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Channel: La Cocina de los Valientes
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Cuando Carme Ruscalleda cruzó la calle // Sant Pau: el último menú

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Un día, Ramon Ruscalleda, padre de Carme Ruscalleda Serra (1952), decidió dejar de comer fresas. Las había cultivado, y las había amado. Primero en Can Puig, depués en Can Ginesta, campos verdes con llamas rojas. Fue firme en la determinación hasta el día de la muerte. Protestaba así –la resistencia de la boca cerrada– contra la decisión política que arrasó en los años 80 con los campos freseros del Maresme en beneficio de la producción intensiva, y subvencionada, en otros lugares.

Carme habla de un tiempo que se fue y en el que se cultivaban las variedades 'pájaro' o 'calella'. Semillas en el viento, desaparecidas por culpa de expresiones venenosas como 'bajo rendimiento'. "Viví la llegada del invernadero y del gota a gota", que suena a verso de Gil de Biedma. Dice sin decir que hace ya mucho de todo y que bajo los plásticos la vida fue otra. La suya había sido al aire libre, salvaje de una manera ordenada. El olor verdoso y picante de las tomateras, fijado en las aletas de la nariz para siempre.

"Los domingos recogíamos las fresas para venderlas el lunes en el mercado del Born. Mi madre, Núria Serra, siempre ha tenido un gran espíritu de payesa. Toni también venía". Toni Balam, 50 años juntos; dos hijos, Raül y Mercè; dos nietas, Mar y Tina; un restaurante célebre en el mundo, el Sant Pau, en Sant Pol de Mar, que cerrarán la noche del sábado 27 de octubre tras 30 años. Renuncian a las tres estrellas sin otro motivo que el de vivir de una forma diferente. Buena salud, buen ánimo, buen humor. Jubilar es para Carme un verbo prohibido.

Esta historia comienza con la fresa que Ramon Ruscalleda se negó a comer por dignidad y finaliza el 1 de julio de 1988, con Carme y Toni abriendo la puerta del Sant Pau –y la ilusión y el miedo–. Solo cruzaron la calle. Del número 7 del 'carrer' Nou en el que vivían hasta el 10 en el que estaba el establecimiento. Cubrir esos pocos metros fue como ir de la Tierra a la Luna.

En ese número 7 del carrer Nou, la familia vendía los productos de Can Puig, además de leche de vaca y vino de la viña y los huevos de las gallinas que criaban en el fondo, donde también alojaban el caballo y el carro con el que transportaban la carga agrícola. Los animales aún respiraban el mismo aire que las personas. En la tiendecita, con una mesa, los Ruscalleda Serra se turnaban: «Abríamos al levantarnos y cerrábamos al acostarnos. Era una casa rural frente al mar».

A los 10 o 12 años, Carme ya se encargaba de las cenas familiares, basadas en una monotonía que otorgaba seguridad: "Cada noche, 'mongetes' hervidas, pero de variedades diferentes". Las enumera en una oración: 'carall, genoll de Crist, sastre, floreta, ganxet'. «Y pescado: 'aranyes amb suc', morralla frita. La fantasía era para los postres: galletas con chocolate».

La tía, Maria Serra, le permitió «jugar a cocinar». La cocinera precoz demostraba un talento que, con los años, devino en espectacular. Un volumen de 'La teca', el clásico de Ignasi Domènech, guiaba para las elaboraciones extraordinarias: «Sin cubiertas y lleno de anotaciones». En el margen, por ejemplo, la tía Maria recomendaba menos azúcar en tal receta, pensando en el ahorro más que en la salud.

Carme quería cursar estudios artísticos, pero aquellos años no favorecían a las mujeres, y aún menos a las procedentes de familias que carecían de prestigio social: «Solo estudiaban el bachillerato la hija del doctor y la del fabricante de punto». No le permitieron ser artista, si bien su voluntad ha sido de diamante: cinceló su deseo de otro modo. Cursó con las monjas comercio mercantil y esas mismas mujeres discretas sugirieron a los padres que modernizaran la tienda para hacerla feliz. Ella tenía 15 años y se estrenaba en el mundo laboral, donde sigue a los 66.

