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Channel: La Cocina de los Valientes
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Restaurante Fat Barbies // Barcelona

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Fat Barbies
Bailén, 83. Barcelona
T: 93.245.31.80
Menú de mediodía: 10,95 €
Precio medio (sin vino): 20 €



Entrados en carnes


Esta crónica ha sido ahumada. Esa es la especialidad de Fat Barbies: el humo, y no porque vendan algo gaseoso e intangible, sino por lo contrario, pues se dedican a las carnes, a lo sólido.

El venezolano Juan Martini, asociado con su hermano Aquiles y Alex Demendoza, recibe con una montaña de leños en la puerta del restaurante. La madera de encina y olivo da la bienvenida.

El local me había llamado la atención durante la metamorfosis: fue una cafetería llamada Sally Sucra, donde patentaron los 'lonuts'. Juan y sus colegas –su empresa se llama La Oficina Tropical, nombre de orquesta trompetera– habían tapado la cristalera con fotos y proclamas: «Queremos crear un espacio auténtico y lleno de fuego».

Han sido cuidadosos con los detalles: la tipografía (¡aumentad el cuerpo de la carta para los cegatos!), los delantales, los baños, las mesas de madera, los platos de buscador de oro. El propio nombre: a partir de 'barbie' (diminutivo de 'barbecue' en Australia), un juego con las estilizadas muñecas de plástico pasada de peso: Fat Barbies.

Juan se formó con Carlos García en Caracas y con Yoshihiro Narisawa en Tokio y, hasta hace poco, compartió trabajo e intensidad con Rafa Peña en Gresca. Pero fue en Londres donde decidió cuál sería su futuro: «Trabajé en un lugar en el que se hacían el pan, los encurtidos, los fermentados. Estaban involucrados en todo el proceso».


Preparan el pastrami (la primera versión que probé estaba subido de sal: Juan dice que ha ajustado las proporciones) y los encurtidos de pepinillo, cebolla, zanahoria, col lombarda.

Fui un día para meter la patita y me casqué un bocata (pan de Sant Josep) con cerdo, eso-que-los-que-saben-llaman-'pulled-pork' y una ensaladita con col blanca y lombarda, manzana, tomillo, mostaza y mayonesa. Y muy bien, así que regresé ya en serio.

En la parrilla trabajan los vegetales (el variado de zanahorias) y en el ahumador, que diseñaron, las carnes de Cal Tomàs. Tienen que mejorar la extracción (y en ello están) para que el humo sea condimento y no indeseada compañía.

Atención a las costillas, primero la de cerdo (marinada en seco/ahumador/horno) y, después, la de ternera (sal y pimienta/ahumador/horno). Ambas, excelentes, carne que se deshace, alivio de carnívoros y desdentados.

Correctas patatas con piel, aunque cortadas demasiado gruesas, y kétchup de sobrasada. Cervezas artesanas e inexistente carta de vinos, y no digamos de copas adecuadas. Bebí Karma de Drac en vaso.

Barcelona ofrece unas buenas brasas, pero un discreto uso de los ahumadores. Rooftop Smokehouse fueron los primeros en humear en la ciudad, seguidos de Olofson y esta 'barbie'.

La proximidad del paseo de Sant Joan es magnética: se suceden las aperturas. A pocos metros, Rooq, dedicados al pollo frito. Estupendas patatas (fritas, claro) y bien sazonada y en su punto, la hamburguesa de pechuga (frita, claro).

Atención, futuros empresarios, a la palabra: es-pe-cia-li-za-ción. Brasa, carne (o solo pollo), pincho, fritura.

Hacer una cosa, pero hacerla muy bien.




LO+

La buena integración del humo en la carne, y el punto.

LO-

Las patatas, muy gruesas, y el primer pastrami, salado.

















'Cata Mayor' en fotos // Backstage

Restaurante Cebo // Madrid

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Cebo o la fe de Aurelio Morales en la cocina de vanguardia, en el Hotel Urban, Madrid.
Servicio que fluye sin interrupción para platos con alma y filigrana técnica (pero sin exhibicionismo ni chulería). Un cocinero que pelea por lo que cree.

Fabuloso el canetón con 'goulash' y la cresta suflé de gallo.
Puerro fermentado y huevas de mújol.
'Royal' de cochinillo y la piel crujiente.
Boquerón marinado, helado del pescado, espina frita, caldo de 'garum'.
Guisantes y 'espardenyes'.
Arroz Costa Brava para salsear con la cabeza de la gamba.

Sala relajante: ommmmm.
































Lo que bebimos









Restaurante La Tasquita de Enfrente // Madrid

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Una cena de sábado en La Tasquita de Enfrente, en Madrid.
Platos excepcionales + algún chasco/desilusión. Clásicos de la casa. Lentitud en el pase.

