los barceloneses son clientes fatigados, que saludan la novedad con entusiasmo y guardan pocas fidelidades.
¿Cómo seguir atrayendo años después? Cada restaurador se las apaña como puede, si bien el gancho de la singularidad es un recurso.

Ser el mejor en algo, ser visible con algo. Le sugiero algunos atractivos algos. Un cocinero desilusionado y un restaurante apagado son la antesala del fin.

La carta de vinos, construida por un sumiller amigo, merecería ser atravesada por botellas más juguetonas, reflexión a la que Àlex opone la tediosa realidad de los riojas y riberas que exige el público, acomodado en su desconocimiento.

Bebo un par de copas de Solergibert 2010, un vino formalito.
El aperitivo es una crema de zanahoria con huevas de trucha.
Me adentro en esa nueva-vieja cocina de resistencia donde la cuchara representa el papel principal.

Sensacionales guisantes con suquet y espardenyes, en los que la espardenya puede ser sustituida por cualquier otro contraste sin que el plato pierda sentido.
El siguiente lo pasan con nombre enigmático: “Alcachofas tratadas como si fuera callos”. Forma parte de la cocina fea y aquí el sintagma es descriptivo. Lo importante es que lo de dentro es bueno, una ardiente cazuela negra con chorizo ahumado y picada. Podría redondearla con unos cuartos de alcachofas crujientes.

El fricandó de secreto ibérico con puré de apionabo es incontestable. Lo guiso en casa, aunque no con esa maestría. Sobre la idea convencional, el uso de carnes infrecuentes, cerdo por ternera.

El fricandó, los fricandós, como símbolo de la regresión, de esa cocina que es de proximidad en cuanto afectiva.

Habría que resucitar el Índice Abuela inventado hace años para hablar de la Fonda Europa. Finalizo con una tatín con helado de kulfi, especiado a lo indio, con cardamomo y pistachos.

¿Qué ha pasado desde el 2010?
Que el cocinero se ha asentado, que es mejor que hace seis años y que esa combinación de retrococina –de cocina afectiva– y de Japón sin sobresaltos cubre las expectativas y necesidades de los comensales.
  




Atención a: la foto del abuelo Mario que da la bienvenida.
Recomendable para: iniciarse en la bistronomía.
Que huyan: los seguidores del ‘puenting gastro’.





Cuando escribo soy yo

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ROTULADOR. Mientras escribía con un rotulador de punta fina, la persona a la que entrevistaba se quedó mirando el instrumento con pasión y complicidad. “Los uso siempre”, dijo. Era un utensilio corriente, uno entre un millón. Pero para él se trataba de algo excepcional.


GALIMATÍAS. Pasada la Semana Santa del 2015, este hombre comenzó a sentirse mal. Si cerraba los ojos perdía el equilibrio. Al principio no le dio importancia: asumía el mal como algo transitorio. Atribuía el achaque al atareado paso de los días, al obligado sometimiento a lo cotidiano. Una mañana que escribía a mano la letra le pareció de otro. Cuando alguien le preguntó qué significaba aquel galimatías de tinta decidió ir al médico. Le diagnosticaron un tumor cerebral. Los doctores decidieron una intervención inmediata.


BULTO. Al despertar después de la operación supo que había ido bien porque se sintió liberado. El bulto interior que nunca notó había desaparecido. “Lo supe enseguida. Me dijeron que iría mejorando poco a poco. Me sentí bien de inmediato”.


PUNCIÓN. En uno de esos días de posoperatorio pidió a la enfermera papel y bolígrafo. Le prestó un rotring. Maravillado, comenzó a escribir y volvió a reconocerse. Había recuperado la letra y con ella, la seguridad. Controlaba las palabras, lo que significaba que la cabeza estaba en orden. La mano ligera y la mancha deseada. Se sintió agradecido a la punta fina y a su precisa y agradable punción. “Desde entonces, solo uso eso y plumas. No había vuelto a la pluma desde niño. La pluma era un premio para los que aprendían a escribir”. Una pluma con la que sentir la escritura como algo físico, y emocional.


CINISMO. Por la calle, un joven de una oenegé interpela a los viandantes. Un momento. Un segundo. Son solo unas preguntas. La gente, escamada tras ser asaltada a diario por compañías telefónicas y otros sacacuartos, pasa de él. Suelta una súplica, que podría ser considerada cinismo: “Hazlo por mí”. No por los hambrientos, no por los refugiados, no por los enfermos, no por los presos políticos. Hazlo por mí. ¿Es un voluntario o un profesional? ¿Los hambrientos o  los refugiados son la excusa para actuar en beneficio propio? ¿O sencillamente lo usa como eslogan atrevido?