"El cerdo me convirtió en una persona feliz"
Más que el cerdo, pobre príncipe, fueron sus productos

En este punto de la narración suelta una frase desconcertante llena de sentido: "El cerdo me convirtió en una persona feliz". Más que el cerdo, pobre príncipe, fueron sus productos. Su padre la mandó a que aprendiera charcutería con unos amigos de Tordera y en aquellas tripas encontró un mundo al que había que escuchar.

El número 7 del carrer Nou, tan importante en sus vidas, fue abandonado provisionalmente por el número 26 de la misma calle. Siendo universal, Carme se ha movido de acera a acera. El mundo, en una calle ahora peatonal. Con un optimismo inocente, llamaron supermercado a unos 40 metros cuadrados, donde ya de una forma profesional se dedicaron a la venta. Toni, que era herrero, aparece en esta parte de la narración cuando al instalar una persiana manchó con grasa las piedras de la fachada de la propiedad de su futuro suegro.

Carme y Toni siempre se habían visto sin verse: pese a compartir población, frecuentaban ambientes distintos, más brutotes y callejeros los de él, más asociativos los de ella.

La cocinera recuerda una velada musical en el Sant Pau –que después de haber sido residencia de verano (construida en 1881) pasó a ser una fonda, con distintos arrendatarios– a la que accedieron de forma furtiva, sin consecuencias para la memoria: "Éramos niños espiando desde el andén". El andén, la sombra del tren, el mar.

Sí que quedó un recuerdo, vivo y arrebolado, del primer baile en la discoteca Miliets. Él la invitó a salir a la pista y Carme, sorprendida, preguntó: "¿A mí?". Ríe –la risa limpia– mientras lo evoca.

Ella estaba en un grupo de teatro y Toni, por mediación de su hermano, hizo como si le interesara la actuación, aunque su frase en la obra solo era un trámite. A la salida de los ensayos, chicas y chicos compartían tiempo y tonteo de camino hacia sus casas. Tenían 17 años. Nunca más se han separado.

Gracias a Toni, Carme pudo dar el mordisco a lo artístico que tanto anhelaba: al hacer la mili en Barcelona regresaba cada tarde a Sant Pol para sustituirla tras el mostrador de la tienda, ya en el número 7: "Me pude matricular en la Massana. Hice un año y me saqué la espinita. Me dije: ‘Ya está’".
Regresó satisfecha a las butifarras, donde mezclaba la creatividad con las distintas partes de cerdo. Según parece, la negra, la de 'perol' con pistachos y la de huevo eran sublimes. Amplió el repertorio con los platillos para llevar, como el pollo trufado, los 'peus de porc', el fricandó, las croquetas de queso y de bacalao, "los mil canelones" que preparaban a la semana o el pastel de queso.

Compraron una máquina de pasta, de la que surgían los raviolis, que rellenaban con rustido de carne, 'mató' y albahaca. A aquellos días pertenece el lomo arlequín, con cuadrados de butifarra blanca y negra en el centro. Años después creó un plato bellísimo: bacalao a la Mondrian, probable evolución del damero.

Casados el 27 de octubre de 1975 (por casualidad, coincide con el día en el que cerrarán el establecimiento) cruzaban con timidez las puertas de los comedores de postín como el Reno o el Agut d’Avignon: «Comenzamos a viajar a Francia con un grupo del Maresme. Me quedo con el restaurante de los hermanos Troisgros. Me impresionó. Llegamos a oscuras y vimos la cocina iluminada». La luz que abre caminos.
Mudez en la primera cena

En 1987, supieron que quedaba libre el hostal Sant Pau y con el bagaje –autodidactas con ideas y una brutal capacidad de trabajo– y las hipotecas de su vivienda –en ese número 7 que todavía habitan– y la de los padres lo adquirieron, dejando a un lado la idea primigenia, que era colocar unas mesas en la tienda.

Las obras para construir su sueño los volvieron insomnes. Ramon Ruscalleda les había enseñado a comprar lo mejor y pagaron una cocina de última generación, aunque, práctico y desconfiado, les soltó al ver el mal estado del edificio: "¡Hay que venderlo enseguida!». Después de muchos días de pruebas con amigos se decidieron a abrir el 1 de julio de 1988 y ya entonces descubrieron con pavor que los clientes tienen la mala costumbre de querer cenar a la misma hora.