Lo más: el salpicón de bogavante, impacto en la mesa y en la boca.
Cecina y 'focaccia': bien.
'Tartar' de atún y ensaladilla: bien-bien.
Anguila y pera caramelizada: bien-bien.
Espárrago blanco y anchoa: bien-bien-bien (ya lo he copiado).
'Canyuts' del Delta: muy hechos, secos.
Crema de castañas y trufa: bien.
Guisantes y yema: bien-bien-bien.
Carabinero en papillota: bien-bien.
'Lloritos' con salicornia: ¿sal en la salicornia?
Albóndiga con caldo de cocido: poco jugosa y sin sabor.

La noche de Madrid, más tumultuosa que el primer día de rebajas en unos grandes almacenes.
















Lo que bebimos













Restaurante Glass Mar // Madrid

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Glass Mar: Ángel León en Madrid después de dejar Barcelona.
Local incómodo, platos para quedarse a vivir.

Requetebién: la sardina ahumada con berenjena, las croquetas de choco, la piel de morena, la pasta filo con 'matrimonio' y alboronía, el arroz de plancton y los 'callos' de atún.
A la tortilla con gambas de cristal le sobra la salsa americana y los berberechos con plancton, ni fu ni fa.
Superior: los embutidos. Sobrasada de atún, butifarra y chorizo de lubina y lomo de tomada.
'Tratrá': la ventresca a la sal entomatada.



















Lo que bebimos





Restaurante Zero Patatero // Barcelona

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Zero Patatero
Passatge Mercantil, 1. Barcelona
T: 93.855.23.04
Menú mediodía: 15,50 €
Precio medio (sin vino): 25 €


Alcachofero, cebollero y coliflorero



Siempre a favor de la langosta (o de otros ingredientes para fetichistas), pero usar el crustáceo, en cocina, requiere de menos coraje que cruzar la calle con el semáforo en verde, y eso, claro, si no hay a la vista bicicletas, bicitaxis, monopatines, patinetes u alguno de los engendros de una sola rueda que nos amenazan.

Pero ¿lograr que el cliente vibre con el ritmo de una cebolla, una coliflor, una alcachofa o el 'blat escairat'? Lo consiguen Luca Marongiu y Gonzalo Rivière en Zero Patatero. Si la mayoría de los profesionales de la restauración pública se tomaran en serio las hortalizas (si las trabajaran con voluntad y no con la indiferencia del coche escoba), el consumo de vegetales crecería como un géiser.

Había estado en este local cuando se llamaba Big Fish, una de las primeras obras de El Hombre Que Lo Decora Todo en Barcelona (que no prestó suficiente atención a la acústica); me perdí la mutación a Big Kokka y deseo larga vida a Zero.

A Gonzalo lo conocí cuando dirigía el Hotel Consolación, en el Matarraña, y también estuve en Els Garrofers, en Alella, cuando ya estaba asociado con Luca. De la comida de hace tres años enumero, tras consultar archivo y fotos, la coca de sardinas, la costilla de cerdo y el arroz con sepia y papada.

El cambio de Els Garrofers a Zero es enorme. Han ganado en profundidad y complejidad, si bien el concepto nació cuando estaban en Alella: reciclaje y Kilómetro 0 (se nutren del Maresme, de L’Hort d’en Pau y Els Horts de l’Alegria, y de la lonja de la Barceloneta).

Pan de elaboración propia con harinas de Can Jornet y Cal Pauet, aceite de la variedad vera de Can Nualart (véase la importancia de los apellidos, de los proveedores/productores), «carta de vinos ecológicos, naturales y de pequeños elaboradores», cuenta Gonzalo.

Hasta ahora he defendido lo natural, con algún que otro chasco. Pruebo Es d’Aquí M&M (es de Languedoc), espabilador de narices, y Pino Rojo, pinot noir de la Alpujarra granadina. Voto por el pinar.

Alcachofa: rellena con pan crujiente, yema de huevo, 'botifarra del perol' y una salsa en la que intervienen la gamba roja, la cebolla y el tronco de la planta herbácea (¡no hay que tirar nada!). Bien-bien.

Cebolla ('tatin'): rustida (mantequilla, ajo, tomillo), desglasada con vino y con una 'demi-glace' de verduras. Debajo, pasta brisa. Encima, un helado de queso de oveja de Vilatzara. Requetebién.

Colifor: escaldada y rustida, praliné salado de almendra, pan crujiente y puré del tronco de la crucífera. Requetebién.

'Blat escairat': polenta, queso curado de oveja, 'demi-glace' de carne. Bien-Bien.

Ese último plato, a punto de entrar en la carta, vuelve loco a Luca: «No sabía nada del 'blat escairat'. Así que me puse a estudiar». Su cabeza establece relaciones con el Berguedà, Argentina, México, Italia... Y lo que sale tiene personalidad.

A la caballa marinada le sobran acompañantes (no destaca) y es demasiado duro el grano del arroz con gamba roja y cangrejo azul (especie invasora, que cocinan, al igual que el jabalí, como acto politicosocial). Compensa el buen sabor.