DESFACHATEZ. Mario Vargas Llosa ha sacado una novela con gran aparato propagandístico. Se queja de ser caza mayor para la prensa rosa y lo hace desde el comedor de la mansión de su novia, Isabel Preysler, cuyo estatus depende de lo que interese a esas revistas. Si Preysler sigue en lo alto del Índice Couché, los anunciantes firmarán o renovarán contratos. Lo sabe perfectamente Vargas Llosa, que al retratarse en los dominios rosas se comporta con una desfachatez impropia de un caballero. Lo quieren todo: el respeto y el dinero. La frase más repetida de sus novelas, estropeada por el periodismo cacatúa, es: “¿En qué momento se había jodido el Perú? [Zavalita]”. Convenientemente actualizada, esta versión  familiar: “¿En qué momento se jodió el ¡Hola!? [Chabelita]”.






Restaurante La Esquina // Barcelona

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La Esquina
Bergara, 2. Barcelona.
T: 93.768.72.42.
Menú combi de mediodía: 15 €.



Gloria al plato combinado




Hubo un tiempo en el que el plato combinado (PC) fue moderno, incluso vanguardista: otra forma de emplatado y una manera de comer disparatada, concupisciente e insana.

Historiadores de lo gastro: estudien los orígenes del PC –que la fantasía sitúa en el año 1800 y bajo la tienda de campaña de Napoleón– porque en ese totum revolutum hay sociología a chorro.

Cumple el PC una función social pues ha alimentado a obreros y estudiantes –aunque con descontrol de calorías– y les ha ofrecido dosis de placer y fritos, satisfaciendo al comensal voluble.

Una de las características del batiburrillo es la inagotable mezcla de elementos. ¿Casa bien el huevo frito con el lomo y la empanadilla? Nunca ha importado el equilibrio o la armonía.
Otro acierto es la concentración. ¿Primero y segundo? Quia. El día que alguien meta un postre habrá alcanzado el éxtasis.
Y, por último, el alivio que supone para los cocineros no tener que bautizar los platos. Con un número basta.

La revitalización –y cabal renacimiento y rehabilitación del PC– pasa por lugares como La Esquina, en la calle de Bergara, próxima a esa plaza de Catalunya regalada a las palomas.

Al explicar todo este rollo al chef londinense Alan Stewart, me mira sin comprender. Hace un año y medio que vive en Barcelona y no sabe de platos combinados, de número 1 y de chistorra con patatas, pechuga rebozada y pimientos.
Hace bien, lo suyo es otra cosa, el buen gusto y la salud. La propuesta de La Esquina para los mediodías es muy sencilla: montas el PC a tu aire con verduras/ensalada, pasta/legumbre y carne/pescado. Acierto con la miscelánea (de cada familia hay tres opciones).

Excelente la ensalada de judía con escaluñas y cilantro; para el recuerdo, la cebada pelada, remolacha, avellanas y queso de cabra y solo correctas las alitas de pollo con miel y mostaza y una atractiva aunque dominante salsa de queso azul.
Postre con sentimiento británico: púding. Pan de Cloudstreet, un par de copas de tinto (de los dos, mejor el riojano Bozeto) y un café de vicio.
Avanza en la ciudad el cuidado del café tras décadas de maltrato y oscuro veneno.

Alan aliña cada PC desde su mesa de pase a la vista de los clientes: “Quiero que sea una comida interesante, que comer sea un proceso social, que los amigos conversen en torno al plato, y que prueben unos de otros”.

También le dan a los desayunos potentes y al brunch y a las cenas y a los cócteles y a los vinos biodinámicos y al agua osmotizada. Un retablo contemporáneo.

En Madrid, de una manera más consciente y combativa, los marcianos –según propia denominación– de la taberna Arzábal pusieron en órbita los platillos combinados de Lovnis. ¿Alguien más se apunta a regenerar esta versión puzzle de la comida rápida?    
  







Atención al: agradable trabajo de los decoradores.
Recomendable para: encontrar refugio en Guirilandia.
Que huyan: los de plato combinado de fritanga.  