No recuerdan mucho del primer servicio. Una mujer le dijo a Toni que si, para celebrar, la invitaba a una botella de champán, a lo que él contestó perplejo: «Al champán invito yo, no usted». Ante los fuegos eran cuatro personas y tres en la sala. Inexperto, Toni quiso ir tan rápido que tomó las comandas a la vez y las llevó a la cocina. «Me quedé muda. Perdí la voz. No sé cómo lo hicimos». Recuperó el habla al terminar, si bien el primer año le consumió kilos: «Era un esqueleto que caminaba». Nunca pensaron en el fracaso. «Estábamos acostumbrados a trabajar», justifica Toni. «Siempre he buscado una solución. He aprendido haciéndolo», brinda Carme como filosofía. «Mi ambición fue tener un equipo de especialistas. Porque nosotros siempre fuimos una mujer y un hombre orquesta».
El menú del adiós

El menú del trigésimo aniversario –ahora de despedida– repasa intimidades con los aperitivos: croqueta de bacalao, butifarra negra y de 'perol', pastel salado de queso. Ramon Ruscalleda jamás volvió a comer una fresa, que ha sido identitaria en la culinaria de su hija. Los langostinos aparecen sobre terciopelo de tomate y fresones y el postre El Maresme se enrojece con rosas y fresas.

«Cruzar la calle fue una apuesta fuerte. Y ahora volvemos a cruzar la calle», se despide la cocinera.

Cae el último pétalo en el Sant Pau y en el plato vacío queda el rastro húmedo y rosáceo de la fresa.





[El último menú del Sant Pau]

























Restaurante Kao Dim Sum // Barcelona

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Un 'dim sum' extraordinario, de los mejores que recuerdo.
#Dimsum de 'peu de porc'. Manos de seda: Meilan y Josep Maria Kao.
Ese es el camino: de lo chino a lo local/universal.








Restaurante Fermí Puig // Barcelona

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Fermí Puig: interesante fórmula «a preu fet» (37 euros). Es decir, factura sin sorpresas. A elegir 2 platos entre 19 y un postre entre 11. Parecido sistema en Casa Leopoldo.

Ensalada de espinacas con 'cansalada'.
Ensalada con champiñones y 'pedrers' confitados: qué buenos, no sabría decir otro lugar de Barcelona donde comerlos.
Albóndigas con salsa de 'fricandó': bien la carne, salsa con exceso de sal.
Milhojas de nata.

Cocina catalana: a modo de broma Fermí dice que es un «restaurante étnico». Se plantea si cambiar el nombre a Fonda Puig.




3 restaurantes chinos de Barcelona

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1. Chengdu

Cocina de Sichuán para ponerte los morros rojos.
Decoración moderna (más o menos).
Carta en un iPad: la mayoría de platos, sin traducir. Muy avanzada y tal, pero incomprensible.
Carnes con excelentes puntos de cocción, sobre todo el cerdo. Pollo 'kung pao'. Lubina rebozada y tofu.
Abuso de la pimienta de Sichuán. Demasiadas notas perfumadas y lengua tontorrona por la sensación eléctrica. (Nota: ningún panda ha muerto bajo unos troncos)












2. Mian



Decoración sin dragones.
Bien los 'guotie' de cerdo y el arroz con carne marinada y menos bien los fideos 'zha jiang mian' con cebolleta, pepino, zanahoria. Agradable 'cheesecake', nada pekinés.










3. Casa de Waipó

Antes fue un restaurante italiano: también servían pasta.

Carta extensísima y gigantesca nevera con productos congelados a la vista.

Lo mejor, el pato frito, «asado al estilo cantonés», según la carta.
Lo peor, el camarero con el pelo naranja, que se hartó de las preguntas.
«¿Los fideos de arroz son caseros?». «De fábrica».
«¿Los 'jiaozi' son caseros?». «No. Sí. No lo sé. A lo mejor se los compran a una familia...».
Masa demasiado gruesa.

Muchos jóvenes chinos comiendo. Una parejita con dos bols enormes en los que se podría haber bañado una familia, más algunas brochetas variadas. Si se lo comieron todo seguro que no pasaron una gran tarde de amor.




Tickets Sin Palabras // Barcelona

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Tickets o el movimiento perpetuo.En evolución.

'King crab' con taco de capuchina y nori.
Guisantes lágrima con fruta de la pasión.
Súper langostino de 250 gramos. De nombre, Gonzalito.
Riesgo, rigor, sabor, sabiduría, técnica, experiencia, juego.


Albert Adrià, hacedor de restaurantes.