Para decir adiós, fresas con crema de limón y sorbete de la misma fruta escabechada y picante. Requetebién.

Ni cero ni patatero. En cualquier caso, alcachofero, cebollero y coliflorero.




LO+

Sacar jugo a las hortalizas: alcachofa, cebolla y coliflor.

LO-

La dureza del arroz y la caballa, perdida entre ingredientes.







Els Garrofers // Alella





















Restaurante Hisop // Barcelona

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Hisop
Passatge Marimon, 9. Barcelona
T: 93.241.32.33
Menús: 37 (mediodía) y 67 €
Precio medio (sin vino): 65 €



El salmonete más copiado




Oriol Ivern sale a la sala de Hisop con la cabeza del rape: H. R. Giger podría haberse inspirado en ella para diseñar a Alien, el xenoformo del cine. Te encuentras esa calavera con dientes afilados una noche en una esquina del Eixample y no paras de correr hasta Santa Coloma.

Sí, da miedo, pero se adivina sabrosa y, por qué no decirlo, el espectáculo es atractivo para los amantes de la ferocidad. En los restaurantes –en los buenos restaurantes– tienen que pasar cosas. Cabezón que ha visto la sartén y el horno, colágeno a tutiplén. De cada uno, dos raciones, que vuelven a la mesa con 'crême fraîche' (demasiada), rábano picante (demasiado poco), pilpil (demasiado bueno) y caviar (nunca es demasiado). Qué bicho más feo y qué plato tan bueno.

En mayo, Hisop cumplió 18 años y es una mayoría de edad a celebrar en una ciudad en la que muchos restaurantes nacen muertos. Congratulémonos de que El Club de los 5 continúe lozano y haya resistido al desgaste del tiempo ya recorrido: Hisop (sin más negocios en Barcelona, pero con dos en Estocolmo), Alkimia (más Al Kostat), Gresca (más el bar), Coure (más la barra) y Bardeni (exCaldeni).

Pregunto a Oriol cómo ha sobrevivido a la escabechina: «Mantengo la idea de la bistronomía, contengo el precio, tenemos experiencia y seguimos ilusionados». Este hombre siempre sonríe, incluso cuando lo aprietan injustamente.

En la cocina, Vicente Silvestre y en la sala, Carme Torrens, Judit Joan y Mireia Andreu. Mantienen el menú de mediodía de 37 euros, precio accesible para el circuito en el que habitan.

Poco amigo de las contorsiones, las lumbalgias y los esguinces gastronómicos, Oriol siempre ha asumido riesgos posibles. ¿Morcilla de cebolla e infusión de té Lapsang? Por supuesto. Y qué bien le van a los langostinos y la patata enmascarada. ¿Y un licuado de queso de cabra Màquia para la caballa con espárragos verdes y ajos tiernos? Claro que sí.

Digo que voy a beber poco y al acabar la sesión cuento cinco vinos (soy un tío facilón): los sobresalientes, la macabeu L’alba al turó, la malvasía volcánica Bermejo y la garnacha La suerte de Arrayán.

Nada a corregir y mucho a disfrutar: las habitas con caldo de cangrejo azul, la gamba con bearnesa de alga (qué plato, amigos); el Sant Pere con ostra, espárragos blancos y 'meunière' cortada con cítricos y el 'tartar' de pato –de la granja Luisiana, en el Delta– aliñado para decir ¡yupi!

De postre, el queso Golany (en lugar de carro tienen un cajón: hay que meter la nariz), las fresas con pesto dulce (¡bravo!) y el flan al estilo filipino con té. Barcelona vuelve a 'flanear'.

Llegados aquí, ni una palabra sobre el salmonete que titula la crónica. En la carta desde junio del 2015, ha sido plagiado sin sonrojo. Oriol se autocachondea: «¡El único plato que hemos sabido hacer en 18 años!».

Ante el cliente, Carme rocía el lomo de salmonete –al que le han practicado incisiones– con aceite de 'sriracha' y después lo sopletea. Lo acompaña con mayonesa de 'miso' y un molusco llamado 'cargol sord' ('littorina littorea'). Sen-sa-cio-nal.

Delicado e intenso, con un raro equilibrio de contrarios. Hay que comerlo con la lentitud y la atención reservada a los mordiscos que marcan.

Que lo hayan copiado refrenda lo acertado del salmonete. Lo justo y elegante sería reconocer la autoría de Oriol. Lo otro son manejos de carteristas.

LO+

Platos que enganchan: el salmonete a la llama, la cabeza de rape, la caballa con queso.

LO-
Ese exceso de 'crême fraîche' que desequilibra la grandeza del rape.





Los vinos de Hisop

















Restaurante Tunateca Balfegó // Barcelona

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Tunateca Balfegó o todo lo que hay saber de los túnidos.
Paso de los 'nigiris' y nado en los guisos.
Decoración azul.
Representación de la mola (los bancos de atunes) en el techo.
Servicio lento/Un establecimiento por encima de los 50 euros no puede ofrecer servilletas de papel.