Pa amb tomàquet // Pa & Tomàquet

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Durante la presentación de Teoría y práctica del pan con tomate, pregunté a Leopoldo Pomés, barba de lobo de mar y bastón de lord, por qué el objeto de su estudio jamás ha llegado a ser un icono mundial (creo que tiene mucho que ver con la cantidad de inmigrantes que aporta un territorio a otro: los italianos y la pizza como ejemplo).

Él lo atribuyó a la escasa propaganda y a la necesidad de una campaña. Le propuse que la llevara a cabo como último servicio a la causa. Como no quedó claro si lo iba a hacer, lo dejo por escrito para estimularlo. 

PresidentPuigdemont: el pa amb tomàquet también es una estructura de Estado.

Tusquets publicó el volumen hace 30 años y lo reedita con las nuevas ilustraciones de Juliet Pomés: fue moderno entonces y lo es ahora, una rareza en el universo apático de los libros gastronómicos.

Uno de los cambios mayores en esas tres décadas es la sustitución del canónico pan de payés por el de coca o cristal, crujiente placer que en los restaurantes cobran a precio de antigüedad romana.

Escuchar al fotógrafo explicar su felicidad a la hora de ingerir la pieza es, asimismo, una porción de felicidad.







Nuestra bondad teórica

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VAMPIRO. Es agradable que Pablo Iglesias regale libros. A Pedro Sánchez lo obsequió con la Historia del baloncesto en España, aunque no lo hizo para señalar la altura política del pívot del PSOE. Iglesias se alimenta de la luz de los flases y los focos como un vampiro al revés. El presente, que debería haber formado parte de la intimidad para ser tomado como un gesto sincero, se convirtió en exhibicionismo cuando Iglesias tuiteó la dedicatoria incluso antes de habérselo dado: “Es bueno empezar por lo que nos une”.



JACTANCIOSO. Este hombre, el profesor Pablo Iglesias Turrión, debería ser más respetuoso y discreto, menos jactancioso, y actuar como un adulto en lugar de un niño que quiere llamar la atención de manera exasperante y que obliga a ser aplaudido y besuqueado y alabado. Qué mono y listo es mi niño. Dedicar un libro –elegirlo, pensar unas frases adecuadas– y convertir esas palabras en un acto propagandístico es cargarse la camaradería y la discreción a la que obliga todo regalo.



GEOMETRÍA. El mendigo al que humillaron unos seguidores del Arsenal sigue en el Portal de l’Àngel de Barcelona, entre remolinos de ciudadanos, locales y extranjeros. Fue una celebridad de minutos. Los medios de comunicación contaron que era húngaro, que tenía tres hijas y que quedó inválido de niño tras ser atropellado. Sus piernas presentan una horrible geometría. Se burlaron de él los hooligans, le lanzaron monedas y se ofendieron los buenos ciudadanos por la mezquina actuación de los futboleros. ¿Y ahora? Ahora es el mismo pobre que fue, reconocido por algunos sin que esa indeseada fama le haya servido.



ACEITUNA. Nos encanta indignarnos en abstracto. Pero el inválido del Portal de l’Àngel es alguien de verdad, no una idea fantasiosa. ¿De qué sirve encolerizarse en la barra del bar contra los energúmenos del Arsenal si ese hombre con bastón continúa con su guardia de piedra a la espera de un euro? Satisfechos por la invectiva contra los indeseables, solidarios con el mendigo, encantados con nuestra bondad teórica, pedimos otra caña de cerveza, y unas aceitunas rellenas.



LOMBRIZ. Leí en algún sitio que las lombrices habían enterrado Roma. Es una reflexión seductora: millones de anélidos trasladando toneladas de tierra de forma lenta pero implacable hasta cubrir las columnas, los templos, las estatuas, la gloria podrida de los césares. Sobre espléndidas ciudades, ya derrotadas, han levantado túmulos  excavados por los arqueólogos. Son las arquitectas secretas del mundo, las grandes transformadoras. Les tengo simpatía. Después de llover, escapan por la terraza montadas en los charcos. Cuando el agua se seca, el sol las pega al suelo, aplastándolas. Las recojo y las devuelvo a los tiestos para que sigan oxigenando el suelo, cambiándolo, aportando nutrientes. Bajo nuestros pies, la tierra es nerviosa gracias a esas sinuosidades. Cuando las cojo, noto la viscosidad y la frialdad. Se retuercen, quieren escapar de las manos. Pese a ser vecinos, a compartir el espacio, somos unos extraños. Sé que algún día sepultarán nuestra civilización.




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