[Abril del 2018]










































Mina Sin Palabras // Bilbao

Restaurante Baserri Maitea // Forua, Bizkaia.

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Chuleta de vaca simental procedente de Alemania.
Excelente. Mantequilla. Animal de 8 años. Solo 18 días de maduración.
¿Añejamiento suave o extremo?


Juan Antonio Zaldua emplata un lenguado pescado en Ondarroa.

Carne tersa, uso sutil del humo de la parrilla. Muy bueno.


[Junio del 2018]























Restaurante Lo Paller del Coc // Surp / Lleida

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Lo Paller del Coc: este es un restaurante muy singular, con la de duda de si, realmente, se le pueda llamar “restaurante”. Sí, se reserva. Sí, se come (y muy bien).

Una sola mesa para diez personas, que se alquila total o parcialmente. Un solo cocinero-camarero-jefe-empleado: Mariano Gonzalvo. La mesa y la cocina comparten espacio: se recomienda a los comensales que se levanten y pregunten al chef, largo como un poste de teléfonos, sobre lo que prepara.

Cocina radical que se ciñe a los ingredientes del territorio, más alguna gamba viajera, y a la recuperación de partes de los animales poco valoradas o perdidas en el camino que la sociedad ha recorrido de la subsistencia a la opulencia.

Carreteras mareantes del Pirineu y la recompensa final de Lo Paller. Importante: hay que regresar aprovisionados con los quesos de Casa Mateu, en la misma población. Surp: solo 30 habitantes y dos paradas gastro.

Atención: al rabo de cordero lechal con romesco y al rabo de potro con tupinambo.

































Rías de Galicia Sin Palabras

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Lo de Rías de Galicia, en Barcelona, es de otro mundo, extraterrestre.
Producto, no, productazo.
Mariscada samurái.


[Julio del 2018]





















Restaurante Pollos Riko's // Barcelona

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Pollos Riko's, comedor peruano en Barcelona. Pertenece al grupo Ceviche 103.
Menú a 10,50 €.


Bien el ceviche clásico, buen corte: camote, choclo...
Tiradito algo gomoso: leche de tigre y ají amarillo, de nota.
Muy buen ají de pollo (a la brasa).
Un cuarto de pollo a l'ast: buen punto. Mal las patatas congeladas.
Postre: tres leches, dulce, claro.

Servicio muy-muy lento. Camareros sin interés. Responsable sobrepasado. Estuvimos a punto de lagarnos. Cercanía y preocupación, ninguna.













1 arroz bueno (La Marina), 1 arroz regular (El Terral), 1 arroz malo (Maná 75º)

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El arroz bueno: La Marina, Mataró

Buen arroz a la marinera en La Marina, Mataró. Grano suelto, sabor equilibrado.
Harto de restaurantes a pie de playa, y engaño, con raciones de paella a más de 20 euros. Este, a 12,50.
El sempiterno pulpo 'a feira'. ¿Tiene sentido en una oferta local de pescado?
Gambas de Arenys, 'tellines', chipirones fritos.
Bodega poco surtida con un excelente Finca Malaveïna 2013.








El arroz regular: El Terral, Vilassar de Mar.

A la carta, 'arròs socarrat amb escamalans'. Estic aquí per això, i quan arriba és una arròs sec com tants altres, molta ceba (notes de socarrim), gra al punt, fumet/marca pujats de sal (com de costum). Però, socarrat? Impossible. La paella és antiadherent! Què no han entés del concepte 'socarrat'?

Una hora per que arribin els primers plats: correctes les aletes de pollastre i la fregitela de calamarcets (res extraordinari) amb maionesa i 'mojo'. Bona coca amb tomàquet.

Servei lent, poc comunicatiu. La revolució pendent, a la sala, i més al llocs comuns.

Un somriure, si us plau.











El arroz malo: Maná 75º, Barceloneta

Cuando una comida es casi un 0.

Mala entrada: la reserva no existe, pese a que la hice la noche anterior. Yo no tengo 'comprobante', ellos me pidieron el teléfono. ¿Tendremos que exigir a partir de ahora el nombre de quien apunta la reserva?

Tardan un rato largo en traer los primeros: calamares con 'kimchi' y 'tartar' de atún, aguacate y una salsa oriental ( ambos, bien) Preguntamos por la salsa y no saben/no dicen de qué está hecha.