Aperitivo de cortesía: 'maki' de 'tartar'.
Sobrasada de atún (hola, Ángel León) con medalloncitos de rape y ajoblanco de piñones: bien.
Croquetas de atún y un toque de tomate: bien.
Ventresca, 'demiglace' trufada, chalota, zanahoria, crema de chirivía: bien-bien.
Parpatana, mollejas de cordero y queso feta: regular; las mollejas son un añadido que nada aporta.
Arroz 'socarrat' (hola, Raúl Aleixandre y Quique Dacosta), romanesco y tacos guisados de atún: bien-bien-bien.
Vino: cómo me gusta el Pas Curtei.




















Restaurante D'Aprop // Barcelona

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D'Aprop
Trafalgar, 26. Barcelona
T: 93.018.78.46
Menús: 17,90 (mediodía) y 35 € (degustación)
Precio medio (sin bebida): 30-35 €



¿Butifarra de lentejas? ¡Sí!


En el restaurante D’Aprop me reencontré con Xavier Franco y con el taco de fricandó: los dos tenían buena cara. Conocí a ambos en el restaurante Saüc cuando Bruce Willis tenía pelo. Al lingote de carne, en el 2008; a Xavier, unos cuantos años antes. No es nostalgia, sino la reivindicación de un chef de primera situado en una buscada penumbra y de un plato que demuestra cómo puede evolucionar una alegoría de lo popular.

Saüc -en dos etapas y ubicaciones distintas y con una estrella- fue estratégico en el mejor momento (reciente) de la restauración barcelonesa, cuando a principios de siglo XXI unos animosos jóvenes decidieron que se podía fundar una cocina personal a precios razonables y sin someterse al totalitarismo de la croqueta. La salida de Saüc fue traumática, se instaló en el Montseny con sus hijos, defendió la estrella de Les Magnòlies en Arbúcies y después se esfumó de lo público.

Hace casi dos años regresó con prudencia y sigilo a la restauración barcelonesa con D’Aprop, establecimiento situado en el Hotel Yurbban Passage y del que es socio. Fui con la curiosidad de saber si seguía teniendo aquel toque para darle brillo a lo tradicional y oscuro y denso y salí más contento que Rafa Nadal después de haber mordido 12 veces la copa del Roland Garros y conservar los dientes.

Recibió Raquel Monesma, a la que reencontré después de la etapa en el restaurante Terra (que ya no asesora Paco Pérez). Enseguida, dos vinos para entonar: el chardonnay Ardèche de Louis Latour y Le Lion de La Fleur de Boüard, en buena forma después de la gimnasia de la decantación.

Establecimiento amplio y funcional. En el fondo, un sofá corredero -ese capricho de decorador- poco cómodo: el mueble era demasiado mullido o las mesas demasiado altas.

Esta comida no merecía servilletas de papel. Xavier y Josep Lloveras, jefe de cocina, sacan platos persuasivos.

Entrada sobre seguro con la caballa escabechada (fuera brotes de cilantro).

Subimos en intención con el 'tartar' de sepia y la sopa de guisantes (fuera brotes de guisante).

Y se salen de la tabla con los 'fesolets', papada y anguila, noqueador de remilgados. Pregunto por la inspiración y Xavier responde: «Parte de unos 'fesols' con cebolla y anchoa». #Arrozparauno (¡reivindico!) de conejo y trompetas de la muerte. De postre, 'mel' (espuma y helado) 'i mató'.

En el nombre del lugar está el contenido: «Sabores de aquí, 'd’aprop'. Queremos mostrar una experiencia local a la gente de fuera». Me encanta la pedagogía para guiris que, con urgencia, hay que extender a los aborígenes.

Los platos sobresalientes son el taco de fricandó ('llata' cocinada a 72º durante 16 horas) y patata de mortero (pero qué rebuena) y el bacalao a la llama de tomillo, butifarrón de lentejas y sopa de ajo. ¡Alto! Deshacen una butifarra negra y la mezclan con lentejas, cebolla, menta, ajo, anís y canela. Qué idea. Y qué bien sabe.

Por las cocinas de Xavier han pasado profesionales con incidencia en la restauración local: Ferran Maicas y Albert Ferrer (Bambarol), Jaime Tejedor (La Barra) o Ferran Soler (ex Bodega 1900).

El chef me enseña un espacio llamado The Kitchen Lab, con barra, mesa comunal y fuegos. Es hora, Xavier, de dejar la sombra y mostrarse con rotundidad. De volver al juego, de estar 'a prop'.



LO+

La capacidad para evolucionar -y mejorar- los platos tradicionales.

LO-

Algún brote distorsionador, el sofá hundidor de nalgas y la servilleta de papel.




Los flanes

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El flan de Pur.






El flan de la Bodega 1900.




El flan de Portolés.




El flan de Mercado Little Spain (Nueva York).