Hemos pedido coca con tomate, que no aparece en la comanda y que traen cuando hemos terminado con los entrantes.

Estoy aquí por el arroz: una línea de ¡19 paellas!, con un sensor cada una que controla la temperatura. Demasiado para mí, soy un antiguo.
A 22 euros la ración, mejillones, almejas, cigalas y gambas. Capa fina, arroz durillo: comestible.

Ah, las gambas: olor poco apetitoso. Tampoco dos de los mejillones pasan por su mejor momento.
Las gambas son, a mi parecer, rechazables.
Camarero y encargado. "El cocinero las ha probado y dice que están bien. Yo las he probado y están bien". Suerte a ambos. "El cocinero dice que son de ayer". Vale, la cuenta, por favor.
Se ofrecen a preparar otra paella. No gracias.
Nos invitan al arroz (apenas tocado) y las bebidas.


El mal rollo, el agobio y la decepción no tienen precio.















Restaurante Kauai // Gavà

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Bajo el cañizo.
Gamba frita, sardina a la brasa, ensalada de tomate, ventresca, cebolla y piparra: de primera.
Tortilla de camarones demasiado gruesa.

Arroz del señorito: bien el grano, para comer a cucharadas, fondo/marca demasiado potentes. Carnaroli de la casa Acquerello.
Para arroces secos, mejor bomba, bahia o sènia. Òscar Manresa dice que está satisfecho con esa variedad: aguanta como un mulo.

Mencía Cuatro Pasos 2016 en cubitera.
Chiringuito 'top'.
Después, baño: parecía un 'jacuzzi' de tan caliente. Medusas al acecho.















3 buenos bocadillos (y 1 para olvidar)

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1. Bicnic: la barra Fast

Patatas fritas de la 'maison' y buen bocata guarro (en realidad, fino) de 'porchetta' con setas. Cerdeando.











2. Parking Pita

Me reafirmo: estas patatas con mayonesa y 'harissa' son viciosas. ¡Atención barceloneses patateros!
Buena y exportable idea la pita gurmet con masa de pizza.
Discutible el precio: ocho euros la de pollo 'tandoori'. El ave habrá volado porque la materia prima era exigua.
Carta de pitas con poca oferta.












3. Lomo Bajo

Si hay que comer hamburguesa, que sea muy buena: la Suprem, de buey.
Pan de primera, del horno Turull, de Terrassa.
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4. Sándwichez


Cuando en una sandwichería no sale bien el sándwich.
Pan humedecido, del que escapa el relleno. No es agradable coger la cebolla caramelizada con los dedos.
Pastrami regular y exceso de mostaza, lo que ha falseado los sabores.









De regreso a Els Pescadors y... // Barcelona

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Guisos y pescados.
Materia prima de escándalo.
Garbanzos de Moià, langostinos (qué buen punto), boquerones y el majestuoso Sant Pere a la mantequilla negra, enriquecida con jugo de carne.




















De regreso a Parking Pizza y.... // Barcelona

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Segunda visita a Parking Pizza, en el paseo de Sant Joan de Barcelona. Y no sé... Con sitios libres, la camarera quiere apretarnos en una de las mesa comunales por si llega un grupo de seis. ¿Eing?

Cajones para meter la ropa y sentarse: al rato duele la espalda.

Bien de nuevo la 'porchetta', la ensalada con mayonesa de 'tahina' y la 'focaccia' con romero.

Buena masa de pizza y mal el resto: queso apelmazado en la base, poco stilton y miel picante que no picaba.






3 (buenos) menús de mediodía en Barcelona

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1. Cierzo


Hay gente que se curra el menú de mediodía.
Pan de 'hot dog', butifarra, cebolla confitada (eliminaría el dulce) y 'allioli'.
'Gyoza' frita de pollo y verduras.










2. Kserol


Curiosa y económica propuesta: otra manera de entender el plato combinado.
Gazpacho de albaricoque (algo dulce), 'makis' vegetales y costillas con miel y jengibre (bien, no así las patatas).









3. Buenaventura Café

Buen 'hummus' con remolacha.
Correcto pollo al curri e insípido 'bulgur'.
Café quemado.
Amable servicio.
Negocio secreto de un gran cocinero barcelonés.


Noordzee / La Mer du Nord // Bruselas.