El flan de Jaleo (Washington).






El flan de Hisop.






El flan de Can Punyetes.


Pizzería La Balmesina // Barcelona

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La Balmesina
Balmes, 193. Barcelona
T: 93.415.62.24
Menú de mediodía: 11,90 €
Precio medio (sin bebida): 15 €



El secreto de la pizza es el agua



Al escribir sobre las masas de pizza, el cronista pregunta por la mezcla de harinas, por la masa madre, por la biga (prefermento), por el aceite de oliva (¿sí o no?), por la fermentación, por la temperatura del horno (y si es de leña, eléctrico, a gas), por el tiempo de cocción, por el alveolado y tamaño del borde, por el grosor de la rueda, por la flexibilidad, por el estilo o escuela, por el pizzero, por el perro del pizzero, por la novia o el novio del pizzero. [Y, la más importante, ¿por qué tan pocas mujeres hacen pizza?].

Pero ¿qué sabemos del agua? Sucede con los 'nigiris': damos trascendencia al pescado y desairamos al arroz. Alabamos el pan gallego por su hidratación y lo mismo pasa con la pizza.

Las de La Balmesina, por ejemplo, integran mucha agua, según explica el 'pizzaiolo' y copropietario, Massimo Morbi: «La 'tonda' [redonda], 70% y la 'pala' [ovalada], 85%». Y doy fe de que están muy ricas, sobre todo la 'tonda' con cecina de León, ricotta ahumada, berros, láminas de champiñón Portobello (con limón y aceite). Dominan el humo (del embutido y el lácteo) y el 'cruch' en la boca. Da unas ganas de comerrrr.

La Balmesina son Alessandro Zangrossi, el cocinero Mattia Ciresola y Morbi. Hace dos años que inauguraron –llegados de Verona y Padua para el menester– y sus mediodías son gloriosos, con dos menús a 11,90 € (uno de ellos, pizzero) que les garantizan llenazos.

«Para nosotros, una pizzería es una 'trattoria'», describe Massimo. Un sitio de ambiente ligero y precio comedido. Trigo ecológico, 72 horas de fermentación, hornos eléctricos a 390º, dos minutos en ese pequeño infierno y construcción –una vez fuera– de una parte en crudo.

La 'pala' es claramente romana («el nuevo estilo romano»), pero esta 'tonda' no es napolitana: «Napolitana distinta, anárquica, moderna». Cita en el estilo meridional a Sasà Martucci y se siente próximo a Renato Bosco.

Massimo estudió política pero lo ganó el vino: sigue lo natural –la carta vale la pena con 40 referencias elegidas a conciencia– y abre un tinto de Cos (Pithos Rosso: muy bien) y continúa con la burbuja de Poggio delle Grazie. Acomodo el estómago con la correcta berenjena con tomate, mozzarella y mayonesa de albahaca. Pan hecho por ellos, claro que sí.

Me arremango para lo que viene: cinco pizzas.


La citada con cecina (¿otro trozo?, vale), precedida de una con tomate de Barbastro («tiene poca agua»), burrata y pesto y seguida por la 'tonda' de espelta (borde más bajo), buena también, pero con otro sabor gracias al viejo cereal, y cubierta con espárragos, mozzarella, tomate semiseco y pecorino. La temporada condiciona los ingredientes.

Dos trozos de 'pala' para acabar, y que casi acaba conmigo: una, con ‘nduja' (sobrasada picante), cebolla y aceituna y la otra con crema de espárragos y 'coppa'. Qué masa: alta y con más ojos que un acueducto romano. El agua da ligereza.

Se teme la alta hidratación porque la pasta es compleja de manejar. Cabeza de arquitecto y manos de maestro de obra.

Vayamos a la pregunta: ¿por qué tan pocas mujeres hacen pizza? Dicen que los sacos de harina son pesados, las temperaturas del horno, altísimas... Bla-bla-bla. Excusas. ¡Que la pizza no sea el último refugio del macho!




LO+

Lo bien trabajadas que están las tres masas.

LO-

Local ruidoso, pero qué remedio: ¡es una 'trattoria'!













Quique Dacosta Sin Palabras // Dénia

La tarta de queso

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La tarta de queso de Pur.








La tarta de queso de La Barra.









La tarta de queso de Portolés.











La tarta de queso de Oriol Balaguer.








La tarta de queso de Bambarol.


La Cuina de l'Uribou // Barcelona

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La Cuina de l'Uribou

Taquígraf Serra, 26. Barcelona
T: 93.114.81.93
Precio medio (sin vino): 25-30 €
Menús: de 13 a 22 (mediodía) y 38 € (degustación)




Japón, en un higo rebozado




El periodista y escritor y cocinero Matt Goulding ha llegado a Barcelona desde Tokio de madrugada. Matt es californiano y sana la añoranza del mar en Barcelona, donde ravalea el tiempo que no viaja. Fue socio de Anthony Bourdain, es editor de la (exquisita) web Roads & Kingdoms y acaba de publicar en EEUU el volumen 'Vegetables', con el chef José Andrés, y en España, 'Sushi, ramen, sake', traducción muy libre del original 'Rice, noodle, fish'. Es parte de una trilogía.