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Noordzee / La Mer du Nord, Bruselas

Cocina callejera (porque cocinan en la calle), extensión de una pescadería. Al lado, un localito donde despachan ostras y ahumados. ¡Y ahúman también en la calle, con una fumarola poco cívica!

Sistema: eliges, pagas y, cuando está listo, vocean tu nombre a gritos.
Comes en una de las mesitas altas, a compartir, de la plaza. O en un banco.

El tipo de la plancha es velocísimo: con el producto en su punto, aliña con un aceite macerado y con especias secas. Lo repite en cada ración, que también lleva ensalada y salsa tártara.

Platitos con gambas, caballa, croquetas de quisquilla de arena, hamburguesas de cangrejo, vino blanco argentino.
La queja: comer así es más incómodo que una cama de fakir.





Los mejores cafés de Barcelona: te quiero negro

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1. JORDI MESTRE, EL NÓMADA

«No todo es tan negro», suelta Jordi Mestre (Barcelona, 1985) a modo de saludo. Especializado en el espectro entre el grafito y el ocre, que son los colores de la materia soluble que domina.

Él, como los otros protagonistas de este reportaje, está detrás de la revuelta –aún en marcha– que intenta sacar la infusión del pozo o de cualquier otro lugar húmedo, siniestro y maloliente. «En un restaurante te queman el bistec y lo devuelves. Con el café somos poco críticos». Acierta en el diagnóstico: cuántas veces lo que bebemos está más relacionado con la escoria que con el placer. Los conocedores explican que se quema a partir de los 94 grados. Máquinas incineradoras para productos muertos. Tazas blancas con la boca ancha y la altura escasa, con algo que huele a rayos y sabe a culo de mono.

Desde Nomad, Jordi combate ese veneno, el más común y tolerado. Un tostador (Roaster’s Home, donde Fran González se curra los granos), un laboratorio (Coffe Lab & Shop) y una tienda (Every Day), y el estar envuelto de manera permanente por la gasa de su aroma.

Como la mayoría de los especialistas, prefiere el de filtro (Chemex, V60, Aeropress...) al expreso: «Un concentrado, reducido. No es la manera natural. Con el de filtro encuentras los sabores de verdad». ¿Y el gusto de ese tiro entre las cejas, del sopapo que te levanta unos centímetros del suelo?

En el vaso, una delicia de Nicaragua, natural, procedente de la finca La Puerta de la familia Peralta. «La liga interesante es la de la calidad. Hay que saber quién lo ha producido. Quién hace qué. Siempre cafés de temporada. Cultivador, exportador, importador, tostador y barista».

De memoria, el calendario de la pasarela cafeínica: otoño, Brasil; invierno, Colombia, Burundi, Ruanda. Primavera-verano: El Salvador, Costa Rica. Comienza el otoño cuando este texto humea y bebemos el último saco del Nicaragua de los Peralta.

Pese al retraso respecto de otras ciudades que también se calzan las zapatillas de la modernidad y las miles de tazas «baratas y amargas» que cada día alquitranan las gargantas de los conciudadanos, Jordi es «optimista». Decir torrefacto es llamar al Leviatán. Mejores pilotos de máquinas, y máquinas mejores: las cafeteras corrientes de los bares disponen de una sola caldera y lo ideal serían dos «para mantener la estabilidad térmica». No-achicharren-los-cafés-amigos-bareros.

Jordi estudió diseño de producto, se especializó en restauración de muebles de plástico (sí, eso existe), fue a Londres, conoció el enjambre creativo de las cafeterías y quiso especializarse en ese satén: «Era una escena fantástica: joven, profesional y competitiva». El café había perfumado sus mañanas porque el padre era directivo de una multinacional del género, si bien él se escoró hacia lo artesano.

Se hizo construir un carrito con el que recorría los mercadillos los fines de semana y de esa movilidad sacó el nombre nómada de su empresa.













2. MARCOS BARTOLOMÉ, EN LA VENTANA

El aire angelical de Marcos escupe demonios en los brazos tatuados: «Alguno me lo hice yo, aburrido, esperando clientes en esa época. Ahora voy bastante arreglado: ya no llevo camisetas agujereadas». Resulta interesante escuchar a Marcos, un hombre que carga con una cajita Bosch de herramientas para arreglar cafeteras y una báscula. La báscula debería ser la (segunda) mejor amiga del barista. Queda claro cuál es la primera.

Nacido en La Rioja, la infancia de Marcos (San Millán de la Cogolla, 1989) no fue de vino sino de café. Pertenece a la cuarta generación de tostadores de la empresa logroñesa El Pato, fundada en 1908. Solo ahora es capaz de hablar de la familia sin posos, y más desde que su tío Joaquín está al frente, demostrando sensibilidad hacia el estilo del sobrino, en las antípodas «del café comercial», mitad arábiga, mitad robusta.

Estudiar fotografía le permitió revelar Barcelona. Duró poco en el oficio de la luz y se reencontró con la infusión familiar de la que escapaba en Federal Café, donde lo emplearon. «Sería sobre el 2008, 2009. Entonces el café en Barcelona era asqueroso». Encargado de Federal, fue Salvador Sans, de El Magnífico, el que restituyó el orden en ese mundo de cafés alterados. Durante los años de la turba, fue Salvador de los pocos que elaboraban con respeto (aunque había más en la resistencia).

Abrió la ventana al horizonte cafetero en el 2012. Diagnosticado de hiperactividad, Marcos no tomaba el vicio: «Me encontraba con una dualidad: me gustaba pero no podía beberlo». Esa duplicidad se repetía en lo personal: era malo, era bueno. Aquella ventana y La Marzocco GS3 fueron un lugar de aprendizaje, un imán para locos y sabios.

Uno de los que se refugió fue Joaquín Parra, que hoy lo provee de granos en su punto desde el tostador Ride Side Coffee. Habla Marcos de «una hermandad», hermanos con Joaquín más allá de la cafeína. Su credo: «El caficultor respeta la tierra. El tostador respeta al caficultor. El barista respeta al tostador». El caficultor, el tostador y el barista respetan al cliente (o deberían).

Le interesa «la ingeniería de las cafeterías» (Satan’s Coffee Corner en el Gòtic y Casa Bonay, en el Eixample) para que «el cliente tenga la mejor experiencia posible». Prefiere tomar el expreso –aunque para mantener la hiperactividad a raya lo suyo es la infusión, y en pocas cantidades– en una taza de café con leche pequeña (un chute de 21 gramos de café que se convertirán, pasados por la máquina, en 38) en busca de la armonía entre la crema y el tinto.Tinta en la piel, y en el ánimo.








3. SALVADOR SANS, EN EL ORIGEN

En 1989 –el ya citado como pionero–, Salvador Sans (Barcelona, 1960) condujo un Seat Ibiza hasta Le Havre (Normandía) en un viaje de 1.200 kilómetros entre dos mares para conocer a Philippe Jobin, autor de 'Les cafés produits dans le monde', un libro que le había reordenado el mapamundi de la cabeza.

El impacto de aquella lectura, una década antes, le hizo formularse una pregunta con sedimento: «¿Por qué mezclar los cafés si cada uno tiene su propio sabor?». También ahí estaba el porqué de la carta que envió a su padre desde Mallorca, donde lo obligaban al servicio militar, y en la que le proponía reorientar el negocio hacia la singularidad. «Teníamos que enfocarlo hacia el café de origen».

Era una epístola atrevida: con dudas sobre si seguir con el negocio familiar, había estudiado Económicas, pero el estar lejos del barrio de la Ribera obraba como impulsor. Ha sido tanta la importancia de Jobin y de la 'maison' que dirigía y que les facilitó los primeros «cafés finos», que Salvador lo recuerda con afecto y titilante emoción en la tienda-cafetería Mag, que entre semana usan como centro de formación y que de viernes a domingo abren al público.

En el sótano se conserva la tostadora de bola del abuelo, pesadísima, inamovible, cimiento de la vivienda de 1848, máquina parecida a una hormigonera y que aún asombra a Salvador por la eficacia con la que gira el bombo. «Seguro que en aquel 1989, yo era un indocumentado. Había leído algunos libros porque sabía francés, inglés…». Husmeaba –humeaba– en una librería científica de Balmes en busca de conocimientos, contactaba con franceses y alemanes, sacaba fuego y humo negro al Seat Ibiza.

El espacio ahora llamado Mag es la piedra bautismal de los Sans desde 1919: primero se instaló el abuelo, después el padre, todos llamados Salvador. «En muchos colmados tostaban. Era un bien carísimo». En 1962, el padre, Salvador Sans Domínguez, con la licencia 781, llamó El Magnífico al establecimiento porque en el registro se lo dieron a elegir entre tres nombres. El funcionario tenía una mirada épica.