He quedado con Matt en La Cuina de l’Uribou, no para atemperar la improbable nostalgia de ese Japón del que acaba de salir, sino para compartir con un experto el establecimiento propiedad de Atsushi Takata, de Hiroshima.

¿Qué es un 'uribou'? Atsushi responde: «Un jabato. Comencé joven. Y también es el signo de mi horóscopo». Estuvo en restaurantes astrales como Alkimia y en japoneses desacomplejados como Icho.

El chef sugiere la pizarra con los platos del día, y los ojos –y la mente: comemos con ella– van hacia la 'espardenya' con gelatina de 'dashi' y 'yuzu', la tempura de higo, la caballa marinada y flameada y el 'tataki' de cerdo Ral d’Avinyó, esa raza aún insuficientemente conocida.

De la carta, Matt elige la lengua (¡a favor!) y el pollo crujiente, bocado de 'izakaya' (taberna).

Quien se sienta atraído por la gastronomía de Japón tiene que poner de inmediato dedos y palillos en 'Sushi, ramen, sake', la búsqueda de Matt de los 'shokunin', personas que consagran su vida –¡su vida!– a una sola cosa; la perplejidad permanente del extranjero en un país que no se parece a ningún otro y la reflexión sobre lo que es bueno o lo que nos parece bueno.
La duda como camino de sabiduría.

Sobre los 'shokunin': «Personas que han dedicado 60 años al pollo a la brasa, al pez globo o a la anguila. Si preguntas ‘¿te aburres?’, responde: «No. Hay tanto que aprender».
El 'shokunin' está fuera de este tiempo, que nos obliga a la multiplicación, a los saberes variados e inconsistentes.

La 'espardenya' con la gelatina de 'dashi' marca el tono. Matt dice enseguida: «Es una 'izakaya' ambiciosa». En Tokio comió en el ejemplo superior de este modelo: Kotaro, cerca de Shibuya.

La siguiente entrada opaca la 'espardenya': el higo (en realidad, breva) rebozado. El crujiente exterior y la blandura interior. Ese contrate de contrarios, y de sal y azúcar. Toda la crónica cabe ahí.

Bebemos cerveza y Matt, que debería estar cortado por el serrucho del 'jet lag', aguanta.

La caballa mantiene el tono alto: la textura es perfecta. Un crudo que no lo parece. Los palillos obligan a comer con sosiego, una forma de mostrar respeto al pescado y al que lo ha elaborado.
El 'tataki' de cerdo con una vinagreta de mostaza y col me convence más a mí que a Matt. Me agrada el mordiente, y eso que el color indicaría que la carne está demasiado hecha, y no.

Ambos estamos de acuerdo con la lengua. Hay que evitar morder la propia, y darle a la ajena. Matt pensaba que era al estilo de Sendai, en láminas. Aparece en cuadrados, guisada, en su punto: ni muy dura ni muy blanda.
El pollo, frito y picante, da menos placenteros lengüetazos que los platos anteriores. Atsushi lo acepta: «Lo tengo porque lo piden mucho».

Me quedo con la breva rebozada y ese libro de Matt que hay tomar con palillos: de forma lenta, consciente, alerta.



LO+

La sorpresa de la breva rebozada, la caballa y la lengua estofada.

LO-

El pollo frito, muy hecho, y la servilleta ¡de papel!






Restaurante Pur // Barcelona

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El Pur de Nandu Jubany. Cocina Maties Coll. 'Pornoshow': el espectáculo de la cocina en pelotas. Sala repleta, bien dirigida por Joan Piedra.

Últimos guisantes.
Alcachofas, queso payoyo y piñones.
Ventresca de atún, erizo, huevo curado y 'wasabi' fresco.
¡Qué pilpil el de las cocochas!
En los altares, el 'tartar' de vaca y la patata suflé.
Fuagrás y cebolla: platazo.
Filetazo.
La piña a l'ast con helado de coco.
Y flan, sí, qué flan.
Ah, y el Domaine Charvin 2016.

Nandu a 1000 por hora.





















El gustazo de la pieza entera. Qué buen servicio.

Buena-buena escórpora de kilo y pico a la brasa (¡un chorrito más de aceite a la hora de servir!), piparras de 10 y patatas fritas. La col, claro: un lujo.


















Y el día de la grabación de 'Cata Mayor'...














Bodega 1900 // Barcelona

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Lo popular, pasado por la exigencia de Albert Adrià. La Bodega 1900 pone la cocina tradicional a 2000.
Ahora cocina Robert Lechuga.

Coca de 'calçots' y vinagreta de romesco. Apunte: los puerros y 'calçots' tienen por fin relevancia en los restaurantes.