Sostiene el hijo que, por entonces, la calidad general de la materia era notable, que se trataba de un comercio tutelado por el Estado y que la tempestad del robusta cayó sobre los pecadores cuando lo liberalizaron. Las plagas de la picaresca, la masificación y los polvos raros. Salvador hijo se atrevió con una tienda en 1989 en la calle de Argenteria y siempre ha agradecido al mundo gurmet que se fijara en él.

En una copa grande de vino, un etiopía de la cooperativa Nano Challa (cuatro minutos goteando en una V60, un cono con filtro). Aunque de entre todos los grandes que mima, elige el kenia. La copa da relevancia a lo que se bebe. Señala su importancia. El cáliz ennoblece la sangre.

En Mag hay una tostadora de la casa Vittoria, que solo pilota Salvador, aunque la grande se asienta en otro espacio, un gigantesco sótano cerca de Via Laietana donde las montañas de sacos, arpilleras con bonitos sellos de los países productores, trazan un paralelismo para recordar que este producto es de altura.

Salvador se refiere a la precisión y complejidad del oficio: «Hay que conocer el café y qué resultados quieres, si el destino final será para filtro o para expreso».

Advierte que hay diferencia entre «tostar y hornear» y cómo unos minutos de más arruinan las sutilezas.

Junto a la Vittoria, un cartel advierte: «El tostador necesita concentración». Este reportaje advierte: llegados aquí, el bebedor de café necesita concentración.




EL PLACER GOTA A GOTA

Algunos establecimientos de Barcelona en los que dan relevancia al café, donde no es el compasivo y ramplón final de una comida. Destruir la complejidad es cargarse el trabajo de caficultores y tostadores. Que no te amarguen la vida.


Mag by El Magnífico, Grunyí, 10.

Nomad Every Day, Joaquín Costa, 26.

Satan’s Coffee, Corner Art de Sant Ramon del Call, 11.

Bond Café, Avenir, 44.

Tarannà, Viladomat, 23.

Skye Coffee, Pamplona, 88.

Slow Mov, Lluís Antúnez, 18.

Black Remedy, Ciutat, 5.

Gresca, Provença, 230.

Espai Joliu, Badajoz, 95.

Oma Bistró, Consell de Cent, 227.

Dalston Coffee, Ramelleres, 16.

Enkel, Baixada de Sant Miquel, 6.

Sirvent, Ronda de Sant Pau, 67.




3 restaurantes tradicionales de Mallorca

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1. Los Patos, Bahia d'Alcúdia

Anguilas: guisada y frita. Mejor la primera. Ser escurridizo, cada vez más difícil de pescar en un restaurante.

Tomate y sardina curada (bravo), gambas, croquetas de sepia (gusto indefinido).


'Porcella': aún sin encontrar la muy-satisfactoria. Hace 40 años comí una lechona en la isla que sigue viva en mi memoria.











2. Celler Pagès, Palma de Mallorca

Per urgències al centre de Palma. Vam anar-hi fa anys i segueix igual. Més de mig segle de història.
Menuts per grans: frit i llengua amb tàperes. Bo sense desmais.
Per ser un celler, micro oferta de vi.
Servei desbordat.













3. Es Cruce, carreteta Palma-Manacor, km 41

Restaurant on dinen 600 persones al mateix temps. No hi ha reserves. Cues per accedir-hi. Preus reventats.

Frit de xai i llengua amb tàperes de primera, millors que al Celler Pagès.

Bons els cargols i l'esbargínia farcida. Correcte, l'arròs brut (gra duret). El tumbet i l'amanida mixta sense glòria. Porcella seca.

Sorprès pel muntatge, el volum i la qualitat d'alguns plats. Olles com portavions.






Pizzería Fabián Martín // Puigcerdà / Girona

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Reencuentro con Fabián Martín un millón de años después en la única pizzería que mantiene, la de Puigcerdà.

Pizzas de masa fina y crujiente, con apenas borde: margarita, cuatro quesos, cuatro estaciones (¡buena!) y de pollo. Y el siempre recomendable y jugoso 'tartar' de tomate.


¿Y Fabián? El boxeador sigue en la pelea, aunque pensando en la retirada.




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