Tortilla cocinada por una cara y 'xanguets' (rebozado fino-fino).
Ensaladilla rusa.
Calamarcitos rellenos con sus patas y tocino. Negra sombra.
Uno de los mejores flanes del mundo mundial.
Bien por el Malleolus 2016.

































La Barra de Carles Abellan // Barcelona

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La Barra

Hotel W. Plaza Rosa dels Vents, 1. Barcelona
T: 93.295.26.36
Precio medio (sin vino): 70-80 €
Menú del mar: 76 €



Un yate de 26 metros de eslora



La Barra tiene unos 26 o 27 metros, según las zancadas de un camarero. No es el modo más científico de medir, pero da idea de las dimensiones del establecimiento estrella de Carles Abellan en su segunda vida, tras salir del paseo de Joan de Borbó y entrar en el Hotel W.

Es poco más de un kilómetro y en el mismo barrio, la Barceloneta, pero se trata de lejanos mundos (económicos). El menú degustación de 76 euros casa mejor con un cinco estrellas que con la sangría y la fritanga.

Este diario fue el primero que contó el por qué del cambio–pocas plazas en el original, lo que imposibilitaba la amortización–, así que ocupémonos ahora de la gastronomía. El resumen: comí muy bien. Hasta aquí el titular idiota.

Los que deben de estar encantados con la mudanza son los fabricantes de los azulejos marineros: han horneado de nuevo la serie, ¡y ampliada! La Barra, a diferencia de antes, no es solo barra: qué cosas. La complementan con mesas y una terraza sobre la playa y la herradura de la Barceloneta con el pez de Gerhy estallando, al fondo, en dorados.

Dirige Tomàs Abellan, cocina Jaime Tejedor (y en estas semanas de arranque, también Toni Morago) y Adrià Martín sirve botellas estupendas. Carles maneja sus propios vinos, selecciones de las botas de elaboradores importantes. Esta vez pruebo, con gran placer, el syrah 2012 y el petit verdot 2014 (solo una cincuentena de botellas) de Raül Bobet. Qué grande es el 'petit'.

Es mediodía y la ocupación es alta para ser temporada de baños y toallas. Entre el centenar de clientes, un grupo de jubiladas aventureras y dos guiris despistados, que toman un refresco de cola y el cebiche de pez limón. No sé si los extraterrestres se han dado cuenta de que, gracias al cremoso de calabaza, ese cebiche es otra cosa.

Tengo anotados varios golpes de 'gosadera': el carpacho de gambas, el 'allipebre' de anguila con patata confitada, el calamar a la parrilla relleno de cebolla (fuera las superfluas tiras de alga 'nori') y el arroz seco de gamba al ajillo. Esa paella cuesta ¡36 euros! con una guirnalda de 16 gambas peladas y abiertas: por precio, mejor compartirla. Por placer, mejor que no.

Con los enunciados, se comprende enseguida que los planos parten de la cocina popular para bailar hip hop sobre la barra. El 'allipebre' de anguila (a la brasa) es el mejor que he comido.

«Arrancamos de la tradición y sumamos complejidad. Es una cocina honesta con el producto como protagonista», marea Carles. «El mar con un toque», condensa. Habla también de Km 0. Creo más en la proximidad de las personas, y la barra permite eso.

Para los tristes, tres platillos picantes: el pulpo encurtido (sobra col), los tomatitos (qué frescor) y las ostras fritas.

De postre, la ya imprescindible tarta de queso brie con trufa (amigos del 'cheesecake': anotad esta, la de Pur, Fismuler, Oriol Balaguer y Bodega 1900) y el no menos impresionante 'dorayaki' de avellana y café.

Como puente entre sus negocios –entre barras–, propongo a Carles una interpretación suprema de la ensaladilla rusa con la que ganó un campeonato, tal vez con cangrejo real, o bogavante.

La Barra es como un yate con 26 o 27 metros de eslora: lujoso, estilizado, rápido.
De la pesadez de la cazuela –del buque de carga– al guiso aligerado.


LO+

Los tomatitos picantes, el ‘allipebre’ de anguila, el carpacho de gamba y el arroz seco.

LO-

El alga sobre el calamar a la brasa relleno de cebolla y el exceso de col en el pulpo.





Restaurante Portolés // Barcelona

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Cocina popular en Portolés, y a precios 'menuts'.

Dar el callo y comer con inteligencia (sesos).

La sencillez: caballa a la plancha.

Albóndigas con sepia: diana en la cocción de la carne y el molusco. Demasiada sal en la salsa.















Restaurante Manairó // Barcelona

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Manairó
Diputació, 424. Barcelona
T: 93.231.00.57
Precio medio (sin vino): 25 € (mediodía) y 50 € (noche)
Menús: 25 € (mediodía) y 55 y 75 € (noche)



Brutus o el reinicio de Jordi Herrera



Ya no sé qué apelativos usar para Jordi Herrera, de 50 años, que tiene en el apellido uno de sus oficios: sabe manejar el hierro. A lo largo de los años lo he llamado 'chef bricoleur', manitas de la alta cocina, Tornasol, profesor Bacterio.

«Lo hemos hecho todo nosotros», explica abarcando Manairó con el brazo. Muebles de metal, mesas de metal, marcos de metal, puertas de metal, esculturas de metal. En el lavabo de mujeres, los dibujos de Carlos Gallego y en el de hombre, la radiografía de un tipo que se cubre sus desnudeces (pero ¿qué se tapa si los rayos X no descubren cuerpos cavernosos?). Esta es una crónica gastro, así que me ahorro juzgar el interiorismo.

Entro en la cocina y Jordi me enseña un prototipo de 'piano' fabricado por Adisa, donde integra el que fue su primer invento, la parrilla de clavos para las carnes. Detrás, el último, un horno con brasa en el que, al inyectar aire caliente, se dispara la temperatura. Él lo llama Brutus. Interesante: en septiembre, dice, se presentará. Yo aprecio el entusiasmo y el fervor y la obsesión de Jordi, a veces, la desesperanza, y la frustración, y la ansiedad, pero desborda, y preocupa. Calma, cocinero, calma.

Tuvo y perdió una estrella y resucita Manairó destinando la entrada a los bocados que le dieron reputación, como el huevo frito que parece un calamar a la romana.

En el reinicio lo acompaña la jovencísima cocinera Marta Marín, que estudió Bellas Artes. La palabra arte cautiva al chef, que quiere que Manairó se desdoble: mediodía, mesas de metal y farra; por la noche, mesas con mantel y danza y teatro. «Para mí, la gastronomía necesita de otras disciplinas», torea Jordi.

La suya es una cocina con personalidad, defiende, y «la personalidad no se compra». Vale, no estamos en venta.
Aunque abrió en el 2003, pregunto al Artista dónde está: «Estoy al principio».

Pruebo platos nuevos que podrían estar en la entrada o en el comedor, por el día o por la noche. No sé, me he perdido. Jordi me propone un «vino raro», Gargo, que me encanta. Raro-raro ya lo es todo.

Algunos platos son excelentes, muy 'brutus'; otros, prototipos, como la misma cocina en la que arden.

'Cocochas' de calamar (en realidad, el músculo impulsor) con salsa verde; más calamar, el cuerpo cocinado durante 30 segundos en el horno Brutus: las texturas de ambos son extraordinarias. Lo bruto en cuanto 'brutesca'.

Recuerdo aquellos brutos mecánicos del Doctor Infierno: el pan está pinchado en una estructura de metal. Son salvajes los salmonetes ahorcados. A algún marqués se le pondrá de punta la cortinilla del pelo si tiene que comer con los dedos.

El arroz con atún y 'peu de porc' también ha sido 'brutalizado': el túnido, 10 segundos en la parrilla.

Están demasiado hechos los boquerones, a los que acompañan unas patatas con piel y romesco, que rebaño con pan tostado. El segundo arroz que tomo tiene un intenso sabor a gamba (he pelado ocho crustáceos: ¡necesito toallitas!), pero el grano se ha malogrado.

El mar y montaña ofrece una idea atrevida: carrillera rebozada con pescado (carne de cintas endurecida con nitrógeno líquido a modo de pan rallado).
Un postre sin zarandeos: bizcocho, helado de albahaca y sopa de maracuyá.

'Bricoleur', manitas, Tornasol, profesor Bacterio, Artista, Doctor Infierno, Brutus.
Jordi Herrera. Único.

LO+

La inventiva permanente, las ganas continuas de mejorar, el no rendirse.

LO-

La sobrecocción de los boquerones y la textura del arroz que acompaña a las gambas.








Restaurante Cosme // Nueva York

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Excelencia en Cosme, bajo la dirección de Daniela Soto-Innes, asociada con Enrique Olvera. Junto al legendario Flatiron, en lo que antaño fue un club de la mafia rusa.

Daniela y la chispa: esta mujer tiene más energía que un reactor nuclear.

Un mexicano que es más que un mexicano.

Evolucionan una cocina tan sofisticada como la mexicana y con naturalidad en el resultado. Requetebién. Cocina Gustavo Garnica y, en la sala, Christian Muñoz.

Tostada de trucha ártica y salsa macha.
Tostada de gambas, chipotle meco y puré de aguacate: per-fec-ta (y con más humedad en Nueva York que en una selva).
Aguachile de apionabo: qué bien le sienta la salsa de pescado fermentada.
Pez limón al pastor con puré de piña: cómo jugar con la tradición.
Infladita rellena de cangrejo.
Tempura de cangrejo de caparazón blando con mole amarillo (un curri) / Tortilla de 'sisho': aplausos.
Ah, el tamal de calabaza: en pie, Broadway.
De los postres, el merengue de maíz o cómo México es dulce y revolucionario.




















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